miércoles, 30 de noviembre de 2022

Invitado: Horacio Rodríguez D

 

LO QUE SIGUE DEL VIRUS

Me había hecho el propósito de no escribir sobre el Covid-19, para no sumarme a la enorme cantidad de personas que parecen sentir la necesidad de disertar gratuitamente sobre la pandemia y sus probables consecuencias. Pero lo hago porque opinar no cuesta nada, y porque me parece preocupante la cortedad mental y la ingenuidad que al referirse al tema han mostrado hasta ahora, entre otros, pensadores como Giorgio Agamben, Judith Butler, Jean Luc Nancy, Santiago López Petit y Slavoj Zizek a la hora de imaginar posibles escenarios una vez que se haya cerrado el ciclo de la enfermedad y emprendido la necesaria recomposición de las sociedades afectadas.
Cito a esos cinco porque me intriga el punto de coincidencia que los acerca: la idea de que los daños que acabará dejando el nuevo coronavirus debilitarán las estructuras del capitalismo, al punto de colocarlo al borde de la extinción. Basan sus perspectivas en la incapacidad que el sistema muestra a la hora de controlar las variables económicas, sacudidas por la interrupción del proceso productivo, la potencial quiebra de las empresas sin recursos para afrontar la parálisis, el derrumbe del precio de los energéticos, la acumulación de stocks por falta de ventas, el deterioro de actividades que hasta ahora habían sido componentes firmes de los PIB nacionales (como el turismo y los viajes asociados a él), la inestabilidad financiera, y unos índices de desocupación que por lo menos obligarán a reconfigurar las formas de trabajo y de relación laboral utilizadas durante los últimos cien años.
Personalmente dudo de que estos elementos, todos verídicos, basten para abolir definitivamente el modelo de producción capitalista, al que los pensadores que cito señalan -acertadamente, creo- como la razón de fondo que propicia (no que origina) crisis como la del Covid-19. El modelo ha atravesado por dos guerras mundiales, decenas de sangrientos conflictos armados regionales, varias depresiones económicas profundas (el crash de 1929, la crisis petrolera de 1973, la caída de la bolsa neoyorquina de 1987, la burbuja especulativa de 2000, el aplastamiento de la curva china de crecimiento en 2014) y no pocas epidemias y pandemias (la gripe española de 1918, la gripe asiática de 1957, el VIH Sida identificado en 1981, las gripes aviar y porcina, ambas de la primera década del siglo XXI). Y en cada caso no sólo encontró modos para recomponer sus estructuras, sino que logró fortalecerlas sólo con hacer inversiones de capital bastante reducidas y dejando siempre que el mayor costo fuera social, es decir ajeno a la esfera del poder.

