martes, 30 de octubre de 2018
Impermanencia 12
Me asomo por la ventana de mi estudio.
Veo una nube en forma de luna.
Corro por mi cámara.
Le hago una foto.
Le hago otra.
Las bajo a mi compu.
No me encantan.
Corro a la ventana.
La luna en forma de nube se ha ido.
He aquí lo que atrapé.
Una imagen solo.
De algo que ya es pasado.
Mientas el presente sigue manifestándose.
Momento a momento.
Cambiante.
Siempre.
Irrepetible.
lunes, 29 de octubre de 2018
Rómulo y Remo
Este es Rómulo, porque fue el primero (también era el más grande). Allí, entre el tallo de esa planta que puse en agua para que echara raíces (lo cual no sucedió), está una larva de mosco, según me ilustró mi amiga y alumna Luz, que es bióloga.
En la misma agua que Rómulo, había otra larva más pequeña, su hermano Remo. (El bautizo fue ocurrencia de Santiago, cuando llegó de México y le enseñé a estos seres que nos habían nacido en casa.)
Eso sí, cuando Luz me dijo qué eran (yo los veía como extraterrestres minúsculos), saqué el vasito al balcón, para que una vez que completaran su desarrollo (de larva a pupa y de pupa a mosco) volaran felices.
Luz me dijo, también, que podía echar un poco de cloro en el vasito. Pero se morirían, ¿no?, pregunté. Ella asintió. Si a mis alumnos en la secundaria no les dejo matar bichos durante mis clases, no me voy a poner a matar a las crías de unos moscos, le expliqué.
Quizás mi postura sea un poco grotesca desde algunas perspectivas, como la de la salud púbica. Desde la del budismo, se considera que todos los seres fueron alguna vez nuestra madre y se enseña a tenerles compasión (y no matarlos... si se puede evitar.) Pero lo más importante, me parece, es que se trabaja para erosionar el patrón mental de la agresión, de matar porque sí o por alguna razón aparentemente válida, como protegernos de quienes nos quieren hacer daño. Es decir, los "enemigos" que están más en nuestra mente que "allá afuera".
En fin, después de varios días, resulta que Remo aún tiene chance. Rómulo, el pobre, no lo logró. Parece que una vez transformado, no pudo abandonar el vasito y se ahogó.
Así la vida, tan fascinante como cruel.
viernes, 26 de octubre de 2018
diez de diez
El primer libro de la saga del mago adolescente, bueno casi niño al principio, se publicó en 1997, al año siguiente de que naciera mi hijo, o sea, hace ya 21 años. (Inevitable pensar cómo pasa el tiempo...) Yo supe de él un tiempo después, gracias a una amiga con una hija mayor que Santiago, que nos habló entusiasmada del primer libro. En principio no hice demasiado caso. Mi hijo era aún muy pequeño.
Ya no sé si después vino la primera película (lanzada en 2001) o la recomendación que me hizo un paciente adulto, alentándome a leer los libros. Supongo que fue lo primero porque recuerdo que empecé a leerlos, en inglés, después de ver la tercera entrega cinematográfica (dirigida por Alfonso Cuarón, mi favorita sin duda).
Para entonces ya Santiago y yo estábamos enganchadísimos con la historia. Y él ya era un lector bastante empedernido. Empezó leyendo los libros en español y acabaría releyéndolos en su idioma original.
Recuerdo que un amigo de entonces criticaba a J.K. Rowling, diciendo que era un mero producto de la mercadotecnia. La realidad es que no había leído ninguna de sus obras. A mí, en cambio, me parece una gran escritora, tanto en cuanto a contenido como a forma (de otro modo no sería "gran", claro). Tiene una imaginación envidiable (sobre todo por mí que soy de corte más bien realista), una capacidad de integrar elementos culturales diversos, un sentido del humor brillante, un entendimiento profundo de la psicología de los niños y los adolescentes y una capacidad innegable para crear personajes entrañables, por decir lo menos.
