lunes, 31 de enero de 2011
miércoles, 26 de enero de 2011
lunes, 24 de enero de 2011
domingo, 23 de enero de 2011
sábado, 22 de enero de 2011
The man in the moon
Mi vida hace cada vez menos sentido y, sin embargo, la luna enorme, luminosa, me cuida la espalda mientras voy camino a casa. Cuando tú eras niña veías el hombre en la luna. Hoy es un conejo que mira de perfil hacia la izquierda. Hoy vivimos en el mismo lugar, que es mi país y no es el tuyo y parece de nadie. Mi vida hace cada vez menos sentido y, sin embargo, tonight we're friends.
jueves, 20 de enero de 2011
lunes, 17 de enero de 2011
Desde la sala
Sentada en el sofá, leyendo. Levanto la vista y miro a través de la ventana. Descubro telarañas pegadas al vidrio. Casi nunca subo las persianas. Veo el techo del supermercado abajo de mi casa. El letrero luminoso recién se enciende. Los árboles del fondo se tornan meras siluetas. El cielo está manchado de gris y naranja pálido, un atardecer suave. Algunos pájaros vuelan por encima de las ramas. Quizá vuelven a casa. Los faroles del estacionamiento se van prendiendo, al igual que las ventanas de los edificios vecinos. Escucho la radio: música clásica de domingo. Unas luces rojas transitan entre los árboles - autos con rumbo desconocido por la calle que baja del otro lado de la barranca. Cuando termino el capítulo, se ha hecho de noche. La oscuridad disfraza el exterior y mi ventana es un espejo donde se refleja la sala.
Bajo las persianas.
Bajo las persianas.
domingo, 16 de enero de 2011
jueves, 13 de enero de 2011
Transición 2
Antes del atardecer, bajo por una calle empinada. El sol me sorprende iluminando las nubes desde atrás. Los bordes se encienden y el centro se torna gris oscuro.
Cuando vuelvo a alzar la mirada, el resplandor casi me enceguece. Un instante después la penumbra se acerca sigilosa. Ha empezado el anochecer.
Cuando vuelvo a alzar la mirada, el resplandor casi me enceguece. Un instante después la penumbra se acerca sigilosa. Ha empezado el anochecer.
miércoles, 12 de enero de 2011
martes, 11 de enero de 2011
lunes, 10 de enero de 2011
domingo, 9 de enero de 2011
Amistad 12
para mi mejor amiga hoy
Porque aprendo a ver más allá de proyecciones y expectativas.
Porque puedo soltar el dolor y el recelo que nublaban mi mirada.
Porque te veo y te tomo como eres, casi sin miedo, con confianza creciente.
Porque me ves y me recibes como soy, con humor, sin juicios.
Porque me escuchas y te escucho.
Porque te quiero.
Porque a veces yo pienso algo y tú lo dices o yo digo lo que tú pensaste.
Porque me quieres.
Porque dices poco. Porque hablo demasiado. Porque es suficiente.
Porque nos lo podemos decir.
Porque tu compañía es un regalo cierto y constante.
Porque te cuento los detalles de mi vida y porque vislumbro destellos de tu historia.
Porque lees lo que escribo y no sé por qué.
Porque no necesitamos explicaciones.
Porque me reconozco en tus ojos.
Porque me has dejado conocerte aun sin abrir las puertas de tu casa.
Porque lloro sin saber por qué.
Porque me sabes.
Porque te intuyo.
Porque no me importa que uses tu cuchara para probar mi helado y porque no te pediría que me dejaras probar el tuyo con la mía.
Porque nos conmovemos.
Por la intimidad y por la risa.
Porque aprendo a ver más allá de proyecciones y expectativas.
Porque puedo soltar el dolor y el recelo que nublaban mi mirada.
Porque te veo y te tomo como eres, casi sin miedo, con confianza creciente.
Porque me ves y me recibes como soy, con humor, sin juicios.
Porque me escuchas y te escucho.
Porque te quiero.