En el terreno específico de la salud pública no se trata de una cuestión de dimensión ni de magnitud. En otras palabras, no es que la epidemia del Covid-19 sea mucho más amplia y letal que las otras: las crisis a que he aludido fueron, en proporción con los recursos y los conocimientos disponibles en cada coyuntura, consideradas de un alcance muy parecido que hoy le atribuimos al nuevo coronavirus. Lo que pasa es que empequeñecidas por el tiempo nos parecen más inofensivas.
Es, en el mejor de los casos, una inocentada pensar que la experiencia de este coronavirus va a forzar (y mucho menos a convencer) a los beneficiarios del modelo capitalista de que viven en el error y los va a conducir a abrazar un modelo diferente, repentinamente conscientes de que están poniendo en peligro el planeta de todos y fraguando su propia extinción. La reacción de este sector, previsiblemente, será una huida hacia adelante, reforzando lo que desde su óptica son los flancos más débiles del sistema; es decir, extremando los mecanismos de control social e intensificando las medidas coercitivas, en nombre de una presunta seguridad colectiva que (es lo que dirán) requiere los clásicos ajustes “dolorosos pero necesarios”. Y reforzarán este argumento poniendo como ejemplo las prácticas de control aplicadas en los países asiáticos para gestionar la pandemia, ya que todo indica que tales prácticas son las más eficaces para cumplir con esa tarea. Volveré enseguida sobre este tema, porque es el eje del presente comentario.
Mucho más lúcida que las ópticas de Agamben, Butler et al me parece la del filósofo surcoreano Byung Chun-Han, condensada en su artículo “La emergencia viral y el mundo de mañana”, que el pasado 22 de marzo reprodujo el diario El País de Madrid. Byung no sólo está en desacuerdo con la tesis del virus como detonante de un cambio socialmente positivo, sino que llega a una conclusión exactamente opuesta: el capitalismo saldrá de la pandemia mucho más resistente y dotado de mayores mecanismos para reproducirse a costa de las mayorías, que tras el ejercicio de la contingencia le habrán otorgado todas las atribuciones para ejercer una vigilancia desembozada y aplicar una mano dura implacable. Y esto porque los métodos para abatir más rápidamente la difusión de la pandemia apoyan su éxito en el uso desmesurado del big data y la vigilancia digital, que virtualmente anulan la noción de privacidad y proyectan, a escala planetaria, la posibilidad de un régimen policiaco digital asentado en el concepto de seguridad.
Apunta Chun-Han que en los países “occidentales” la instauración de un régimen semejante podría encontrar más resistencias, porque los habitantes de esos países somos más celosos de nuestra individualidad, mientras que en las sociedades asiáticas (China, Corea, Hong Kong, Japón, Singapur, Taiwan) prácticamente no existe ni la protección de datos ni la noción de esfera privada, y la mentalidad autoritaria de sus ciudadanos los vuelve más obedientes frente a las imposiciones del poder. No sé si sea verdad, pero en cualquier caso parece claro que desde hace unos años la población de América Latina está dispuesta a sacrificar gustosamente la privacidad en nombre de la seguridad. Baste recordar que esta última fue la palabra clave para que distintos gobiernos de derecha de la región (Macri, Bolsonaro, Piñera, Lenin Molina y compañía) recibieran el aval de un buen porcentaje de sus respectivas sociedades.

Dado que la estrecha vigilancia ejercida sobre cada uno de los ciudadanos de los países de Asia ha sido el elemento vital para frenar la tasa de contagio del Covid-19 antes de que ésta se volviera incontrolable (lo dicen las autoridades sanitarias de los propios países asiáticos, los virólogos y la Organización Mundial de la Salud), el recurso es presentado como la gran panacea frente a pandemias como la actual. Refiere Byung: “[En los regímenes asiáticos] el Estado sabe dónde estoy, con quién me encuentro, qué hago, qué busco, en qué pienso, qué como, qué compro, adónde me dirijo. Es posible que en el futuro controle también la temperatura corporal, el peso, el nivel de azúcar en la sangre, etcétera. Una biopolítica digital que acompaña a la psicopolítica digital que controla activamente a las personas.”
Legitimado por su eficacia para verificar que la gente cumpla con las disposiciones de las autoridades de salud en la actual pandemia, este control casi orweliano, reforzado por la telefonía digital y la creciente variedad de apps que recogen, clasifican y acumulan información individual, constituye una tentación demasiado grande como para que los gobiernos se limiten a usarlo sólo en situaciones de emergencia. Aunque en muchos países ha alcanzado ya un considerable grado de desarrollo (sin ir más lejos, el Centro de Comando, Control, Cómputo, Comunicaciones y Contacto Ciudadano de la Ciudad de México, “C5”, dispone de unas 19 mil cámaras de monitoreo público) lo más probable es que su extensión, su capacidad y su uso se multipliquen durante los próximos años, poniendo en manos del sistema mecanismos de vigilancia e intervención que hasta hace unos años pertenecían al ámbito de la ciencia ficción. Dotado de recursos como ese (que está lejos de ser el único), me inclino a pensar que el Estado, antes que desarticular el actual modo de producción, va a tomar las providencias necesarias para garantizar su conservación y neutralizar a quienes lo cuestionen.
Hace un par de días, el filósofo e historiador Enrique Dussel decía, en una entrevista por radio, que superado el trance de esta pandemia el género humano iba a tener ante sí dos opciones: 1) propiciar el desarrollo de un modelo que ponga el acento en la gente, en la naturaleza y en la vida, o 2) insistir, con algunos ajustes, en colocar el incremento constante de las tasas de ganancia por encima de cualquier consideración humanitaria o social. Prudente, Dussel no vaticinó cuál de las dos terminaría, en definitiva, siendo la escogida. Sin embargo, dado que habitualmente tiene los pies bien puestos sobre la tierra, me atrevo a inferir que, a diferencia de Agamber, Butler, Nancy y los demás, sospecha que la elección recaerá en la perspectiva que a él, a mí, y estoy seguro de que también a ustedes, nos resulta más negativa y desalentadora.
Por supuesto, no estoy pronosticando que apenas finalizada la pandemia el mundo amanecerá, de la noche a la mañana, enteramente dominado por un régimen autoritario digitalizado como el descrito por Byung Chun-Han; los ajustes del paradigma político-económico requieren tiempo (precisamente el tiempo que en este caso tenemos para alzar la voz, cuestionar y diseñar estrategias contra esos ajustes). Pero mucho me temo que esa será la tendencia, antes que la extinción razonada de un sistema de producción que, dañino como desde hace años ha demostrado ser, aún sigue redituándole a sus beneficiarios jugosas utilidades.
H.R. México, 5 de abril 2020
(original, en esta página)