Cuando llegué al séptimo libro de la saga y murió Dumbledore, no podía parar de llorar, como si hubiera muerto mi padre (o peor). Además, tuve que fingir frente a Santiago, que aún no llegaba a ese episodio. Tampoco cabía en mí de emoción cuando Harry conjuró su patronus al final del tercer libro (que aparece aquí) y me puse a bailar alrededor de la mesa del comedor. Y qué satisfacción la mía cuando comprobé mi teoría de que Snape era de los "buenos". No podía ser de otro modo, y menos después de que le diera vida el guapísimo (y desaparecido) Alan Rickman.
Ahora me da un poco de tristeza cuando algunos de mis alumnos adolescentes declaran, sin conocimiento de causa, que les choca Harry Potter, después de haber visto quizá escenas de alguna película y nunca haberse acercado a uno de los libros. Pero la cantidad de lectores que nacieron gracias a J.K. Rowling ya no tiene vuelta atrás. Y yo no soy la misma persona después de deambular por Hogwarts y combatir a Voldemort.
jueves, 25 de octubre de 2018
mariposa 2
Hoy volví de la escuela agotada, después de cinco horas de supervisar la escritura y decoración de las Calaveras para el Día de Muertos. Además, tengo una tos rara, sin gripa, pero con la pila baja.
Al llegar a mi fraccionamiento, vi unas flores de bugambilia en una de las maceta de la entrada y me acordé del té que mi hijo se prepara cuando lo aquejan síntomas similares. (Mi mamá también lo hacía, hace varias vidas.)
Entonces me bajé del coche, le avisé al guardia que iba a cortar las bugambilias para curarme la tos y me dirigí a la maceta. Cuando llegué, vi una mariposa naranja (una "falsa monarca", supongo, aunque no tenga nada de falsa ni de monarca) libando el néctar de unas flores amarillas que crecen junto a las lilas que yo buscaba.
Y entonces volví al auto por mi cámara, segura de que a mi regreso la mariposa se habría ido. Pero ahí seguía. Y entonces le pude hacer unas tres o cuatro fotos (2 salieron bien). Lo más bonito fue que cada tanto emprendía el vuelo, revoloteaba sobre la maceta y sobre mí y se volvía a posar sobre las flores amarillas.
Hasta que finalmente, se elevó y desapareció.
martes, 23 de octubre de 2018
sábado, 20 de octubre de 2018
Invitado: Karmapa 17
Solo la libertad desarrollada sobre la base de una perspectiva realista de quiénes somos y de cómo nos relacionamos con otros puede ser auténtica y extenderse universalmente a todos. Si reconocemos nuestra interdependencia y tomamos en cuenta las amplias redes de interconexiones en las cuales están integradas nuestras vidas y nuestras acciones, encontraremos que nuestra propia libertad es inseparable de la libertad de todas las demás personas. Cuando verdaderamente apreciamos este hecho, experimentamos la libertad interdependiente: una libertad que no le resta valor a la libertad de los demás. Esta es la libertad que todos podemos disfrutar juntos sin conflicto.
Original en inglés, aquí.
Traducción al español, mía.
jueves, 18 de octubre de 2018
a n t e n a s
El fin de semana pasado fui a casa de una amiga de la escuela, cerca de Yautepec, en pleno campo morelense. Sabiendo de mi afición por la fotografía, me invitó a dar un paseo hasta el río que corre cerca de su propiedad e incluso me prestó unas botas de hule, pues mi calzado era totalmente inapropiado para la "aventura". No fue un recorrido muy largo, pero estuvo lleno de un despliegue impresionante de flores silvestres, mariposas de colores, libélulas tan azules como el cielo y aún de bichos desconocidos.
Uno de los mayores gustos que tengo cuando saco fotos es encontrarme con seres que se cuelan en las imágenes sin que yo me dé cuenta y que solo descubro cuando descargo las fotografías en mi computadora. Es como una complicidad secreta entre mi camarita rosa y la naturaleza.