Porque a veces yo pienso algo y tú lo dices o yo digo lo que tú pensaste.
Porque me quieres.
Porque dices poco. Porque hablo demasiado. Porque es suficiente.
Porque nos lo podemos decir.
Porque tu compañía es un regalo cierto y constante.
Porque te cuento los detalles de mi vida y porque vislumbro destellos de tu historia.
Porque lees lo que escribo y no sé por qué.
Porque no necesitamos explicaciones.
Porque me reconozco en tus ojos.
Porque me has dejado conocerte aun sin abrir las puertas de tu casa.
Porque lloro sin saber por qué.
Porque me sabes.
Porque te intuyo.
Porque no me importa que uses tu cuchara para probar mi helado y porque no te pediría que me dejaras probar el tuyo con la mía.
Porque nos conmovemos.
Por la intimidad y por la risa.
para mi mejor amiga hoy
viernes, 7 de enero de 2011
Amistad 11
para Natasha
Hace muchos, pero muchos años tuve mi primera mejor amiga. Éramos compañeras en la primaria; fue en tercero cuando nos conocimos, creo, y desde el primer día fuimos inseparables. Nuestra letra manuscrita era casi idéntica (luego la vida se encargó de que la mía se convirtiera en patas de araña, pero la de ella se mantuvo como si el tiempo no hubiera pasado). Era mucho más alta que yo, muy blanca y rubia (su mamá decía que de tanto comer pozole mientras esperaba su llegada) y yo me sentía protegida y querida a su lado, como en esa foto que alguien nos tomó en el patio de la escuela y que durante mucho tiempo conservé en un cubo de plástico junto con otras imágenes de mi infancia. (Hoy la busqué y no la encontré, pero recuerdo que yo estaba parada, muy derechita y con cara de asustada, como solía salir en las fotos, y ella rodeaba mis hombros con su brazo mientras sonreía apenas.)
Mi mejor amiga iba y regresaba a clases en el transporte escolar, lo cual a mí me parecía una aventura sin igual. En una ocasión me invitó a su casa, para lo cual tendría que irme con ella en el camión pero no contaba con el permiso escrito de mis padres, así que pensamos que podríamos convencer a la directora de primaria que sí contábamos con él, aunque sólo de palabra. Esto no fue difícil porque teníamos buena fama, de alumnas estudiosas y niñas responsables. La aventura no nos salió tan barata. A mí, por lo menos, me costó perderme mi programa favorito de la semana ("Disneyalgo" se llamaba) como precio por decir una mentira, además del regaño de mi madre y la culpa por haberla decepcionado. Igual me volvería a subir en este mismo instante a aquel camión color rojo ladrillo con letras negras.
En su casa, había una muñeca preciosa, enorme, como sacada de un cuento de hadas, sentada en un estante cerca del comedor, con un vestido de una tela azul brillante y una tiara en el pelo. En uno de los ojos no tenía pestañas. Mi amiga se las había arrancado jugando de pequeña. Había también un aparato extrañísimo, para hacer té decían, proveniente de Rusia (como su abuelo materno y la princesa del librero). "Es un samovar", me explicaba. Su mamá, a quien quise mucho, era violinista, Luz Vernova de nombre, y cuando se enojaba con ella la regañaba en ruso y yo, por supuesto, no entendía ni jota. La madre de su madre, pianista mexicana, era una presencia fuerte. Recuerdo una ocasión en que mi amiga empacaba sus cosas para ir a visitar a su padre a Moscú en la entonces URSS, donde él fungía como primer secretario de la embajada mexicana. Ella llevaba como lectura la Rebelión en la granja de George Orwell. La abuela lo detectó con vista de águila y rápida y contundente lo sacó de su maleta con una mirada a la cual no le hacían falta palabras.
Y entonces se fue.