domingo, 27 de noviembre de 2022

Khenpo Tsultrim Gyamtso Rinpoché

 

Abierta, espaciosa y relajada



Si podemos ver que las cosas no son verdaderamente reales —que son meras apariencias cuya naturaleza verdadera está más allá de todos los conceptos de lo que podría ser— entonces nuestra experiencia de los eventos tanto buenos como malos en la vida será abierta, espaciosa y relajada.


watermoon



Original en inglés y fuente, aquí.
Traducción al español e imagen, mías.

jueves, 24 de noviembre de 2022

Día de mi tía Olga

La última vez que vi a mi tía Olga, que estuvimos juntas en persona, no la recuerdo. 

Sé que no fue a mi boda (no pudo) y que no conoció a Santiago. Recuerdo que Adrián y yo la visitamos en su departamento de Avenida Coyoacán en la época en que nos íbamos a casar. Poco después de la boda nos mudamos a Chimal, a casa de mi papá, luego nos fuimos a España durante un rato y finalmente aterrizamos en Cuernavaca cuando yo estaba embarazada. Ya no hubo visitas a mi tía. 

A mi tía Olga, le hablé por última vez.

Yo sabía que su salud se había seguido deteriorando (enfisema, cáncer), pero el rompimiento con mis papás después del parto y, por ende, con el resto de la familia no favoreció nuestra comunicación.

Sí recuerdo con claridad que cuando Santiago tenía unos cuantos meses de edad (debe haber sido aún 1996)  y yo seguía en tratamiento psiquiátrico para la depresión-casi-psicosis posparto y vivíamos todavía en el búngalo donde él nació, en la calle de Narciso, con sus puertas corredizas de cristal que daban al jardín de Romelia, la casera, recibí una llamada de Olguita, la hija de mi tía. Nos agarró por sorpresa, pues yo había perdido todo contacto familiar. Aunque desconfiado, Adrián, por fortuna, me pasó la llamada.

Olguita me informó que su mamá estaba  internada en el hospital y estaba viviendo sus últimos días. Ya no podía hablar, pero ella estaba segura de que le gustaría escuchar mi voz. Supongo que me habrá preguntado si yo quería decirle algo. Accedí sin dudar.

No recuerdo las palabras exactas, pero sí recuerdo que le reiteré el profundo cariño que le tenía, por un lado, y, por otro, le dije que se fuera tranquila. Que descansara. Que ya era momento. Seguramente lloré bajito.

Aunque no hubo una respuesta audible, sí recuerdo ese momento último de conexión amorosa. Y también una sensación de vacío, de hueco irreparable, pero con todo lo que yo estaba viviendo en esos momentos, los más difíciles de mi vida, haber conectado con la persona que más incondicionalmente me quiso fue muy sanador.

Aunque pienso, siento, invoco a mi tía Olga con frecuencia, cada año en el día de su cumpleaños la traigo de vuelta a través de este espacio.

Te dejo, tía, esta flor rosa que fotografíe en casa de Santiago, el sobrino biznieto que ya no conociste, porque creo recordar que era un color que te gustaba (tus uñas, tu lipstick, la alfombra de tu casa, los sofás de tu sala eran rosas). Y con ella mi amor, mi gratitud, mi deseo de que seas feliz y estés libre de sufrimiento donde quiera, como quiera que estés.