Ya en el camino de subida desde el río, me detuve por enésima vez para volver a sacar unas flores amarillas, que parecen flores de calabaza en miniatura. Cuál no sería mi sorpresa cuando en casa me topé con este bicho (digno de una película de ciencia ficción). Me encantó, además, que la cámara eligiera enfocar sus "apéndices sensoriales pares" propios "de la cabeza de los artrópodos", o sea, sus enormes antenas a rayas blancas y negras.
Supongo, pues, que el bicho en cuestión será un insecto (no parece ni crustáceo ni araña), aunque solo algún amigo entomólogo podría confirmarlo.
Helo aquí:
miércoles, 17 de octubre de 2018
Invitado: Jonathan Carroll
A lo largo de una vida, la mayoría de la gente vive en varios lugares antes de envejecer. Así también con las relaciones: las extraordinarias se vuelven nuestro hogar, aunque sea durante poco tiempo. Pero la mayoría de las relaciones resultan ser muy parecidas a las estaciones de tren o a los aeropuertos, donde pasamos un buen tiempo esperando nuestro "vuelo". Concedido, algunos aeropuertos son lugares fascinantes con restaurantes muy buenos, tiendas interesantes y, a veces, incluso encuentros románticos casuales fascinantes. Pero seamos realistas, no querrías vivir ahí y desde luego que no llamarías a ninguno de ellos tu hogar.
Estacion de Santa Apolónia en Lisboa |
Traducción al español e imagen, mías.
lunes, 15 de octubre de 2018
a b e j o r r o
1. m. Insecto himenóptero, semejante a la abeja pero más grande, de cuerpo velludo, generalmente negro y con bandas amarillas, que produce un zumbido al volar y vive en enjambres poco numerosos.
Camino al consultorio, o más bien de vuelta porque de ida suelo ir con prisa, me encuentro con una barda llena de estas flores violeta claro, parientes, creo, de la flor de la pasión. Me encantan y les he sacado muchas fotos. Ayer, de vuelta de ver a un paciente y quedarme esperando a otra, me encontré, además, con que los abejorros se estaban dando el festín de su vida en las flores.
Bichos que se veían enormes mientras volaban hasta que aterrizaban en alguna flor y se introducían dentro de ella, haciéndose chiquitos. Al poco rato salían espolvoreados de polen blanco para ir en busca de otra flor...
Con un poco de paciencia pude atrapar uno, con mi cámara, en pleno vuelo y otro recién saliendo de su banquete.
Y descubrí también que un "abejorro" puede ser una "persona de conversación pesada y molesta", supongo que por aquello del zumbido.
Pobres bichos.
¿Qué culpa tienen de sonar como suenan?
Aunque la verdad es que se me ocurre más de un personaje al cual podría describir con el nombre de los bichos negros.
domingo, 14 de octubre de 2018
Del corazón y de los años
Hace unos días platicaba, por chat pero era una plática en forma, con mi amiga Fuen (algo que hacemos con bastante frecuencia y disfrutamos mucho mucho mucho). Y esta vez hablábamos, como otras, de amores y desamores y del corazón y del tiempo. Todo a propósito de una taquicardia (Del lat. cient. tachycardia, y este del gr. ταχύς tachýs 'veloz' y καρδία kardía 'corazón'. 1. f. Med. Frecuencia excesiva del ritmo de las contracciones cardíacas.)
Resulta que así es la cosa, que a veces el corazón se nos vuelve a acelerar por motivos que creíamos ya pasados. Y nos sorprende. Y nos altera. Y quisiéramos que ya no nos sucediera.
—No puede ser, de verdad. Tengo que hacer una cirugía de corazón —decía una.
—Yo creo que es normal. No eres de piedra... Date chance —contestaba la otra.
—Tardé veinte años en superar uno. ¿Qué voy a hacer? No me da la vida.
—Yo creo que está muy superado, pero quizá siempre quede algo, alguito, pues.
