jueves, 29 de febrero de 2024

Año bisiesto 2

Creo que todo lo que me viene a la cabeza cuando un año es bisiesto lo dije aquí hace 4 años, cuando estaba viviendo en Madrid y cuando la pandemia estaba a punto de llegar pero aún no lo hacía (o nos nos habíamos dado cuenta).

Hoy el bisiesto me agarra en mi casa de Cuernavaca. Las jacarandas no han empezado a florear, solo algún racimito perdido aquí y allá, casi imperceptibles, y algunas flores moradas en el piso. Hace bastante calor (la que nos espera en abril y mayo pensamos...) y yo sigo batallando con un catarro que va y viene y no se acaba de ir.

Entonces, en el 2020, estaba a punto de cumplir 57 y hoy me acerco peligrosamente a los 61. Muchas cosas parecen iguales y todas han cambiado. Sigue siendo cierto que los años bisiestos los siento como años de mi hijo (y un poco míos) porque él nació en uno (1996), como muchos de sus amigos y como Yare. Son años olímpicos aunque los de Tokyo 2020 se celebraran en el verano del 2021, pero conservaron el nombre. 

Y hoy descubro el porqué del nombre en inglés (leap year / año salto). Si normalmente cualquier fecha dada en el calendario (como un cumpleaños, por ejemplo) cae en el siguiente día de la semana cuando llega el año siguiente al actual (mi cumple en 2022 cayó en martes, mientras que en el 2023 cayó en miércoles), después de un año bisiesto, esa misma fecha se saltará un día: (mi cumpleaños este año caerá en viernes, o sea, se saltó el jueves). También se nota fácilmente en la relación entre febrero y marzo, que en años no bisiestos, tienen sus días en los mismos días de la semana (bueno, hasta el 28 de marzo), mientras que en un año como este, los días de marzo se corren un día de la semana hacia adelante con respecto a febrero.

También recuerdo cómo de chica pensaba que la gente que había nacido un 29 de febrero, solo cumplía años los años bisiestos, aunque en realidad siguiera dando las mismas vueltas al solo que los demás. Pero algo hay, quizás, en que el día "nuestro" por antonomasia solo sea tal cual cada cuatro años. Hoy, por cierto, es el caso para el compositor Gioachino Rossini, nacido el 29 de febrero de 1792, cuya obertura a La urraca ladrona escucho ahora en la radio en el espacio de El Coleccionista.

En fin, qué serie de elaboraciones conceptuales que, en realidad, no apuntan a nada. 

Entonces para cerrar, algo mucho más concreto y asible: un racimo de botones de flores de jacalasúchil prontos a abrir, sobre un cielo azul lleno de vainas rojas, en el jardín de astrás del lugar donde vivo:





lunes, 26 de febrero de 2024

p e r s e v e r a n t e





Los encargados de atender el jardín del condominio donde vivo son más carniceros que jardineros. Parecen estar en guerra con la vida, en especial el mayor de ellos, un hombre con peso de más y siempre bajo un sombrero medio roto y tras un mandil plastificado que lo protege del pasto, supongo. Camina lento, muchas veces abrumado por el peso de sus herramientas, que parecen más armas que utensilios. La peor de ellas, a mi parecer, es el espeluznante soplador de hojas, cuyo escándalo lo oyen hasta los extraterrestres en el espacio, donde el sonido no puede viajar...

Entre los enemigos fundamentales de este señor y sus compañeros de trabajo, se encuentran las plantas que crecen entre las piedras de las bardas o entre los adoquines o el cemento del piso. No las atacan cada semana, pero últimamente con más regularidad que antes. Esta lucha la emprenden con una orilladora que, por suerte, no siempre arranca las plantas de raíz. También es bastante ruidosa y suele venir aparejada con la podadora para el pasto. (Sinfonía infame.)

Mi planta favorita entre las atacadas es una con hojas en forma de corazón y flores que salen en pares. La descubrí hará un par de años paseando por el condominio, en la barda del edificio detrás del mío, y confirmé con mi amigo virtual Xavi que se trata de una Passiflora biflora

Todos los días que camino, la visito, esperando poder verla florear otra vez, pero ya no la han dejado. Cada vez que crece mucho, los carniceros la cortan al ras y ella, persevera, insiste, persiste, y vuelve a nacer, como se ve en la foto que abre esta entrada.