Te quiero. Siempre.






miércoles, 23 de noviembre de 2022

Día de doña T

La última vez que vi a doña Teresa, la mamá de mi comadre María Eugenia, fue hace un pelín más de 10 años, cuando Santiago y yo nos fuimos a despedir de ella en su casa de San Vicente Chimalhuacán. Yo calculo que habrá muerto poco tiempo después, un día como hoy.

Creo que doña T es la primera persona de quien me despido con conciencia, con calma, con cariño.

Fuimos Santiago y yo una mañana a verla. Estaba en su cuarto, en su cama, junto a sus tres hijas (creo que estaban todas) y su hijo. Entramos a verla y se veía más pequeña, consumida por la enfermedad, pero tranquila y lúcida, como siempre.

Entre las cosas que nos dijo, recuerdo sus palabras en el sentido de que ya no era lo que había sido. Y, claro, en la vida vamos dejando de ser quienes somos momento a momento. Lo decía con tristeza, pero con aceptación. No recuerdo qué le dijimos nosotros. Palabras de cariño.

De ahí pasamos al comedor, donde nos invitaron a almorzar tamales. Doña T nos escuchaba desde su cuarto, pegado a la cocina. Hablamos de cosas que no recuerdo. El ambiente era ambivalente: lleno de cariño, mezclado con tristeza.

Después del almuerzo, emprendimos el camino de regreso a Cuernavaca y le dimos aventón a Silvia, la hermana mayor de mi comadre, a Cuautla.

Hoy, cuando pienso en doña T, a 10 años de su muerte, siento el mismo cariño que nos tuvimos en vida, combinado con extrañamiento y con una sensación de paz y compañía continuadas. 

Cuando salí a caminar esta mañana, capturé un avión que surcaba un cielo azulísimo y pensé que le gustaría a doña T porque le gustaba viajar.

Aquí se lo dejo con una ráfaga de besos, deseándole que haya encontrado un espacio más allá de la tristeza, un espacio de felicidad perdurable más allá del sufrimiento. 






martes, 22 de noviembre de 2022

Día de Marta Cecilia

La última vez que viste a tu mamá fue el 7 de agosto de 2004, dos meses antes de que muriera, el 7 de octubre del mismo año.

Habías empezado el proceso de reconexión el 10 de mayo de ese año, pero no cristalizó sino hasta agosto, después de la intervención de tu tía Marisa.

Entonces quedaron, tu mamá y tú, en que irías a verla para comer juntas, allá en el departamento número 2 de Uxmal 548, la casa que ella y tu papá rentaron desde que tú tenías unos cuantos meses de nacida, o sea, alrededor de 41 años. Recuerdas que la noche anterior te fuiste a dormir a casa de tu amiga Dasha, como una suerte de rito propiciatorio. La vez anterior que habías visto a tu mamá había sido en el funeral de tu papá (más de 5 años antes) y la anterior a esa, un día después del nacimiento de tu hijo (aproximadamente 2 años y medio antes del funeral). 

El sábado 7 de agosto, saliste manejando a México en Antuanito, tu coche de siempre. No recuerdas nada del trayecto en la carretera, ni de la llegada a la ciudad ni a la colonia Narvarte. Sí recuerdas que estacionaste el coche del lado derecho de la calle, a cierta distancia del edificio, quizás por miedo, por precaución o porque no había lugar más cerca. 

No recuerdas los pasos que diste hasta la reja blanca, con su rectángulo negro y números  rojos. No recuerdas cuando tocaste el timbre ni cuando subiste las escaleras al segundo piso (si se cuenta el de la calle como el primero, donde estaba el departamento de la señora Lolita, que para ese momento ya debía haber muerto). No recuerdas quién te abrió la puerta, supones que Lupe, la señora que trabajaba con tu mamá y la cual habría de encontrarla muerta exactamente dos meses después.

No recuerdas cómo se saludaron. Tu primer recuerdo es de ambas sentadas en la sala de la casa, con sendos tequilas y ella fumando, fumando mucho. Y entonces te preguntó algo como si ibas a empezar a recriminarle cosas o a cobrarte cuentas pendientes. No, le respondiste. Mejor empezar de hoy hacia adelante. Y se sorprendió. Y siguió bebiendo y fumando.

