sábado, 31 de octubre de 2020

bon profit!










Ayer fui a  Gràcia, a comprar pan de muerto (sí, más, para la ofrenda y para la castanyada, la celebración catalana del Día de Todos Santos) y a despedirme del que ahora sea, quizás, mi barrio favorito de la ciudad condal. Hacía un día espectacular: soleado a rabiar y nada frío, no había necesidad de chupa ni de chaqueta ni de cazadora ni de abrigo ni de todas esas prendas que usan acá para el otoño-invierno.

Después de pasar por mi tortillería de referencia a por el pan (recién hecho), me paré por un café con leche y un minicruasán de chocolate, para llevar, claro, porque no se puede de otro modo. Entonces seguí caminando por la calle Torrijos, pasé enfrente de los Cines Verdi (versión Park) tristemente cerrados de nuevo, pasé delante de un par de señoras catalanas que se habían sentado en unas bancas a comerse (¡oh sorpresa!) su propio pan de muertos de la misma tortillería y hasta se me ocurrió saludarlas y preguntarles si les gustaba. Me vieron un poco raro, pero dijeron que estaba buenísimo.

Finalmente, encontré una banca sola y me senté yo, con mi bolsa, mi morral con los panes y unos regalos para llevar a México, y mi café y cuernito. Me quité la mascarilla y me puse a desayunar. Y entonces, en sentido contrario al que yo había caminado, venía un hombre, delgado, con barba, de entre 30 y 40 años con la mascarilla en la papada. Nos miramos y yo me sentí un pelín incómoda, pero seguí comiendo. Él me sonrió y me dijo: «Bon profit». Y entonces yo me tragué el bocado que tenía en la boca y le dije «Gracias» y le sonreí de vuelta. (¡Qué gusto enorme podernos ver las sonrisas!)

Decidí tomarme el gesto de este gentil desconocido como un buen augurio en este proceso de irme de Barcelona y volver a casa.

Terminado mi café y mi pan, me volví a enmascarillar y seguí caminando. Sacando fotos. Viendo gente. Imaginando cómo sería vivir en ese barrio. Descubriendo detalles en los muros o en las ventanas. Así, atravesé la La plaça del Diamant con su Colometa y seguí dando vueltas un buen rato antes de volver al metro Joanic y emprender la vuelta a la casa de Joana.

Hoy ella y yo montaremos un altar de muertos, a la mexicana con algún elemento catalán, y seguirá este proceso de morir un poco que es despedirse y este proceso de vivir plenamente que surge de reconocer y honrar la muerte.

Cierro de momento con la sombra de un árbol de la calle Torrijos sobre una puerta gracienca resplandeciente con la luz del sol otoñal:





viernes, 30 de octubre de 2020

Invitada: Pema Chödrön

 

No huyas de la ternura incómoda

La calidez natural que emerge cuando experimentamos dolor incluye todas las cualidades del corazón: amor, compasión, gratitud, ternura en cualquiera de sus formas. También incluye soledad, pena y la temblorina del miedo. Antes de que estos sentimientos se endurezcan, antes de que entren en acción las líneas argumentales, estos sentimientos, en general no deseados, están cargados de gentileza, de apertura, de cuidado. Estos sentimientos en cuya evasión nos hemos especializado nos pueden suavizar, nos pueden transformar. La franqueza de la calidez natural es a veces agradable, a veces desagradable: como "Lo quiero, me gusta" o como su opuesto.  La práctica es entrenarnos en no escaparnos automáticamente de la ternura incómoda cuando surge. Con el tiempo podemos aceptarla, igual que aceptaríamos la ternura cómoda de la gentileza amorosa y el aprecio genuino. 




Fragmento tomado de este libro.
Traducción al español e imagén, mías.

miércoles, 28 de octubre de 2020

Invitada: Louise Glück

 

At first I saw you everywhere. Now only in certain things, at longer intervals.

*

*

Al principio te veía en todos lados. Ahora solo en ciertas cosas, a intervalos más largos.


