el otro andén en alguna estación de metro |
Relaciones en ausencia de apego
Missing you is not only made up of your absence—it is also missing that part of me that can only be touched by your presence.
Jonathan Carrol.
Extrañarte no está solo hecho de tu ausencia: es también extrañar esa parte de mí que solo puede tocar tu presencia..
Traducción al español e imagen, mías.
Más allá de nuestra zona de confort
Es tan solo
en la medida en que estamos dispuestos a enfrentar nuestros propios
sentimientos que en realidad podemos ayudar a los demás. Así que hacemos un
compromiso de que, para el resto de nuestras vidas, nos entrenaremos en
liberarnos de la tiranía de nuestra propia tendencia a reaccionar, nuestros
propios mecanismos de supervivencia, nuestras propias propensiones a
engancharnos.
Fuente aquí. / Traducción al español e imagen, mías.
Yo creo que fue con esta pelìcula con la que me convertì oficialmente en cinèfila. Estarìa entrando en la pubertad, calculo, cuando mis padres nos llevaron (supongo que tambièn irìa mi hermano y con seguridad nos acompañaba mi tìa Olga) al cine Plaza, que era enorme (antes de que lo convirtieran en multicinemas) a ver esta superproducciòn de David O. Selznick, basada en la novela de Margaret Mitchell y dirigida por Victor Fleming. Me recuerdo a mì misma, màs niña que adolescente, con la mirada totalmente enganchada a la pantalla; el cuerpo, inmòvil, y mi psique, presa de las emociones suscitadas por la cinta. No llorè durante la funciòn, lo cual es raro, porque estaba demasiado concentrada (sin necesidad, en realidad) en leer los subtìtulos, que me resultaban muy pequeños. Pero al salir, rompì en llanto y no pude parar durante un buen rato. Serìa la conciencia de que el amor tampoco era la respuesta.
A partir de ese momento me enamorè de Clark Gable y me obsesionè con Vivien Leigh. Me regalaron libros sobre ellos y sobre la peli, aunque nunca leì la novela original. Compartì mi aficiòn con una amiga, que para una presentaciòn con diapositivas que tuvimos que hacer en la escuela, eligiò hablar de todo cuanto tuviera que ver con la realizaciòn del film, aunque yo para entonces ya estaba màs interesada en el golpe militar que habìa derrocado a Salvador Allende en Chile, y optè por entrar a ver un trabajo sobre este tema y no el de mi amiga.
Ya no recuerdo si he vuelto a ver o no Lo que el viento se llevò. Quizàs algùn fragmento en la tele, pero sì que me apetece hacerlo, ya sin la ilusiòn de que Rhett se quede con Scarlett. Que ella ya se las arregla muy bien sola.
Mi primera entrada "oficial" sobre esta estación data del 24 de octubre del 2011, casi a dos años del nacimiento de este blog, y la más reciente es del 23 de septiembre de 2018, hace justo dos años. En muchos otros textos se ha colado también el otoño de forma más o menos evidente.
Esta es la primera vez que lo recibo de este lado del Atlántico y aunque el calendario y google decían que empezaba ayer, yo tengo asociado su inicio con esta fecha, que seguramente memoricé en la escuela hace mucha tiempo.
Esta vez lo recibo en Barcelona (of all places) y descubro que en catalán el otoño es ella: la tardor, que suena como en castellano "tardó" porque en catalán las erres finales no se pronuncian. Quizá sea su carácter femenino el que suavice su entrada. O soy yo la que se toma las cosas menos a la tremenda.
Hice un recorrido por mis entradas entre el 2011 y el 2018 y lo que más destaca son las flores silvestres, por un lado, y las gripas y tristezas, por el otro. Este año por fortuna, lo recibo sana y noto su presencia (la de ella) en señales nuevas: las hojas que empiezan a caer y a tapizar las banquetas (aceras que les dicen acá) y de las que hay que cuidarse para no resbalar, sobre todo cuando están húmedas; los cambios de temperatura que no acaban de estabilizarse, aunque en general tienden a la baja; las lluvias, que dice Joana que son propias de septiembre, y que te agarran en el momento menos esperado (paseando por el centro o justo después de tender la ropa); el cambio en la manera de vestir, que se nota en la gente en la calle, donde todavía hay quien va de verano (con tirantes y shorts), mientras que otros ya sacaron las chaquetas y los pantalones largos; el cambio en los aparadores, que en realidad empezó antes con carácter premonitorio, aunque aún quedan algunas "rebaixes" de la estación anterior.
Y la luz cambia y los planes también. Ya no es momento de ir a la playa, aunque como me dijo Joana, el Mediterráneo seguirá ahí si yo me quiero meter. Y el ritmo de la vida es otro. Ya no hay piscina. Los niños volvieron al cole (con todo y sus mascarillas). Y los mayores ya van súper de prisa en su "nueva" normalidad. Las persianas se quedan subidas, porque ya no hay que protegerse del calor y las ventanas, entrecerradas por si llueve. El aire acondicionado entra en hibernación y oscurece cada día más temprano. (Parece hace tanto que la luz llegaba hasta las 10 de la noche.)
Otra constante de mis descripciones otoñales en Cuernavaca ha sido la referencia al hecho de que los árboles en mi tierra no cambian de color. Acá, sí, pero aún no se nota. Quedo a la espera.
Y las comidas cambian también: el gazpacho se despide y da paso a las sopas calientitas. Menos ensaladas y más guisos, de vista al invierno, que es mucho más frío que los míos. Y acá la cercanía de los muertos es mucho menos marcada que en México. Tampoco hay cruces de pericón para proteger las casas y los coches.
En Barcelona, la llegada del otoño coincide, además, con las fiestas de la Mercè, que este año, como todo lo demás, estarán sometidas a las restricciones que impone el coronavirus. Anoche, mientras ponía la mesa para cenar, un raudal de música clásica entraba por la ventana del comedor. Venía del ensayo de la Banda Municipal de Barcelona que se preparaba para su función del viernes en la Plaça Major de Nou Barris.
Así la llegada de la tardor este 2020. Seguro que traerá más sopresas.
Una de las maneras de buscarme que más me gusta es en las imágenes que mi cuerpo proyecta, sobre todo en el piso, cuando intercepta los rayos del sol. Me hice consciente de mis sombras hace mucho y mis camaritas rosas se hicieron cómplices de la búsqueda. A veces son imágenes completas, a veces fragmentarias; a veces en soledad, otras en compañía. Eso sí, siempre son diferentes —no puede haber dos sombras iguales, aunque sean propias— y uno de los elementos determinantes es la posición del sol en el cielo cuando aprieto el botón de la cámara. Eso sí, siempre está el alivio de no tener que preocuparme por los rasgos de mi rostro ni la forma en que me queda el pelo.
A medio día, por ejemplo, la imagen proyectada coincide más con la silueta que me devuelve el espejo. Es más definida. Como en esta sombra que tomé hace unos días cuando salí a hacer algunos mandados por el barrio. Aparece incluso uno de los dos changos que cuelgan de mi bolsa de mano y mis sandalias de verdad.
toda Barcelona desde la terraza del parque: la Sagrada Familia, el Puerto Olímpico, el Mediterráneo |
Gaudí en todo su esplendor |
más Gaudí, siempre Gaudí |