Quizás fue aún en el aperitivo cuando tuvieron su momento más íntimo, más cercano: su plática sobre los Alcántara, tras descubrir que ambas eran seguidoras de la serie española Cuéntame cómo pasó. Hablaron de la abuela Herminia, tan parecida a la abuela María Luisa; de Antonio, tan parecido a tu papá. 

O quizás fue cuando pasaron al comedor, del otro lado del biombo (¿aún estaba el biombo o es una interferencia de memorias anteriores?), cuando los Alcántara les brindaron la ilusión de cercanía. Ella se sentó en la cabecera de la mesa que había sido de tus abuelos paternos. Tú, a su lado derecho. Quizás hubo sopa. Estás casi segura de que hubo pescado de segundo. El recuerdo más claro fue su aflicción cuando se derramó algo de salsa sobre el mantel. Decidiste entonces que no volverías a armar ningún drama cuando a ti o a tu hijo se les derramara algo sobre el mantel.

Le dijiste que no pasaba nada. Que no era importante. Que no se preocupara. 

No te acuerdas si te hizo caso. Recuerdas que comió muy poco, casi nada, y siguió bebiendo. Y  fumando. Te contó que había vuelto a fumar cuando tu prima Marisa la fue a ver después de morir tu padre y olvidó su cajetilla de cigarros sobre la mesa de la sala. 

Lo siguiente que recuerdas fue que te acompañó al coche para despedirte. Quizá hablaron de volverse a ver, de que volviera a ver a Santiago, que en 5 días cumpliría 8 años. Pero no estás segura.

Recuerdas que se encontraron a la Sra. Burak, la vecina judía del departamento 3, ya cerca del coche. Adelita, te dijo ella, qué gusto verte por aquí, o algo así. Apenas le contestaste. Te subiste a Antuanito y arrancaste. ¿Se habrán dado un último beso? No te acuerdas, tampoco, del camino de regreso ni de la llegada a Cuernavaca, a la casita que rentaste en Ocotepec después del divorcio.

Hoy te duelen aún estos recuerdos; también lo que no recuerdas. Hoy te escuecen un pelín todavía la ausencia y el abandono, como cuando una cicatriz vieja se pone sensible. Hoy te cuesta escribir, pero escribes. Lo necesitas.

Hoy sigues extrañando a tu mamá. Recordándola el día de su cumpleaños (serían 88, como los que tiene Khenpo Rinpoché).

Hoy le deseas, como desde hace varios años, que encuentre la felicidad y esté libre de sufrimiento.

Hoy es agridulce, pero no tan agrio como antes.

Hoy, para celebrarla, le dejas unos plúmbagos (aunque el diccionario diga que no son esdrújulos) de Tepoztlán.







lunes, 21 de noviembre de 2022

(2 días después del) Día de Mausy


No me acuerdo cuándo fue la última vez que vi a Mausy. Seguro no fue placentero. Eso sí lo recuerdo, pues nuestra relación se había roto hacía ya un tiempo.

Pudo haber sido una de dos ocasiones: De pasada en el súper cerca de mi casa, cuando la vi en uno de los pasillos y me escabullí para no toparme con ella. O en Plaza Laurel, adonde había ido a por un helado con Santiago y una (entonces) amiga y una amiga de ella. Creo que nosotros cuatro ya estábamos sentados cuando los vimos llegar, a Mausy y a Leni. Mi (entonces) amiga sabía del rompimiento doloroso con ellos e hizo algún movimiento para protegerme y,  en cuanto pudimos, nos levantamos y nos fuimos. El corazón me iba a mil. Recuerdo una mirada helada de Mausy, quizá era una mirada dolida, y una blusa blanca que llevaba con adornos azules y dorados como de oficial marinero.