Traducción al español e imagen, mías.

martes, 27 de octubre de 2020

Transmutación


Te acercas a la orilla del mar. Involuntariamente sola. Desolada.

La onda gigantesca te amenaza. Te engulle.

Emerges del otro lado. Voluntariamente sola. Consolada.


lunes, 26 de octubre de 2020

Invitado: Jonathan Carroll


Creo firmemente en los gestos pequeños: págales el café, sostén la puerta para los extraños, deja propina de más, sonríe o intenta ser gentil incluso cuando no te apetece, echa flores, persigue por la banqueta la pelota que se le escapó al niño y lánzasela de vuelta, intenta ser más grande de lo que eres, en particular cuando es difícil. La gente lo nota, la gente lo aprecia. Yo lo aprecio cuando alguien lo hace por mí. Los gestos pequeños pueden implicar un esfuerzo o, de hecho, ir en contra de lo que sientes ("Yo no sirvo para echar flores"), pero la ironía es que casi cada vez que los haces, te sientes mejor contigo mismo. Durante un momento la vida se siente de pronto más ligera, un poco más como Gene Kelly bailando bajo la lluvia.


puercoespines de chocolate
en un aparador otoñal
en Avenida Gaudí

Original en inglés y fuente, aquí.  / Traducción al español e imgen, mías.

domingo, 25 de octubre de 2020

cambio de hora


En la madrugada de hoy empezó a hacer un viento impresionante. Golpeaba las ventanas y hacía girar, en el terrado, una especie de peonza gigantesca que me despertó más de una vez. Soñé mucho. Por ejemplo, con la escuela donde trabajé varios años en Cuernavaca, con Eduardo, el amigo que me sustituyó cuando me vine a España, y con exalumnos que iban de visita. 

Y pensé también, por qué no, en el cambio de hora, que ya sucedió hoy en España y al rato tendrá lugar en México. Joana dice que aquí lo hacen hace mucho tiempo, pero no recuerda cuánto y a ella este año no le hace demasiada gracia que al 2020 se le agregue una hora. Yo sé que en mi país empezó esta práctica hace 24 años justos, cuando yo estaba embarazada (el primero horario de verano) y con Santiago recién nacido (la primera vuelta al horario "normal"). Y la gente se sigue sacando de onda: que si nos roban una hora (en primavera), que si nos echan a perder la rutina de sueño, y mil otros inconvenientes. Hasta a mi queridísima comadre, la persona más ecuánime que conozco, le afecta muy personalmente la medida. En cambio, recuerdo a una amiga americana que estaba tan hecha a la idea del cambio de hora, que no lograba entender el desasosiego que nos provocaba en México.

A mí, la verdad, el cambio en primavera me encanta porque hay luz solar más tiempo. En otoño me cuesta que anochezca tan pronto, pero eso sucede aun sin cambiar de hora. Yo supongo que cuando llegué a Madrid el año pasado recién había cambiado, pero con el jet lag no me enteré de nada. En primavera tampoco me enteré de nada, pues me agarró en pleno confinamiento. Y hoy estoy pendiente porque tenemos un concierto a la tarde, pero aquí todos los aparatos (o casi) cambian solos, así que ni siquiera hay esa "molestia". El mayor reto para mí es coordinar los horarios con mis pacientes en diferentes zonas horarias de México y Estados Unidos y no meter la pata por no tomar en cuenta todos los detalles. Esta vuelta al horario "normal", por otro lado, parece oficializar la llegada del invierno, del frío y, en estos tiempos que corren, probablemente intensifique la sensación de incertidumbre.

Y, bueno, para finalizar dejo 3 de las 18 definiciones (además de 18 tipos diferentes, 58 expresiones y 10 enlaces a otras entradas) con las que la Real Academia intenta atrapar algo que no es más que una convención producto de nuestra mente, que nos permite organizarnos para funcionar como sociedad, sí, pero que nos esclaviza como si tuviera una existencia real: 

tiempo

Del lat. tempus.

1. m. Duración de las cosas sujetas a mudanza.

