Hoy necesito flores. Y no para de llover. El sol se fue. Y es primavera. Qué extraña es la primavera en este hemisferio.
Hoy me pregunto si las flores del Retiro sobrevivirán sin nadie que las vea. Con la nevada de ayer. Con la lluvia de hoy. Con la falta de sol. Ojalá se acuerden de nosotros. Ojalá nos esperen.
Qué pasa con la vida cuando no estamos allí para verla. Me pregunto.
Cutre, cutre, dice Ana que está el día. Prefiero decir desapacible. Gris. Triste. Primaveral.
Hoy, Ana me informa, casi me amenaza, Adelita me dice, que su sobrina la ha llamado (después de más de dos semanas de confinamiento) para decirle que está muy mayor, que no puede salir para nada, que yo tampoco. Que unos amigos médicos le han contado historias de terror y ahora ha pensado que es un buen momento para infundirle pánico a su tía.
Qué poco me conocen Ana y su sobrina.
Qué fácil confundir culpa y preocupación con amor y cuidado.
Qué fácil creerse querida en un gesto de restricción y autoritarismo.
Y todo esto, como todo lo demás, es impermanente. Transitorio. Así nos lo recordó mi maestro hace una semana. Qué larga se hace a veces la impermanencia.
Hoy una amiga en el feisbuc comparaba la situación mundial generada por el coronavirus con una novela de José Saramago. Yo, fan irredenta del portugués, no lo había pensado. Es más aterrador aún que pensar que estamos en una novela de ciencia ficción. Qué falta nos hace Saramago.
Me cuido de no fantasear con el momento en que pueda dejar este piso. Hoy ni siquiera me atrevo a imaginar unas cañas abrazada a mis amigas en una terraza lleno de sol en un Madrid que hoy no existe.
Y me vuelvo a preguntar por qué no estoy en mi casa con mi hijo.
Hoy camino 15 minutos: Del estudio al salón al vestíbulo a la cocina y de vuelta. Varias veces el único circuito posible. El parqué cruje. Rechina. Se queja, Me hace compañía.
Hoy. Tan parecido a ayer. Tan diferente.
Hoy necesito flores.
primavera en el Retiro |