Mi amiga estudiaba ballet por las tardes en una academia en Coyoacán y ésa era su pasión, como buena hija y nieta de músicos. Yo que soy negada para esas artes (aunque sé cómo disfrutarlas) no entendía bien lo que a ella le sucedía cuando se ponía sus puntas y bailaba, a pesar de que mi papá me regaló varios libros sobre el tema. Un buen día, mi amiga, sí mi mejor amiga, me dijo que se iba a Cuba a estudiar con sus compañeras de la academia. Yo no podía creerlo. Cómo iba a dejar la escuela (estábamos por entrar a quinto) para irse a bailar. Pero seguiría también con sus clases regulares, me aseguraba. Muy ofendida le lancé un sermón a propósito de tan irrazonable decisión. En realidad estaba yo escondiendo mi dolor y mi miedo a que se fuera. Intercambiamos fotos, direcciones, recuerdos y por supuesto la promesa de seguir siendo mejores amigas. Su partida fue mi primera herida, mi primera pérdida.
Durante su estancia en Cuba, ella perdió a su madre, quien murió a destiempo en México. Con Luz se fue también otro pedacito de mi corazón. Y mi mejor amiga se mudó entonces a Moscú para vivir con su padre y seguir estudiando ballet. Yo no tuve más remedio que aprender a vivir sin ella. Recuerdo cómo contaba las semanas en que tardaba en recibir una carta suya (por supuesto que todo esto es la prehistoria, anterior al correo electrónico) según una maceta que tenía en mi cuarto. Cuando me daba cuenta que la planta estaba por echar la hoja que correspondía a su edad (es apenas unos meses mayor que yo), me aseguraba a mí misma que llegarían noticias de ella. A veces sucedía; a veces, no.
Pasaron y siguieron pasando los años, hasta que volvió a México, casada con un ruso, cuando yo estaba apenas saliendo de la adolescencia y terminando el bachillerato. Desde entonces hemos permanecido en contacto siempre (divorcios, bodas, hijos, novios, mudanzas...) pero aquella primera herida nunca cerró del todo. Me quedé aferrada a un anhelo que en la juventud y en la adultez tomó otras formas. Pero aquella niña que alguna vez recibió como regalo de su mejor amiga un pantalón rojo con aplicaciones en forma de peces había desaparecido.
Hasta que ayer, como regalo de los reyes magos, nos volvimos a encontrar, junto con otras amigas de la primaria-secundaria, nada menos que en mi casa. Y aquella mi primera mejor amiga sacó de su bolso su cuaderno para el año nuevo y tomando una pequeña foto en blanco y negro me dijo: "Mira a quién tengo aquí. Cada año la saco y la cambio de agenda." "Pero si soy yo", respondí conmovida, reconociendo esa carita medio triste de mi infancia. "Y atrás lleva escrita la palabra LOVE."
Comprendí entonces cómo cada una a su modo había atesorado en algún lugar de su vida, renovándolo año con año, ese pedacito de corazón en un intento constante de sanar esa herida primera. Saberlo y compartirlo es hoy ese alivio, deseado siempre y encontrado justo cuando había dejado de esperarlo.
Mi mejor amiga iba y regresaba a clases en el transporte escolar, lo cual a mí me parecía una aventura sin igual. En una ocasión me invitó a su casa, para lo cual tendría que irme con ella en el camión pero no contaba con el permiso escrito de mis padres, así que pensamos que podríamos convencer a la directora de primaria que sí contábamos con él, aunque sólo de palabra. Esto no fue difícil porque teníamos buena fama, de alumnas estudiosas y niñas responsables. La aventura no nos salió tan barata. A mí, por lo menos, me costó perderme mi programa favorito de la semana ("Disneyalgo" se llamaba) como precio por decir una mentira, además del regaño de mi madre y la culpa por haberla decepcionado. Igual me volvería a subir en este mismo instante a aquel camión color rojo ladrillo con letras negras.