Lamento que nuestra relación haya terminado de esa manera. Lamento no haberla visto una última vez en condiciones amorosas. Pero siempre le agradezco su generosidad y su cariño que se materializaron en el departamento que Santiago y yo seguimos considerando nuestro hogar. Aquí un fragmento de ese hogar:


de tarde en el comedor, con las plantas del balcón al fondo










Y, como cada año, Mausy, te pienso en la fecha de tu muerte (porque es la única que conozco con certeza), te mando mis aspiraciones de felicidad duradera, y te dejo una flor de violeta recién abierta,  en otro fragmento del hogar que nos regalaste. Gracias. Siempre.

con escrímuri y madreñas de fondo









miércoles, 16 de noviembre de 2022

Invitado: Karmapa 17


Una condición principal para nuestro egoísmo


No importa cuán autónomos sintamos que somos, no podríamos siquiera empezar nuestras vidas sin dos personas específicas quienes, por lo tanto, no son enteramente distintas u "otras" con respecto a nosotros. Una vez que nacemos, comemos comida de otros, aprendemos de otros, y otros nos visten y nos cuidan durante toda nuestra vida. Solo unos cuantos pasos de análisis nos muestran cuán dependientes somos de muchos, muchos otros para nuestra existencia básica. Quienes somos como individuos emerge como resultado de esas diversas causas y condiciones. Podemos darle un nombre separado a ese resultado y usar ese nombre para identificarnos a lo largo de la vida, pero eso no significa que estemos completamente separados o que seamos separables de esas causas y condiciones. Es completamente válido tener un nombre que nos distinga, pero la realidad que invertimos en ese nombre va mucho más allá de su función. Lentamente llegamos a creer que aquello a lo cual apunta nuestra nombre está completamente separado de todo lo demás. Este mensaje se nos comunica de muchas maneras —y nosotros nos lo repetimos—: "Eres único en el mundo. Eres especial. No hay nadie como tú". Es cierto que somos únicos, pero en la medida en que este discurso realza nuestro sentido de nosotros mismos como absolutamente separados y ajenos a otros, esta percepción misma se convierte en una condición básica para nuestro egoísmo. 



interconexión arácnida


Original en inglés y fuente, aquí.
Traducción al español e imagen, mías.

lunes, 14 de noviembre de 2022

Michi

 Esta es Michi:


Y vive en el departamento frente al mío. Pero hasta hace poco no sabíamos nada de esto. Una mañana, durante mi caminata, la vi en su balcón y la fotografié porque también me veía y porque me gustan los gatos. No sabía ni su nombre ni su género. Luego me olvidé.

Hará casi 1 semana, Santiago y yo salíamos de la casa en la tarde y vimos un gatito pequeño agazapado en la tierra, debajo de unos arbustos en la pared de nuestro edificio que da al sur (creo). No lo habíamos visto por el vecindario. Nos acercamos y no huyó. Parecía acostumbrado a la gente, aunque también se veía asustado.

Teníamos algo de prisa, así que decidimos dejarlo en donde estaba y ver cómo iba la cosa a nuestro regreso. Para entonces ya no estaba donde lo habíamos dejado, pero algo nos hizo buscarlo por los alrededores, linterna (del celular) en mano.

Y lo encontramos, agazapado bajo el aguacate del lado norte (creo) del edificio. Determinamos que aún era bebé y estaba perdido. Le acercamos croquetas, pero se escabulló y se escondió abajo del audi del vecino antigatos. "Hay que sacarlo de ahí pronto", advertí.

Entonces recordé que yo tenía una foto de un minino muy similar en su balcón, la encontré y se la enseñé a Santiago. "Se parecen muchísimo", dictaminó. 

Yo me puse a dar terapia en la compu, mientras él bajaba un platito con leche para intentar atraer al gatito. A media sesión, un toquido urgente en la puerta nos interrumpió. Me disculpé con la paciente, apagué micrófono y video, y abrí: Entró Santiago, levemente rasguñado, con el gatito en brazos. Acordamos que lo llevaría a su baño para evitar una posible confrontación con la Khandro. Yo me disculpé con mi paciente por la interrupción.

Tras la sesión, volvimos a ver la foto y confirmamos que era el mismo individuo. Santiago descartó una de sus dos posibles casas y en la que quedó, no abrían. Le preguntamos a Adrián, el guardia, si sabía algo de nuestros vecinos. Solo que no estaban. Confeccionamos un arenero provisional para la visita, le pusimos agua, más croquetas, atún y otra cajita y trapos para que se echara. Se fue calmando.

Y entonces empezamos a urdir explicaciones para lo acontecido. La más preocupante es que sus dueños se hubieran ido para siempre y lo hubieran abandonado. Tomamos turnos para estar con él en el baño. Nos alegró que comiera y usara la arena, tanto para sus necesidades como para jugar. Yo propuse dejarles una nota a los vecinos, pero Santiago fue de la opinión de esperar hasta el día siguiente. Nos pusimos a jugar cartas, prestando atención a los maullidos del huésped o a la ausencia de maullidos. Muy pendientes, pues.