2. m. Magnitud física que permite ordenar la secuencia de los sucesosestableciendo un pasadoun presente y un futuroy cuya unidad en el sistema internacional es el segundo.

3. m. Parte de la secuencia de los sucesos.


sábado, 24 de octubre de 2020

Hoy

 

Hoy desayuno pan de muerto.

Lo compré ayer en el barrio de Gràcia, en una auténtica tortillería mexicana, donde conseguí también totopos y salsa verde para hacerme unos chilaquiles, y tortillas (empacadas al vacío, algo nunca visto) para futuras quesadillas.

Me entra un ansia cuando encuentro un lugar con productos de mi tierra.

Hoy la sombra del confinamiento se sigue cerniendo sobre nosotros. Hoy seguimos viviendo con miedo. O intentando no hacerlo. Hoy estoy tan lejos de mi casa y tan cerca del Día de Muertos.

Hoy estoy a nada de cumplir un año viviendo de este lado del mundo, algo que no imaginé. Hoy Madrid suena tan lejano. También. Hoy me sigo reconciliando con Barcelona. Soltando lo que sobra. 

Extrañando. Echando de menos. Escribiendo. (Cuántas es.)

Hoy fantaseo con montar un altar en la casa donde vivo. Con panellets, que es lo típico de acá. Pero me faltan tantas cosas de allá que no lo sé. Y acá no se ponen altares ni se festeja con la muerte. Ni tengo tequila. Ni mezcal. Aunque podría conseguirlos. Y quizá tamales también.

Por lo pronto, hoy desayuno pan de muerto.








viernes, 23 de octubre de 2020

Invitado: Dilgo Khyentse Rinpoché

 

Cuando estás viendo una película, la gente en ella parece estar realmente combatiendo, amándose, y demás, pero ninguna de estas cosas está sucediendo en verdad. Todo es una mera fantasía. Intenta ver todas tus alegrías y tus pesares como si estuvieras viendo un filme, soltando la idea de que tienes que esforzarte mucho para evitar lo que sea difícil o desagradable. Esto hará tu felicidad indestructible.  


somewhere in Gràcia 


Original en inglés, aquí. / Traducción al español e imagen, mías.

jueves, 22 de octubre de 2020

seis/10

 















Esta película marcó un hito en mi carrera como cinéfila.: la primera vez que fui al cine sola. No me acuerdo, tampoco, de la razón que me llevó a hacerlo. Andaba por los veintipico (cuántas cosas a los veintipico que luego te acompañan el resto de la vida). Aunque la cinta es de 1977, o sea, de mis 14 años, la vi unos 10 años después en un festival o ciclo o algo así. Sí recuerdo que fue en el cine Pecime, allá en la Ciudad de México, en Avenida Universidad a la altura de Gabriel Mancera, en la Del Valle. Puedo ver la esquina en mi mente con total claridad, aunque esa sala pueda ya haber desaparecido en el mundo externo.

¿Qué fue lo que me conmovió y me sigue conmoviendo de Un día particular, mi cinta favorita de Ettore Scola? La historia de amor, en un amplísimo sentido del término, entre sus protagonistas: Sophia y Marcello (no recuerdo los nombres de los personajes, que siempre se pueden guglear, pero no me apetece). Un amor nacido de la indiferencia, de la discriminación y la intolerancia, de la soledad, que llevan a un encuentro íntimo, en el más amplio sentido del término.

Es un respiro, una salida a por aire, entre las sábanas de la colada en la azotea romana, en un mundo cruel y anulatorio. Que pisotea espíritus. Espíritus que se conectan casi a su pesar. Y mi yo de veintipico supo que eso era posible. (Incluso lo llegó a vivir en una historia universitaria de encuentros imposibles pero conmovedores, ¿verdad, Francisco tan querido entonces?: mi/nuestro propio día especial, digamos).

