sábado, 23 de mayo de 2020

coronaHallazgo 5


Shantideva fue un maestro budista, que vivió en la India entre los siglos séptimo y octavo de nuestra era. Sus enseñanzas han seguido resonando a través del tiempo, gracias a los maestros vivos de la tradición de Buda Shakyamuni.

Una de sus máximas, expresada de diferentes modos, plantea en esencia dos circunstancias y dos preguntas, en las cuales podría resumirse cualquier situación vital:


Si puedes hacer algo al respecto, ¿para qué te preocupas?
Si no puedes hacer nada al respecto, ¿para qué te preocupas?

Algo tan simple, tan profundo, tan de sentido común es mucho más difícil de poner en práctica que de decir, sobre todo cuando la propia salud, por ejemplo, es la que está en el ojo del huracán. Pero el hecho es que si podemos contactar experiencialmente, aun durante un solo instante, con la sabiduría de estas palabras, el alivio es total.

Hace un año me operé de una catarata en el ojo izquierdo. Me recuperé muy pronto porque, en palabras de mi doctor, era yo «muy joven». Cinco meses después, me vine a vivir a Madrid. A principios del 2020 empecé a notar que veía menos bien con el ojo operado. Hace una semana, las letras me empezaron a aparecer con un fantasma alrededor.

Entonces llamé a mi doctor de México, quien me dijo que consultara, con cierta urgencia, a un colega de él acá. La deformación en la visión parecía apuntar a un problema, más o menos grave, en la mácula que tenía que atenderse «ya».

Y a la voz de «ya» mi mente se puso como loca. O lo intentó. Y en el intento, se acordó, me acordé, de la enseñanza de Shantideva. Sí podía hacer algo (consultar a mi doctor y buscar al colega en Madrid). Mientras iba a la cita, no podría hacer nada más. Y durante un instante, vislumbré y viví la posibilidad de no preocuparme. Y sí, momentáneamente, dejé de sufrir (o de infligirme sufrimiento).

O sea, me di cuenta, en la experiencia y no solo en la razón, que si, en efecto, ponía mi atención en lo que podía hacer y en lo que no, la preocupación resultaba innecesaria. Y si lograba no alimentarla desaparecía por sí misma. Y eso es lo que se llama liberación o trascendencia del sufrimiento.

Fue como verse abrir una rendija en mi mente neurótica por donde pude ver y sentir el espacio, vasto e inabarcable, que es la naturaleza de la mente misma. El miedo no desapareció, pero fue mucho más manejable hasta llegar a la consulta médica, preparada para lo peor, pero abierta a lo que hubiere.

Lo que hubo, por suerte, fue mucho menos grave de lo previsto (una opacificación de la cápsula posterior del cristalino, achacable a mi «juventud» y tratable con un procedimiento sencillo).
Y la epifanía (auspiciada por el confinamiento y el coronavirus) fue un regalo, del Buda, de Shantideva, de Ponlop Rinpoché, mi maestro, de mi propia mente.
Gracias.

6 comentarios:

  1. Cuánta razón en este escrito, un pensamiento que hoy debe ser enmarcado para tenerlo a la mano todo el tiempo!!

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    1. Uy, amiga, me siento honrada y feliz de que sirva de algo. Un abrazo grande.

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  2. Gracias..Esa neurosis que podemos crear con la mente la podemos manejar con la misma mente. Dos caras de la misma moneda. Gracias !

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    1. Qué bien dicho, Toya querida. Y gracias a ti por pasarte, leer y comentar. No hay como dialogar con las amigas donde quiera que estemos. Un abrazo grande hasta Perú.

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  3. Ade queridisima: gracias por escribir tu experiencia, gracias por comentármela durante nuestro zoom y gracias siempre por la comunicación contigo! Eres luz en mi camino!

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    1. Gracias por tus palabras, Olguita. Un beso y un abrazo enormes desde acá hasta allá <3

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