—¿Crees que no volverlo a mencionar ayuda? —preguntaba una.
—No, la verdad no, porque entonces solo se entierra más profundo —respondía la otra.
—¿Tú sientes que ya no estás triste? ¿O sigues triste? —volvía a preguntar una.
—No, creo que triste ya no. ¿Sabes qué me queda? Una sensación profunda de decepción. Hace unos días o semanas pensaba que realmente había empezado a envejecer (no en mal sentido ni en azote) a partir de esa decepción. A entrar en otra etapa de mi vida, pues —le respondía la otra.
Y de ahí pasamos a hablar de justicias e injusticias y de envejecer por otros. Yo no creo que sea tanto que envejezcamos por otros, sino que quizá haya algo en la vida que, en retrospectiva, marca el momento, o la época, en que empezamos a envejecer, como un rompimiento. Que bien podría haber sido otra pérdida. Cualquiera.
Eso sí, concluimos que, sea lo que sea, buscar reírnos es basiquérrimo. Mientras nos sucede o nos deja de suceder lo que quisiéramos que ya no nos sucediera.
miércoles, 10 de octubre de 2018
l i b é l u l a 2
Del lat. cient. libellula, dim. de libella 'libélula', en lat. 'nivel', 'balanza', porque se mantiene en equilibrio en el aire.
1. f. Insecto del orden de los odonatos, de cuerpo largo, esbelto y de colores llamativos, con ojos muy grandes, antenas cortas y dos pares de alas reticulares, que mantiene horizontales cuando se posa, y que vive en las orillas de estanques y ríos.
La que yo me encontré lleva más de 24 horas en el balcón de doña Pina. Quién sabe dónde quedarían su río o su estanque. Es enorme y prácticamente no se mueve. Le he sacado varias fotos y cada vez que salgo o llego a mi casa, pienso que ya se habrá ido. Pero ahí sigue. Y yo paso a verla.
Quién sabe durante cuánto tiempo más estará ahí. Quién sabe qué hace o qué espera. Quizá la vida. Quizá la muerte.
Y no sabe que se llama libélula. Ni que en inglés es dragonfly, algo así como bicho dragón, nombre emparentado, tal vez, con el apelativo "caballito del diablo" que usamos en español para referirnos también a ella. Curiosamente, el término latino para el insecto es draco volare, demonio volador.
Leyendo un poco más descubrí que hay otro bicho emparentado con la libélula que en inglés se llama damselfly, algo así como bicho damisela o damisela voladora. Pertenecen a subórdenes diferentes y la damisela es más pequeña y cuando está en reposo, pega sus alas al cuerpo. En español solo las distinguimos por su tamaño, sin cambiar el nombre.
Cada vez que veo a la libélula del balcón de doña Pina me hago muchas preguntas. Sobre ella. Sobre mí. Sobre la vida. Sobre la muerte.
Y me quedo sin respuesta.
La admiro una vez más.
Quizá la última.
martes, 9 de octubre de 2018
Invitado: Chris Stagg
Paldarbum era estudiante de Milarepa. En una ocasión, ella le preguntó a su maestro sobre sus inquietudes al meditar. Y él le contestó con una canción. En este video, Chris Stagg nos regala su voz y su guía en la meditación.
¡Gracias, Chris!
Que tu voz siga brillando y beneficiando a incontables seres siempre...
(Mil gracias a Pat Lee por grabar y compartir el video.)
Aquí mi traducción al español de la canción:
Puedo contemplar el mar
Intercambio
entre Milarepa y su discípula, Paldarbum
Puedo contemplar el mar, pero las olas me inquietan.
Milarepa, dime cómo meditar en las olas.
Si el mar es tan fácil como dices,
Las olas son sólo el juego del mar.
Deja que tu mente permanezca en el mar…
Puedo contemplar el cielo, pero las nubes me inquietan.
Milarepa, dime cómo meditar en las nubes.
Si el cielo es tan fácil como dices,
Las nubes son sólo el juego del cielo.