Y entonces escuché ruidos en el pasillo frente a mi puerta. "Hay movimiento", dije y abrí. La vecina llegaba a casa con su hijo. "Tenemos a su gatito", dije, "lo encontramos perdido abajo y nos lo trajimos mientras llegaban. ¿Quieren pasar por él?". La mujer accedió sin apenas sorpresa (suponemos que Adrián, el guardia, la habría prevenido) y explicando que seguramente la mascota se había escapado cuando salieron en la tarde. Entraron, los llevamos al baño, el gato corrió, pero ella logró alcanzarlo antes de que entrara al estudio y lo cargó. El niño permaneció callado durante toda la operación, aunque se abrazó a su madre y al animalito.

"¿Cómo se llama?", pregunté. "Michi",  respondió ella como avergonzada de no haberle dado un nombre más original. "¿Es gato o gata?" "Gatita." "¿Qué edad tiene?" "Como 3 o 4 meses." "Suerte que le había yo sacado una foto en el balcón", dije. "Sí, le da por subirse ahí también y me asusta", dijo. Y ya no hallamos manera de postergar la partida de Michi, la invitada que apenas cumplía una hora o así con nosotros. 

"Adiós, Michi".

O sea, algo así como: Que te vaya bien. Cuídate. Te vamos a extrañar.

Y sí, el apego, puesto como un calcetín, ya empezaba a hacer de las suyas. A unos cuantos minutos de saber su género y su nombre, tocaba despedirse. Ya sin planes futuros ni conjeturas pasadas. Pero sí con ese dolor/incomodidad/tristecilla urdidos, nuevamente, por nuestra mente.


miércoles, 9 de noviembre de 2022

:t::r:::e:::c::::e y un día

Pues eso, que ayer fue el bloguiversario número 13 de este espacio y hoy cumple un día más. Y siempre es tiempo para celebrarlo, digo yo. 

El vocablo "trece" no tiene ninguna definición digna de mención, pero sí me encontré, en el diccionario de la RAE, con una expresión interesante:

estarse, mantenerse, o seguir, alguien en sus trece

1. locs. verbs. Persistir con pertinacia en algo que se ha aprendido o empezado a ejecutar.

2. locs. verbs. Mantener a todo trance su opinión.

Nunca la había escuchado, quizá se use más en España, pero durante el tiempo que estuve allá tampoco la oí. Pero me gusta la idea de persistir con pertinacia, que es una redundancia, porque "pertinacia" es también, en una de sus acepciones,  "gran duración o persistencia". Pero bueno, así es la cosa cuando una se da a una tarea como la de escribir y compartir imágenes en un, en este blog. 

La primera entrada fue, pues, el 8 de noviembre del año 2009 (mi hijo tenía entonces 13 años) y hemos seguido ininterrumpidamente (lo cual no quiere decir todos los días, pero sí varias veces cada mes: unos, más y otros, menos). Confieso que en el transcurso de estos años, más de una vez me he sentido tentada a tirar la toalla. Dudo de la relevancia del espacio o me decepciono cuando cae el número de veces que las entradas se ven. Alguna vez me propuse alcanzar cuando menos 10 vistas en cada entrada y, aunque es algo que no depende directamente de mí, se ha logrado. No me animo aún a subir el número a 20, pero lo cierto es que más de una entrada ha rebasado las 100 vistas y eso me parece increíble. (Menos mal, entre las 2,934 entradas publicadas, sin contar esta, y los 189 borradores de los cuales alguno verá la luz en algún  momento). 

Así que sí, me he mantenido en mis 13 y mi intención es seguirlo haciendo. ¿Hasta cuándo? Quién sabe. El tiempo y la vida lo dirán.

Y que conste que digo lo seguir en mis 13 en el sentido de perseverar en el esfuerzo y no en el de aferrarme a mis opiniones, que parece ser el uso más común de la expresión (según internet, claro). Si algo intento en el blog es justamente flexibilizar mi propia mente y mi manera de ver el mundo. A veces con más suerte que otras.

