jueves, 21 de mayo de 2020

la compra 5


Un amigo me dijo ayer, vía correo, que le sorprendía que no hubiera yo vuelto al súper, pues no he escrito nada más al respecto. Así que aquí voy de nuevo.

Ayer fui mi primera salida oficial con mascarilla (para pasear por la calle no me la he puesto). Iba al herbolario y al súper, así que ni modo. Combinada con los lentes oscuros, evité que se me metiera a los ojos.

Cuando llegué al herbolario, había una persona dentro y una fuera. Esperé.

La de dentro, mi tocaya por cierto, salió, y la otra señora y yo entramos. Podíamos estar respetando la distancia de seguridad. Ella no compró nada, más bien iba a preguntar sobre ciertos productos y se fue razonablemente rápido. Yo, mientras tanto, tomé lo que quería: miel de abeja y té para  dormir. Los puse en el mostrador. Como mi tarjeta es de México, la tengo que meter a la terminal y la toqué ¡sin guantes! En cuanto acabé, la dueña del lugar desinfectó el chisme. Creo que sonreía. Yo, también aunque no se notara. Hablamos sobre la incomodidad de las mascarillas, claro, y el calor, pero sin exagerar las quejas.

De ahí me fui al súper. Parecía que una chica, sin mascarilla, hacía cola afuera, pero resultó que fumaba y me dejó pasar. Un señora mayor se metió antes de mí, pero casi inmediatamente entré yo también.

Todo bien. «Normal.»

Al volver a casa, me encontré con Ana, que recibía la compra que cada semana le trae su sobrina. Entonces me quedé a ayudar con las bolsas. Ya en casa nos dispusimos a la tarea de desempacar, lavar y desinfectar: yo, frutas y verduras; Ana, los procesados.

Para estas alturas de mi estancia en su casa, ya logré que los millones de bolsas de plástico no se tiren. Ahora se lavan y se guardan para reciclarlas (juntando basura, por ejemplo). Pero hoy, me horroricé al ver su reproducción implacable: 5 bolsas grandes y 9 más pequeñas en que venían 2 berenjenas, 2 manzanas, 4 alcachofas, 1 aguacate y poco más (los víveres más o menos esenciales de una semana para dos personas). Entonces se me ocurrió proponerle a Ana que le demos a su sobrina tanto bolsas grandes como pequeñas para reciclarlas en la siguiente compra en lugar de que cada vez nos traiga nuevas.

Me dijo que la chica no lo haría. Le dije que sería cuestión de pedírselo. Me dijo que eso ya no era su negociado. Le dije que sí lo era porque el planeta era de todos. Me dijo que ella ya hacía suficiente por los demás y no iba a hacer más. Le dije que yo se lo pediría a la sobrina (quien por feisbuc me dijo que ok). Y me callé, claro.

No deja de asombrarme (y, sí, de sacarme de onda por completo) esta sociedad primer mundista que no sabe más que mirarse el ombligo y vivir para preservar una comodidad, centrada en un consumismo atroz, a costa de lo que sea, ignorando olímpicamente al resto de la humanidad.


Y también lo que me refleja sobre mi propia manera de mirarme el ombligo, perseguir la comodidad e ignorar a los demás.

(No sé si a mi amigo le gustará esta entrada y me disculpo de antemano,
pero es que hay lo que hay.)

2 comentarios:

  1. Que fuerte, justo ayer hablaba con mi sociaa de cómo hacer comunidad y los beneficios. Sé que nos falta mucho para lograr vernos Y ver al otro, pero sí siento esperanza de que cada día lo podamos construir. Abrazos

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Habrá que inventarnos y reinventarnos para superar la crisis y no morir en el intento, ni literal ni figuradamente. Qué gusto haberte visto, pero siempre hace falta más...

      Borrar