Deja que tu mente permanezca en el cielo…
Puedo contemplar la mente, pero los pensamientos me inquietan.
Milarepa, dime cómo meditar en los pensamientos.
Si la mente es tan fácil como dices,
Los pensamientos son sólo el juego de la mente.
Deja que tu mente permanezca en tu mente…
Traducción al inglés de Winfield
Clark
lunes, 8 de octubre de 2018
Crónica de un domingo 2
Es temprano, para ser domingo, y vas caminando hacia el consultorio. Tu paciente de los sábados, que viene de México, te pidió cambiar el día. Decidiste no llevar el coche, para hacer ejercicio, para no contaminar, porque te lo pidió tu hijo.
Casi no hay nadie en las calles. Tampoco hay ruido. Todo parece seguir durmiendo.
El camino de ida es una subida, leve pero subida. Y notas el esfuerzo.
Te llama la atención una combi vieja estacionada del lado izquierdo. Y le haces una foto.
También notas que del otro lado de la calle viene bajando una mujer que salió a pasear a su perro. Trae unos zapatos idénticos a los tuyos. Rojos. Es tu vecina. Fue tu amiga. Hace una vida. Parece. No se saludan. Dejaron de hacerlo hace casi un año.
Qué rara es la vida piensas.
Entonces te topas con un desconocido del mismo lado de tu calle.
—Buenos días, jefecita —te dice, sonriente.
—Buenos días —le contestas, mientras mentalmente repites con un pelín de sorna, y muy despacio, «je-fe-ci-ta».
Después de la sesión, regresas a pie de nuevo. Claro. La calle sigue casi vacía.
Te encuentras un bicho negro, sobre el suelo negro, y te sientas en la banqueta para sacarle una foto. Luego piensas que quizá habría sido buena idea quitarlo del camino para evitar que alguien lo pise.
Te llegas hasta el súper. (No puedes estar sin tu pasta para la migraña.) Dudas si pasar a comprar de una vez unas flores, pero lo dejas para mañana. Regresas a casa.
El resto del domingo transcurre tranquilo, lento, con algún pico (leve) de angustia. Típica de domingo.
Y vuelves a pensar que qué rara es la vida.
A veces.
Y otras, también.
sábado, 6 de octubre de 2018
Invitado: Karmapa 17
Así que considero que la cuestión de proteger el ambiente es básicamente una cuestión de la mente. La forma en que los seres humanos actúan está basada en su motivación, así que la cuestión ambiental es una cuestión mental; está basada en la manera en que vemos las cosas. Y estos días, nuestra forma de ver está permeada por un deseo insaciable. Ha llegado al punto en que queremos cualquier cosa que vemos. Somos como un gusano de seda que está tejiendo su capullo con material que proviene de su propio interior. Justo así es nuestro deseo: Sale de nuestra mente y luego un deseo da pie a otro y a otro en un flujo continuo, de modo que nuestra vida entera está desbordada de deseo. Vivimos en un capullo hecho de nuestro ansiar constante.
Original en inglés, aquí.
Traducción al español, mía.
viernes, 5 de octubre de 2018
Historia de una avispa
Cuando fui al súper la semana pasada, me pasé por la sección de Frutas y Verduras. Casi nunca compro peras (no sé por qué, nunca lo había pensado), pero ese día se me antojaron y me acerqué al estante donde estaban. Entonces, me percaté de que algo se movía (caminaba pues) sobre las peras amarillas.
¡Era una huachichila! (O avispa roja, temida por el dolor que puede causar su picadura.)
Caminaba muy lentamente, como atontada, seguramente por el frío con que el establecimiento intenta mantener los productos de la sección más tiempo en buen estado. Entonces, sin pensarlo dos veces, tomé la pera donde estaba la avispa y me dirigí hacia la salida, considerando que me podrían acusar de robarme la mercancía, pero sin detenerme. (Nadie pareció prestar la más mínima atención.)