En su casa, había una muñeca preciosa, enorme, como sacada de un cuento de hadas, sentada en un estante cerca del comedor, con un vestido de una tela azul brillante y una tiara en el pelo. En uno de los ojos no tenía pestañas. Mi amiga se las había arrancado jugando de pequeña. Había también un aparato extrañísimo, para hacer té decían, proveniente de Rusia (como su abuelo materno y la princesa del librero). "Es un samovar", me explicaba. Su mamá, a quien quise mucho, era violinista, Luz Vernova de nombre, y cuando se enojaba con ella la regañaba en ruso y yo, por supuesto, no entendía ni jota. La madre de su madre, pianista mexicana, era una presencia fuerte. Recuerdo una ocasión en que mi amiga empacaba sus cosas para ir a visitar a su padre a Moscú en la entonces URSS, donde él fungía como primer secretario de la embajada mexicana. Ella llevaba como lectura la Rebelión en la granja de George Orwell. La abuela lo detectó con vista de águila y rápida y contundente lo sacó de su maleta con una mirada a la cual no le hacían falta palabras.
Y entonces se fue.
Mi amiga estudiaba ballet por las tardes en una academia en Coyoacán y ésa era su pasión, como buena hija y nieta de músicos. Yo que soy negada para esas artes (aunque sé cómo disfrutarlas) no entendía bien lo que a ella le sucedía cuando se ponía sus puntas y bailaba, a pesar de que mi papá me regaló varios libros sobre el tema. Un buen día, mi amiga, sí mi mejor amiga, me dijo que se iba a Cuba a estudiar con sus compañeras de la academia. Yo no podía creerlo. Cómo iba a dejar la escuela (estábamos por entrar a quinto) para irse a bailar. Pero seguiría también con sus clases regulares, me aseguraba. Muy ofendida le lancé un sermón a propósito de tan irrazonable decisión. En realidad estaba yo escondiendo mi dolor y mi miedo a que se fuera. Intercambiamos fotos, direcciones, recuerdos y por supuesto la promesa de seguir siendo mejores amigas. Su partida fue mi primera herida, mi primera pérdida.
Durante su estancia en Cuba, ella perdió a su madre, quien murió a destiempo en México. Con Luz se fue también otro pedacito de mi corazón. Y mi mejor amiga se mudó entonces a Moscú para vivir con su padre y seguir estudiando ballet. Yo no tuve más remedio que aprender a vivir sin ella. Recuerdo cómo contaba las semanas en que tardaba en recibir una carta suya (por supuesto que todo esto es la prehistoria, anterior al correo electrónico) según una maceta que tenía en mi cuarto. Cuando me daba cuenta que la planta estaba por echar la hoja que correspondía a su edad (es apenas unos meses mayor que yo), me aseguraba a mí misma que llegarían noticias de ella. A veces sucedía; a veces, no.
Pasaron y siguieron pasando los años, hasta que volvió a México, casada con un ruso, cuando yo estaba apenas saliendo de la adolescencia y terminando el bachillerato. Desde entonces hemos permanecido en contacto siempre (divorcios, bodas, hijos, novios, mudanzas...) pero aquella primera herida nunca cerró del todo. Me quedé aferrada a un anhelo que en la juventud y en la adultez tomó otras formas. Pero aquella niña que alguna vez recibió como regalo de su mejor amiga un pantalón rojo con aplicaciones en forma de peces había desaparecido.
Hasta que ayer, como regalo de los reyes magos, nos volvimos a encontrar, junto con otras amigas de la primaria-secundaria, nada menos que en mi casa. Y aquella mi primera mejor amiga sacó de su bolso su cuaderno para el año nuevo y tomando una pequeña foto en blanco y negro me dijo: "Mira a quién tengo aquí. Cada año la saco y la cambio de agenda." "Pero si soy yo", respondí conmovida, reconociendo esa carita medio triste de mi infancia. "Y atrás lleva escrita la palabra LOVE."
Comprendí entonces cómo cada una a su modo había atesorado en algún lugar de su vida, renovándolo año con año, ese pedacito de corazón en un intento constante de sanar esa herida primera. Saberlo y compartirlo es hoy ese alivio, deseado siempre y encontrado justo cuando había dejado de esperarlo.
jueves, 6 de enero de 2011
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