de ida al Hotel Kafka, me encontré
- el comienzo de un relato: «Dile a tía Juli que no se preocupe, que si eso, yo voy a gastarle los dineros...»
- a una niña pequeña, sentada en su carriola y perfectamente agarrada al tubo en el centro del vagón, tanto que había trozos de su manita donde la sangra no circulaba bien; además, le iba haciendo caras a su padre y él sonreía
- un poema de Alfonsina Storni, que alcancé a leer dos veces, haciéndome cómplice del reclamo de la poeta frente a quien(es) la quería(n) blanca, nívea, pulcra, casta
- una mujer, cuarentona quizá, con kindle en mano y la cara enmarcada por dos mechones de pelo azul
- unos cascos, enormes, color rosa, en combinación ideal con un abrigo rosa, afelpado, calientito
y de vuelta
tras las primeras cañas con los compis del máster
pasada la medianoche
sintiéndome segura por las calles de Madrid
este tren que entraba en la estación (por el lado derecho, claro)