Me acerqué a un trozo de pasto y acerqué la pera para alentar a su pasajera a cambiar de escenario. Le tomó unos segundos desentumirse. Finalmente alzó el vuelo y se fue. Yo volví al súper, pera en mano, sin que nadie me dijera nada. Coloqué la pera en la bolsa donde ya tenía otras frutas hermanas aguardándome y seguí con mi compra.
Así, de improviso, naturalmente, surge la compasión.
A veces.
Si la dejamos.
Si nos dejamos.
Más allá de nosotros.
Más allá de nosotros.
miércoles, 3 de octubre de 2018
Amanece en Cuernavaca
Y yo aspiro a que la luz de la sabiduría y la compasión acompañe en su tránsito a Chris Stagg, hermano en el camino. Siempre.
martes, 2 de octubre de 2018
Déjà vu
Hace varios años ya, cuando Santiago iba en la prepa, yo me levantaba antes del alba, bastante antes, para llevarlo al sitio donde lo recogía el transporte que lo llevaba a su escuela. Me costaba muchísimo madrugar así y soñaba con el día en que ya no tendría que hacerlo.
Entonces llegaron los días en que él ya no precisaba de mi aventón. Y soñaba con los días en que solía llevarlo.
(Así somo los humanos. Nunca contentos con lo que tenemos.)
Ahora resulta que, aunque estudie en México, los lunes entra a las 8:30 a la UNAM. Cuando se queda el fin de semana en Cuerna, precisa otra vez de mi aventón tempranero para agarrar otro aventón que lo lleve hasta la Ciudad. Y yo soy feliz de poder llevarlo de nueva cuenta (y casi no me quejo).
El lunes pasado ya no era tan temprano, pero igual lo llevé a "La Paloma". Y cuando me bajé del coche, para cambiar mi sitio del de copiloto al de piloto, me encontré con esta flor en una barda.
Salió perfecta, en un solo disparo.
(Así es la vida a veces.)
lunes, 1 de octubre de 2018
nueve de diez
Como "El dios de las pequeñas cosas" se ha traducido esta novela al español. Yo la leí en su versión original hace varios años. (Ya tiene más de 20 de haberse publicado.) Y justo el año pasado, su autora sacó a la luz su segunda novela: The Ministry of Utmost Happiness ("El ministerio de la máxima felicidad" o algo así), que tengo entre mi lista de pendientes.
La primera novela de Arundhati Roy me deslumbró la primera vez que la leí. Y me siguió deslumbrando cuando la volví a leer, una segunda y creo que incluso una tercera vez (o esa la imaginé).
Me es difícil recordar el argumento —incluso habiéndolo releído—, pero no la intensidad de lo narrado y de la forma en que está narrado. La prosa, los diálogos, las descripciones de Arundhati Roy en esta novela me calan hasta la médula.
En algún momento llegué a tener dos ejemplares de la obra en inglés y uno en español (pero he olvidado cómo llegaron a mis manos). Ahora conservo solo uno en su versión original. (Los otros dos ya los regalé.) He prestado el libro. A veces, la reacción ha sido de total fascinación, como cuando lo leyó Fernanda. A veces, ha sido de rechazo (y de pronta devolución), como cuando intentó leerlo Evelyn. A mi hijo le gustó mucho.
Además de novelista, Arundhati Roy (que nació dos años antes que yo, en el 61) es activista política, comprometida con los derechos humanos y las causas ambientalistas. Estuvo involucrada en el mundo del cine y fue maestra de aerobics cuando ese mundo la desencantó. Es autora de numerosos ensayos sobre cultura y política contemporáneas y se le ha llegado a acusar de sedición, aunque no se hicieron cargos formales. En fin, todo un personaje ella misma en este mundo nuestro tan caótico: Roy apareció en la lista del Time en 2014 entre las 100 personas más influyentes a nivel mundial.
Y su "Dios de las pequeñas cosas", un hito indispensable en mi bibliografía personal.
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