Y de este filme, además y cosa rara, recuerdo con toda claridad, también, el final: la vuelta al mundo de antes para ella; el final del mundo de antes, para él; y para ambos el no volver a ser los de antes después de haberse encontrado en el reflejo de los ojos del otro. Eso no se olvida.

lunes, 19 de octubre de 2020

De Ítaca para el mundo

 

¿Marido indeseado? Despreocúpese. Expertas en desapariciones. Destejemos sus pesadillas. Tejemos sus sueños. Envíe mensaje a penélopeYsirenas@freeyourself.org Seriedad y compromiso a prueba de Odiseos.


viernes, 16 de octubre de 2020

Invitado: Dilgo Khyentse Rinpoché


Si dejamos de tener un aferramiento fuerte a nuestro cuerpo, posesiones y familiares, naturalmente dejaremos de sentir agresión hacia aquellos que consideramos como nuestros enemigos y atracción compulsiva hacia aquellos que consideramos amigos. Un verdadero bodhisattva no hace distinción entre una persona que toca una lado de su cuerpo con una mascada de seda y alguien que corta su carne en el otro lado. 




Original en inglés, aquí. Traducción al español e imagen, mías.

jueves, 15 de octubre de 2020

Choque lingüístico 2

para Àngels, porque le encanta esto de las palabras y las expresiones y las cuestiones culturales 

En enero de este año, antes de que el coronavirus permeara el mundo, hice una entrada sobre este tema y ahí prometí seguir con más términos que me habían llamado la atención. Ya pasaron casi 10 meses de aquello y apenas me pongo a cumplir con la promesa. Porque la vida ha seguido con todo y el virus y porque llegó el otoño y con él los puestos de castañas. 

Y qué tendrán que ver las castañeras con el choque lingüístico podría alguien preguntarse. Que así son las asociaciones mentales, podría responder yo. 

Resulta que en España tienen un término muy particular para señalar, coloquialmente claro, una situación u obligación molesta, desagradable o embarazosa (RAE dixit ): marrón (en la 3a acepción de la palabra), que viene del francés marron, 'castaña comestible', 'de color castaño'.  Así que dicen cosas como «Le ha caído un buen marrón» o usan expresiones como «No voy a comerme (o tragarme) yo solo el marrón», para referirse a cargar con la culpa de algo, o «El nuevo Gobierno tendrá que comerse (o tragarse) el marrón», para el hecho de hacer frente a una situación difícil o embarazosa. El mismo vocablo se refiere también, por supuesto, al color semejante al de la cáscara de la castaña o el pelaje de la ardilla  (RAE dixit), o sea, al que en México le decimos café.

Bueno toda esto para contar que en Madrid, cuando empecé a escuchar que si el marrón por aquí y el marrón por allá, asumí que venía de una castaña, porque me recordaba a las castañas cristalizadas que tanto le gustaban a mi abuela María Luisa (sus queridos marrons glacés), aunque no entendía la relación entre el fruto y el problema. Entonces le pregunté a un par de amigas, de generaciones muy diferentes, lo que significaba y me respondieron con una pregunta/eufemismo: «¿pues qué es marrón?», sin decir abiertamente que la caca, el excremento, sí. Cuando lo dije yo, asintieron como si hubiera dado, por fin, con algo tan claro como el agua. Y cuando les conté lo que me imaginaba yo cada vez que decían esa frase, ambas se partieron  de risa (porque aquí la gente se parte, no se muere, como en México, cuando se ríe fuertemente). Yo me sentí avergonzada por no haber descubierto sola el significado secreto y bastante tonta por pensar en las castañas. Cuando oía lo del tragarse el marrón me parecía súper asqueroso y me imaginaba el emoticón de la mierda sonriente para suavizar la imagen. 

Al final, resultó que la explicación de mis amigas madrileñas era una suerte de etimología popular  y que yo acabé teniendo razón (gracias a mi abuela) sobre el origen del famoso marrón. Aunque también es cierto que la RAE no explica el origen del uso coloquial de la palabra marrón y, quizá, haya alguna asociación con el color de la mierda. Google ofrece también otras explicaciones, bastante disímbolas entre ellas, que pueden verse aquí y acá. Y acullá hay otra que relaciona el origen de la frase "comerse un marrón" directamente con los marrons glacés.

