para javier, otra vez
pensando en cortázar, otra vez
Antes que nada, asegúrese de tener la edad adecuada para contar con una maleta de recuerdos guardada en el lugar menos conspicuo de su recámara. Habrán de haber pasado muchos años, décadas quizás, sin que se haya acercado a ella, por olvido o por precaución, hasta que un buen día, sin siquiera pensarlo, se encuentre sentado en el piso de su habitación, abriendo la maleta y rescatando los recuerdos que sobrevivían allí, a pesar del encierro y el polvo.
Ha de contar con una conexión a internet decente, por lo menos, y cierta participación, por mínima que sea, en alguna red social. Sepa, también, que los caminos del recuerdo suelen meterlo a uno en jardines, de los cuales podría resultar de pronto complicado salir, pero no se preocupe, nunca falta un ángel que pase regalándonos silencio y un respiro, cuando la memoria nos roba la voz por un instante.
Dispuesta así la mesa, tendrá que cerrar los ojos, conectarse con su corazón de osadía y atreverse a mandar algún tipo de mensaje para conectar con la persona con quien compartió meses -como vidas- de ilusiones y correspondencia, con quien la comunicación se truncó por angas o por mangas, y con quien quisiera reanudarla. Si descubre un leve miedo agazapado en el pecho, nótelo y siga adelante. Por supuesto que es un albur, pero de qué si no está hecha la vida.
En el peor de los casos, la respuesta será negativa o no habrá respuesta. En el mejor de los casos, se abrirá un espacio de magia, donde 30 años desaparecen al tiempo que sustentan una relación presente. Y si la conexión es genuina se manifestará con naturalidad, con humor y, a veces, con alguna ráfaga de vértigo, una lágrima o un suspiro (siempre puede recurrir al uso de emoticones para transmitir lo que trasciende las meras palabras).
No se asuste. Respire. Confíe. Sea usted mismo.
En menos que canta un gallo, suponiendo que pueda contar con este parámetro donde vive, se encontrará platicando con un amigo recobrado, al tiempo que se recupera usted mismo y va acomodando aquellas piezas del rompecabezas de su vida que parecían condenadas a no encontrar su lugar.