Y esta persistencia está sostenida tanto de mi lado —escribiendo, reflexionando, preguntándome, fotografiando— como del de quienes me visitan —leyendo, comentado, pasando en silencio, volviendo o no—. Sin ustedes —amigos, amigas, hijo, nuera, desconocidos, visitantes anónimas o exes de algún tipo— este espacio no podría sostenerse ni tendría sentido. 

¡Gracias a todos, a todas, a todus!

Y para nosotras unas flores que me robé del puesto de siempre de vuelta a casa caminando:










domingo, 6 de noviembre de 2022

Invitado: Karmapa 17


No permitas que nadie te diga cómo debes verte o actuar solo porque eres un hombre o una mujer. Tienes un potencial inagotable que solo puede limitarse cuando crees que tu identidad social es quien realmente eres. Quien eres no es un objeto perfectamente medible. Hay tremenda elasticidad en quien puedes ser. Depende de ti decidir la forma que te das a ti mismo. 



Día de Muertos en Tepoz



Original en inglés y fuente, aquí. Traducción al español e imagen, mías.


miércoles, 2 de noviembre de 2022

Día de Muertos 8



De Muertas es este año. De tu linaje femenino. De las mujeres que han pasado por tu vida, te tocaron y siguieron su camino.











Dasha, terapeuta, amiga, familia. Te hizo saber, en la caja de Sam's uno de los días que la acompañaste a hacer la compra, que tu mamá no sabía de lo que se estaba perdiendo: tu presencia, tu compañía, tu amor.







Graciela, tu suegra, en brazos de Irene, su madre. Te identificas con la brutalidad de la mirada materna helada que ni mira ni ve. Tú y ella quizá se reconocieron, aun sin plena conciencia. Y se acompañaron, a pesar de los pasares. Hoy cumple años de muerta, aunque no te acuerdas cuántos. Y a su lado Judy, Judy Jones, la terapeuta que te salvó la vida hace 26 años y que se fue tan pronto, cuando una amistad apenas se vislumbraba. 








Rosa, tu abuela Rosa, "abuel", como le decían tu hermano y tú. Su primera vez en tu ofrenda. Tu primera vez invitándola. Presencia imponente, constante en tus palabras, a pesar de su conflictiva relación con tu madre, como su madrastra. Querida, al fin y al cabo.









Tu tía Olga, tu queridísima y extrañadísima tía Olga. El amor más claro de tu infancia, el más incondicional, el que te salvó la psique. Para ella, sus Milky Ways favoritos y tu gratitud y tu amor. Siempre. Todos los días.







Tu abuela María Luisa y su tortilla de patata y el cocido de los martes y las historia de Avilés. No tan cercana, tenía otras obligaciones amorosas más urgentes, pero presente en tu padre, en ti, en tu hijo.








La otra María Luisa, tu tía Marisa, y su sonrisa y su fuerza imbatible para enfrentarse a la vida y todo lo que le trajo, lo feliz, lo trágico, lo imprevisible. Y trayéndola a ella, traes un poco a Goulvain, su hijo mayor, tu primo mayor, quien muriera apenas hace unas cuantas semanas. Que encuentren la paz y la felicidad duraderas.








Y tu madre, claro. Medio fantasmal como lo fue en vida. Nunca del todo aquí. Siempre con una carencia a cuestas. Marta (sin hache) Cecilia, nombre único que la separó de su propio linaje. Y junto a ella, tú, porque una muere y renace cada día también. Tú hace casi 30 años, el día de tu boda. Tan lejano. Tan pasado. Tan feliz. Hoy eres otra. Sigues buscándote y soltándote.








Y del linaje de las Adelas, Adela Foucher, tu bisabuela, a la derecha, y Adela Iduarte, tu abuela, la madre de tu madre, a la izquierda. Tu madre niña se esconde por ahí en brazos de su padre. De la bisabuela conservas el recuerdo del pan mojado en aceite de oliva con ajo. De la abuela, su imagen, las historias que te contaron y poco más. Murió joven. Demasiado joven.











Y la Ñaña, tu Ñañita hermosa. Croquetas para ella, aunque la Khandro se las robe del altar. Y con esta Ñaña, el recuerdo también de Ana Rey.


Así la visita de tus muertas este año. Así su compañía. Así su partida. Agridulce también, como la vida misma.