En México en lugar de marrones, nos cae el chahuistle que, en realidad es un hongo que ataca a ciertas gramíneas y cuyo nombre viene seguramente del náhuatl. Si de repente nos ocurre algo desagradable, se compara con el momento en que una plaga ataca una planta. Y otra manera aún más coloquial (y de discutible vulgaridad) para describir tal circunstancia podría ser designarla como una chinga. Y para chingas peores se podría decir una pinche chinga, pero entrar en el universo de chingar y sus derivados sobrepasa con mucho el alcance de esta entrada.


domingo, 11 de octubre de 2020

Manías

 

Los objetos se nos parecen más de lo que pensamos. Toma, por ejemplo, el secador de pelo. Si lo pones más allá del 2, se para. Deja de andar. Como tú, cuando te pido que me alcances las gafas justo después de que me acercaste mi vaso de agua. Como yo, cuando me pides un segundo beso de buenas noches.


viernes, 9 de octubre de 2020

cinco/10

Andréi Tarkovski dirigió esta película en el año 1983. Fue una producción soviético-italiana , con guion del propio Tarkovski y Tonino Guerra y fue  el primer film que hiciera su director fuera de la Unión Soviética. Yo tenía 
entonces 20 años y no sabía todos esos detalles. Me parece que fui al cine acompañada de quien fuera mi primer novio, que ya había dejado de serlo pero habíamos mantenido una amistad. 

Nostalgia me dejó completamente sobrecogida, por su belleza, por su profundidad. Casi no recuerdo el argumento y ni siquiera estoy segura de haberlo entendido ( si es que había algo que entender racionalmente), pero una escena como la del protagonista caminando por una piscina con una vela encendida no se me borrará de la memoria nunca. Cuando recuerdo Nostalgia, también vuelvo a conectar con dolor y con pérdida. Qué capacidad la de Tarkovski para transmitir esos estado del ánimo a través de imágenes y metáforas de un impacto sensorial y emocional tan intenso como sutil. 

Tampoco he vuelto a ver Nostalgia  y ahora mismo me encantaría verla otra vez, a 37 años de distancia. Sí que vi otras pelis de Tarkovski, entre las que destacan La infancia de Iván, por un lado, y Stalker, por otro. Creo que de esta última me tuve que salir porque se me ocurrió ir con mi mamá, que no la aguantó. Parece que esté hablando de una vida previa (o varias) a mi vida actual y también es cierto que sobre esas experiencias se sostiene la persona que soy ahora.

jueves, 8 de octubre de 2020

Invitada: Jetsunma Tenzin Palmo


El Buda dijo que hay dos tipos de sufrimiento; uno es el dolor físico, que es inevitable con este cuerpo humano. El otro es el sufrimiento mental, que puede evitarse. Una manera es abriendo nuestro corazón al dolor de otros en lugar de que nuestro propio dolor nos haga más introvertidos, nos haga tenernos más lástima. Así que esto vuelve a ser una práctica importante de lojong [entrenamiento de la mente]: tomar el sufrimiento en el camino y usarlo para desarrollar compasión y empatía. Cuando sufrimos, solemos quedar atrapados en nuestra propia mazmorra de desdicha y esta práctica abre las puertas y las ventanas, permitiendo que nos extendamos más allá de nosotros mismos. 




Original en inglés, aquí.  / Traducción al español e imagen, mías.

miércoles, 7 de octubre de 2020

Reencarnación

 

Sacó la trenca del armario y, cuando metió la mano en los bolsillos, se encontró con sus vidas pasadas: un par de billetes del metro de París, la envoltura de un caramelo de regaliz de los que su padre comía después de cenar, un pañuelo arrugado de antes de la guerra, una flor seca que se desintegró al contacto con sus dedos.


lunes, 5 de octubre de 2020

Pequeño diálogo de otoño


Hermana 2 (la del otro lado del Atlàntico): Aquì, cuando el verano se va, parece que no hubiera estado nunca.