Y yo me empeño en seguirla visitando (y fotografiando), esperando que pueda llegar a sacar flores nuevamente, como las que se ven aquí abajo, tomadas hace más de dos años.
 





martes, 13 de febrero de 2024

Invitado: Dzigar Kongtrul Rinpoché


Otro de los impedimentos más comunes para tsewa [tibetano para calidez, afecto y ternura] es guardar un rencor o un resentimiento. Si alguien te ha ocasionado dolor, es un desafío mantener tu corazón abierto hacia esa persona. Aun peor, un resentimiento en contra de una o de unas cuantas personas puede convertirse en una forma mucho mayor de rencor, tal como un prejuicio hacia un grupo entero de gente o una animosidad hacia toda la raza humana. No es raro que unas cuantas experiencias de sentirse herida bloqueen todo flujo de ternura del corazón inherentemente cálido de una persona...
Para soltar nuestros resentimientos, debemos entender que no estamos atorados con ellos. Tenemos dos opciones. La opción habitual es seguir aferrándonos, seguir privándonos del oxígeno de tsewa. La otra manera es hacer cualquier esfuerzo necesario para soltar y, así, restaurar el flujo naturalmente exubierante de amor hacia nuestro corazón. Podríamos creer que cerrándonos estamos protegiendo nuestro corazón, pero esa es una manera confusa de pensar. Intentar protegernos de ese modo termina siendo lo que más nos lastima. Hay una analogía clásica: si una flecha te lastima, puedes culpar a quien lanzó la flecha de tu herida. Pero si entonces tomas la flecha y la presionas más y más profundamente en la herida, eso es tu propio hacer.


ave medio escondida entre las hojas


Original en inglés y fuente, aquí.
Traducción al español e imagen, mías.

domingo, 11 de febrero de 2024

¡Feliz Losar!




2024
Año del dragón de madera

basado en una pintura hecha por el Sexto Dzogchen Ponlop Rinpoché


¡Que el Año del Dragón de Madera traiga salud, riqueza y felicidad para todos!
¡Feliz Losar 2024!
de la sangha y los maestros de Nalandabodhi


jueves, 1 de febrero de 2024

c.a.l.c.e.t.i.n.e.s..

En este blog hay calcetines por todos lados, bueno, en estas 10 entradas, seguro: calcetines tejidos por mi tía Olga, calcetines de conejitos que me regaló Yare, calcetines morados que no me regaló Evelyn, apego "puesto como calcetín", calcetines mojados por la lluvia, doble calcetín para el frío, calcetines del museo Sorolla que me quedé con ganas de comprar, calcetines maravillosos en el aparador de una tienda en Madrid (quizá en la Calle del Pez) a la que no pude entrar, calcetines disparejos tirados por ahí en días de caos y enfermedad, calcetines para cubrir un módem prendido a escondidas. Hay, además, otras tres (en orden cronológico: 12 y 3, del 6, 19 y 20 de abril del 2020), donde se cuenta la saga del calcetín perdido y recuperado durante mi confinamiento por el coronavirus en Madrid hace ya casi 4 años.

HOy vuelvo a otro par de calcetines que uso en invierno, o sea, cuando hace lo que nosotros llamamos frío. Me los suelo poner sobre otro par más delgado. Están tejidos a mano y pensados para caminar con ellos adentro de la casa, aunque yo en general los uso, además, con unos crocs viejísimos (y criminales, pues tienen la suela desgastadísima).

Los calcetines en cuestión son de colores, aunque su base es turquesa. De hecho, tienen unos hermanos morados (los que Evelyn no me regaló) y unos negros (los que Evelyn le regaló a su hijo). a mí también fue Evelyn quien me regaló estos (ella se quedó los morados y luego se arrepintió un poco). Vienen de la India, aunque ella los compró en uno de sus viajes a ver a su familia en Israel.

Me han acompañado, estos calcetines, durante muchos años ya. Más de 10, seguro. Quizá, incluso, más cercano a los 20. Suelen venir conmigo cuando voy de visita a Chimal a ver a mi comadre. Se fueron conmigo a España y recorrieron el piso de Ana en Madrid y luego el de Joana en Barcelona. No me imagino un invierno sin ellos, aun en Cuernavaca.




Los lavo a mano y, a veces, los tallo un poco en el lavadero. Suelo hacerlo al final de la temporada de frío, para luego ponerlos a buen recaudo (en el cajón de los calcetines y demás ropa interior) hasta el siguiente invierno. Y sí, estos calcetines invariablemente me traen recuerdos de Evelyn y de nuestra amistad. Me recuerdan que la extraño y me recuerdan el cariño que nos tuvimos. Me recuerdan que las cosas cambian, que las relaciones se acaban. Me recuerdan que el cariño deja marcas y el distanciamiento también. Me hacen darme cuenta que el cariño sobrevive, a veces, un poco, más allá de la ausencia, y que los huecos duelen.

Y, hoy, me recuerdan que le deseo a esta amiga que fue que esté bien y feliz y libre de sufrimiento. Aunque ya no estemos juntas, lo estamos un poco cuando me pongo los calcetines que me regaló. Cuando los lavo. Y cuando los guardo.