lunes, 28 de mayo de 2018

La última y nos vamos (o no...)




Y aquí, en La Nueva Casa de Loto (gracias, Marie), donde empezaron nuestros talleres y ensayos hace más de ocho meses, concluyó la primera temporada de nuestro grupo de teatro espontáneo Los Cuánticos. (Aquí y acá puedes revivir nuestras funciones anteriores y algo de nuestra historia.)



Nos reunimos dos horas antes de la cita con el público para caldear y repasar algunas cuestiones técnicas. Y, oh sorpresa, descubrimos que estábamos todos (o casi) desconcentrados y que esto se manifestaba, sobre todo, en la literalidad de nuestras representaciones. 



Por fortuna Grace lo detectó a tiempo (cómo no) y nos preguntó qué nos pasaba. Había de todo un poco: miedo, nervios, tristeza, efectos secundarios de antibióticos. Y nuestros invitados estaban por llegar. Horror momentáneo. Qué queremos de esta función. Ser lo que no somos en otros espacios de la vida. Hacer el ridículo y disfrutarlo. ¿Cómo? Soltando. Olvidándonos de "hacerlo bien", de "encontrar la metáfora perfecta", de "quedar bien". Oh liberación.



Acomodamos sillas, saludamos gente, dimos vueltas, fuimos al baño, tomamos agua y, finalmente, nos reunimos en la cocina a puerta cerrada antes de entrar al escenario. Y comenzaron las historias y la magia. Un reencuentro amoroso de una madre y una hija. La certeza de que la última actualización de Windows 10 acabará por hacer tronar toda máquina que use ese sistema operativo. Chimino: un tlacuache que pasó de monstruo a ternurita. Alguna preocupación escolar y anécdotas gatunas. Caracoles franceses, que no eran de Francia, y abejas constructoras de panales.


Y estábamos todos entregadísimos, actores y público. Había risas. Y aplausos. Y silencios. Y calor. Y casi lágrimas. Y la historia de un bebé que llegó al mundo y la de unas amigas que bailaron salsa. Una rodilla lastimada. Y alguien medio atrapado entre la incertidumbre y las vocecitas insistentes, irritantes. Y miedos enfrentados que se hicieron chiquitos y una reconciliación con el intelecto. Y una clavícula rota. Y el temblor del 19 de septiembre en una zona donde ni siquiera se sienten.


Y diamantes. Y coros. Y esculturas fluidas. Y pares opuestos. Historias largas. Historias en tres. 


¡Cuánto aprendimos! ¡Cuánto recibimos! ¡Cuánto dimos!


Terminamos contentos. Agotados. Llenos de energía y empapados en sudor. Satisfechos. Acompañados. Y con la determinación de seguir con una segunda temporada, aunque nuestros "fundadores" se vayan al otro lado del mar. (Siempre estarán con nosotros. Siempre seremos nosotros.)


Y ya sin público, nos la seguimos. Festejando un cumpleaños. Con pastel. Y mañanitas. Y baile. Mucho baile. Y chelas. Y pizza. Y coca. Y un adolescente persiguiendo a una joven en pos de un riñón.



Así es el teatro espontáneo. Y podemos, sí, ser lo que queramos y liberarnos de lo que nos ata y hacer grandes amistades en un tiempo tan corto como larga es la vida.



Todo mi amor y mi agradecimiento a Grace, a Demian, a Octavio,
a Ángeles, a Cati, a Lupita, a Ale.

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