Hermana 1 (la de este lado del Atlàntico): Sì. A mì me da una sensaciòn de desamparo, como si la vida se hubiese vuelto màs peligrosa.

Hermana 2: ¿Y si nos damos un abrazo? Son buenos para quitar el desamparo.

Hermana 1 accede. Se abrazan, antes de arrancar el dìa.

para Joana

viernes, 2 de octubre de 2020

lavando ropa 2


mi ropa y la de los vecinos en el patio interior de mi casa de ahora

Hace casi exactamente 6 años, el 28 de septiembre de 2014, describí cómo cuando lavo ropa a mano se me limpia el corazón y se me tranquiliza el ánimo. Conté también cómo aprendí la técnica precisa para hacerlo viendo a mi madre.

En aquel otoño triste, no habría podido imaginarme que unos cuantos años después estaría viviendo en Barcelona, en casa de una amiga que entonces aún no conocía. En este otoño, y desde hace casi un año, sigo haciendo de casas ajenas mis hogares temporales, Primero en el piso cerca del Bernabéu (gracias a Ana), en Madrid, y ahora en Nou Barris (gracias a Joana), en la capital catalana.

Y como es de suponerse, sigo lavando ropa. Y en cada sitio al que llego, he de adaptarme a las nuevas condiciones.

Primero: la terminología, los instrumentos y el jabón. Yo en Cuernavaca uso una palangana (o una cubeta) para remojar, tallar y enjuagar las prendas. Acá se usan barreños y el último paso del proceso se llama aclarar.

En Madrid tenía a mi disposición dos barreños, así que podía lavar varias cosas a la vez y reutilizar el agua del enjuagado (toda una proeza si se toma en cuenta la manera en que se desperdicia el agua en este lado del mundo). En Barcelona tengo uno, pero acceso a un lavabo grande donde hago el aclarado y me las ingenio para guardar, en el barreño, la última agua, aunque sea para otro día.

En México usaba Vel Rosita. En Barcelona, Norit. Y el nombre del jabón especial que usaba en Madrid ya se me olvidó (solo recuerdo que venía del Carrefour y que el envase estaba lleno de advertencias sobre el potencial venenoso del producto).

Segundo: los espacios para lavar. Yo en Cuernavaca tengo un minipatio de servicio en mi departamento, con un lavadero como dios manda. En España, por lo menos donde yo he estado, nada parecido, así que hay que reconvertir un baño en cuarto de lavado.

Tercero: los espacios para colgar. Yo en Cuernavaca usaba las regaderas de los baños (aquí son duchas, como en Madrid, o bañeras, como en Barcelona) y también el balcón de mi casa.

En Madrid aprendí la técnica de Ana de usar ganchos (que ella llama perchas) para tender dentro de la ducha (dejando los suéteres [jerséis] colgar por la mitad para que no se deformen). También estaban las cuerdas que para ese propósito llenan el patio interior.

En Barcelona hay cuerdas, claro, aunque a mucha más altura (si la ropa se cae vuela mucho más y suele detenerse en las cuerdas del quinto). Y hace un par de días que lavé un vestido y no quería que se deformara, Joana me instruyó para tenderlo sobre una toalla encima de la mesa del balcón, donde hay también un aro de metal de donde se pueden colgar perchas y proteger la ropa de la lluvia, mientras escurre y se seca.

Y sí, lavar ropa a mano, de cualquier lado del Atlántico, me tranquiliza el ánimo y me limpia el corazón, sobre todo con la llegada del otoño y la partida de algunas amistades, que o bien, no lo eran en realidad (y caer en cuenta duele) o bien están dejando de serlo (y caer en cuenta duele). 

Como decía yo misma hace 6 años, nunca deja de sorprenderme que, pase lo que pase, la mugre de la ropa se la lleva el agua y las prendas cada vez vuelven a quedar limpias. 

Y el agua, además, parece llevarse mis desasosiegos y tristezas si lavo la ropa prestando atención a las acciones y a las sensaciones físicas, mientras la mente descansa en el momento presente, en el espacio seguro que me ofrecen la palangana o el barreño.