sábado, 21 de enero de 2017

v.i.o.l.e.t.a.s


Yo, hasta que me casé, no supe que tenía buena mano con las plantas, el "pulgar verde", que le dicen en inglés. Mis papás no eran muy afectos a ellas, ni las recuerdo en el departamento de la Narvarte, donde vivieron toda la vida. Si acaso, habrá habido flores en un jarrón para alguna ocasión especial. Eso sí, para un cumpleaños un amigo de mi papá me regaló una orquídea que cuidaba yo con mucho celo en mi recámara, pero su primera flor murió bajo el embate de la rabia de mi hermano. Y supongo que fue entonces cunado decidí renunciar al cultivo de flores.


Pasaron los años y me casé con Adrián y juntos nos fuimos a vivir a la casa que mi papá había construido en Chimal (donde tristemente él nunca alcanzó a habitar). Nos llevamos, entre otras cosas, la planta del amor, que provenía de mi departamento de soltera y que floreó por primera vez estando él y yo juntos (como cuento aquí y acá). La planta iba ya en una maceta con tierra, después de haber empezado su vida en agua.


Una vez instalados en Chimal, Adrián me dijo un día que la maceta le quedaba chica a esa planta del amor y que necesitábamos trasplantarla, empresa que yo jamás había acometido. Entonces él me enseñó cómo. Aprendí que hay que tratar la raíz con cuidado, pues es delicada, y no dejarla mucho tiempo expuesta al aire para que no se seque. O sea, preparar las cosas de tal modo, que una vez fuera de la maceta vieja, la planta entrara rápido en la tierra de la nueva, con suficiente agua. Tampoco hay que preocuparse si la planta se alacia un poco después del proceso. Más o menos pronto, revivirá (casi siempre).


También las violetas llegaron hace muchos años a mi vida, en especial una color vino, tirando a morado, que me regaló una amiga y que vive aún en una maceta de talavera que compramos juntas en Puebla. Y luego vinieron las demás y me fui especializando en su cultivo, aprendiendo a criarlas, a reproducirlas. Mi secreto: poca agua (solo la suficiente), buena tierra (sin nada especial) y no hablarles (porque dicen que no les gusta).


Hace un par de semanas, el último día de vacaciones de la escuela, le dediqué a la jardinería una mañana, en el patio de lavado de mi casa, y logré la hazaña de separar tres violetas que habían nacido en una misma maceta. Con mucho cuidado, les desenredé las raíces y planté cada una en su propia maceta. Las tres sobrevivieron. Y sí, es algo de trabajo encargarse de todas ellas, regarlas e incluso desempolvarles las hojas de vez en cuando, pero es una de las maneras en que yo misma enraízo en mi casa y encuentro mi sitio en el planeta.

2 comentarios:

  1. Vaya buena mano yo tengo muchas a partir del piesito que tu me diste!!!Las adoro

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    1. Y yo justo pensaba en ti y en esa violeta-hija-que-se-hizo-madre cuando escribí la entrada. Me alegro que se haya reproducido y te alegre a ti la vida...

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