domingo, 19 de noviembre de 2017

Nueve años hace


que murió Mausy. Yo me enteré cuando mi amiga Dasha me habló para contármelo. ¿Estás segura?, le pregunté. Sí, me dijo, me encontré esta esquela en el periódico:

Pues sí, no cabía duda. Mi tía Mausy se había muerto. No me habían avisado. No había podido despedirme. Y se me abrió, otra vez, ese hueco de ausencia. De culpa. De malestar.

Intenté darle el pésame a Leny. No me atreví a hacerlo en persona. Le mandé a su casa una tarjeta escrita a mano y una flor blanca. El taxi que las llevaba regresó y me dijo que no había encontrado a nadie en la casa. No me atreví a intentarlo de otro modo.

Puse la flor en mi altar en honor de ella. Y no me acuerdo qué hice con la tarjeta. (Quizá ande por allí en algún cajón.) Sí sé que lamenté (y sigo lamentando) que las cosas entre nosotros acabaran así.

Hoy, como entonces, como cada año, pienso en ella y deseo que encuentre la felicidad verdadera y esté libre del sufrimiento. 

Hoy, como entonces, como cada año, le agradezco desde lo más profundo del corazón que nos haya regalado, a mi hijo y a mí, este departamento donde hemos vivido los últimos doce años.

Le agradezco, también, que haya tenido la lucidez de convencer a Leny de poner las escrituras a mi nombre, para evitar la repetición de historias familiares dolorosas.


Hoy le dejo aquí unas flores naranjas, brillantes y llenas de vida, con mi cariño
(libre de tantas negatividades innecesarias).





















Te quiero, Mausy. (Ojalá lo sepas.)

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