Yo (obviamente) no crecí con redes sociales, o sea, feisbuc, instagram y demás parientes. El primer trabajo que hice en una computadora fue mi tesis de licenciatura; aunque más que hacerla (lo cual fue a mano en realidad), la capturé en la máquina de mi amiga Ángela, que es especialista en el tema de la informática. Para mí, era meramente una máquina de escribir muy sofisticda, a la cual tuve que aprender a perderle el miedo (primer paso para poder usarla con provecho, según la misma Ángela).
Recién hará unos 20 años, más o menos, que empecé a usar el correo electrónico. Abrí mi cuenta de feisbuc allá por el 2009, calculo (en la misma época que inicié este blog), y la de instagram, apenas hace un par de años (y la uso sobre todo como álbum de fotos). No tengo teléfono inteligente, así que no tengo guatsap; telegram, sí, pero solo en mi máquina, que hoy es una laptop color arena (como mi Antuanito).
Este rollito para decir que sigo descifrando las sutilezas (nuances en inglés, qué bonita palabra) de la comunicación virtual.
Hace casi 5 años, escribí otra entrada en este blog donde hablaba de desamigar y bloquear. La de hoy es una suerte de continuación en este camino de comprender cómo nos relacionamos con los demás, sobre todo a la distancia.
Hasta hace una semana tuve una relación con alguien a quien conocí virtualmente (a través de sesiones de zoom, correos electrónicos, entradas de feisbuc e instagram y conversaciones a través de messenger ). Después de un año y pico de virtualidad, nos conocimos en persona en México y pasamos juntas 2 semanas a finales del año pasado y principios de este. Después de esos días, nos despedimos y retomamos nuestra comunicación virtual, aunque solo la escrita. (Se nos quedó pendiente una videollamada.)
Y entonces empezamos a malcomunicarnos. Entramos, creo yo, en el reino de la interpretación: la ausencia de comunicación no verbal (gestos del rostro y del cuerpo, tono de voz, silencios) nos llevó a imbuir las palabras que leíamos con nuestras propias proyecciones (miedos, expectativas, vivencias pasadas) y dejamos de ver a quien estaba del otro lado escribiendo. Quizás sea algo que sucede con frecuencia aun en la comunicación cara a cara, pero la virtualidad sin duda lo acentúa.
Este periplo posterior al viaje desembocó finalmente en que me desamigaran nuevamente. Dos veces: la clásica en feisbuc y la propia de instagram, que consiste en que te dejen de seguir y, en este caso en particular, que ya no pueda yo acceder a su cuenta, pues es privada. Como cuando te cierran la puerta en la cara. Y me volvió a doler, aunque dada la corrupción de nuestra comunicación, no me sorprendió. Me pasó por la cabeza dar yo el siguiente paso, el del bloqueo, pero de momento no me he decidido y no creo que merezca la pena.
Lo que más me sorprendió en todo este intercambio fue una sutileza más de la comunicación no verbal: la anulación de mensajes que ya habían sido enviados, recibidos y leídos.
Para el verbo "anular", que proviene de "nulo", la RAE propone 4 acepciones. Las tres primeras me ayudan a entender el fenómeno:
1. tr. Dejar sin efecto una norma, un acto o un contrato. U. t. c. prnl.
2. tr. Suspender algo previamente anunciado o proyectado. U. t. c. prnl.
3. tr. Incapacitar, desautorizar a alguien. U. t. c. prnl.
Y sí, cuando alguien anula el envío de un mensaje, deja sin efecto las palabras que había dicho, suspende el significado de lo que ya había dicho, y desautoriza a quien las había recibido, retirándole su estimación. O es así, por lo menos, como yo lo viví.
Sentí feo, pues. Como cuando a una niña le dan un dulce y luego se lo quitan. Así, me quedé sin semillas de amistad, sin intenciones de encontrar una salida al enredo, sin su voz y sin la mía (en relación con ella, claro). Quizá lo más fuerte de esta comunicación sea la ambivalencia: el sí pero no al mismo tiempo, el te quiero pero no te quiero, el quiero pero no quiero. Y sé (ahora sí lo sé) que eso no tiene que ver conmigo sino con ella y que no debe ser fácil.
Cierro hoy con las mismas palabras que usé en el 2018 porque siguen siendo válidas, porque son un buen recordatorio:
"En fin que, como vengo pensando desde hace mucho tiempo ya, el Facebook y demás redes sociales no son nocivas en sí mismas, sino que simplemente intensifican y magnifican nuestros patrones neuróticos habituales. Es ahí, me parece, donde está el origen del sufrimiento y ahí también donde podemos empezar a superarlos, recordando que los amigos y los enemigos no son tan diferentes como creemos, ni tan duradera ni sólida la etiqueta que les plantamos encima."
Y con una foto del gato de barro que ya florece: