Acá, hace poco más de un año, hablaba sobre los vecinos de La Arboleda, el condominio donde vivo. Sobre todo de los no humanos, con quienes me relaciono mejor.
Hoy uno de los vecinos humanos gritó desde su balcón algo sobre alguien que tomaba fotos, mientras yo caminaba y tomaba fotos. Supongo que el grito estaba dirigido a mí. Sentí cómo me recorrían el cuerpo desde arriba (yo iba a ras de piso, él está en el segundo) una olas casi eléctricas, que me hacían temblar levemente y que, finalmente, se me salieron por los pies. Seguí caminando como si nada. Yo no respondo a agresiones y esa es la única manera en que ese vecino se relaciona.
Sí, yo saco muchas fotos cuando salgo a caminar: de nubes, de pájaros, de árboles, de flores, de arañas, de reflejos en el agua, de capullos, de la araucaria, de sombras (mías y de otros) y también de algún balcón de temporada, porque me encantan las imágenes y al capturarlas momentáneamente me vinculo con mi entorno. Y él vive en un mundo donde todos (incluido él mismo, calculo) somos sus enemigos personalísimos. Esta mañana saqué una avecilla que cantaba en lo alto del edificio donde él vive y supongo que la paranoia le hizo pensar que lo estaba atacando.
Desde la época de la pandemia, no ha dejado de usar doble tapabocas, aun cuando vaya solo en su coche o esté solo en su casa. Odió durante mucho tiempo a las gatitas grises atigradas que alimentábamos entre otros vecinos y yo porque decía que le rayaban sus autos (dos Audis relucientes que últimamente se han quedado en uno) y pugnó por que se las llevaran (lo cual al final, muy tristemente, sucedió, después de que casi llegó a los golpes con otros vecinos que cuidaban también a los felinos). Cuando Santiago era más chico y salía a patear su balón de futbol contra una pared de piedra, nos increpó con violencia diciendo que si la pelota rozaba su coche y lo rayaba, nos demandaría y amenzó con poner cámaras de seguirdad para vigilarnos. Por rumores entre vecinos, supe que la mujer se había ido y, a veces (muy contadas) algún joven o jovena visita momentáneamente su casa. Imagino que duerme con la mascarilla y que no se atreve a verse a sí mismo en el espejo sin ella.
Y me da lástima, casi compasión, pero me cuesta trabajo llegar hasta allá. Lo intento, pero él es especialista en desactivarla.
Hace unos días, noté que en su sala luce un árbol de navidad y me llamó la atención. Quizás espere alguna visita o quizá lo haya puesto para acompañar su soledad. Y me dio lástima, casi compasión, y entonces sí que saqué un par de fotos de su balcón desde el mío, tratando de conectar con su sufrimiento.
Me mataría si se enterara.