sábado, 25 de enero de 2025

Invitado: SE Khenchen Thrangu Rinpoché


Si estamos apegados a los pensamientos y nos aferramos a ellos, ¿se disolverán por sí mismos? No lo harán. Si miramos la esencia del movimiento, o el pensar, veremos que está vacía de naturaleza y no puede establecerse como nada en absoluto. Los movimientos de los pensamientos no están establecidos en ningún lugar dentro o fuera del cuerpo: por naturaleza, los pensamientos son vacíos en esencia y es por esto que se disuelven naturalmente. Pero ocurren y cuando ocurren, son como nubes en el cielo. Cuando las nubes aparecen en el cielo, oscurecen al sol y a la luna, pero no duran para siempre: se dispersan naturalmente.  

somewhere in Texas

Original en inglés, aquí.
Traducción al español e imagen, mías.

viernes, 24 de enero de 2025

Retrato de familia


A finales de 2024, mi prima (originalmente sobrina) Maricarmen me envió una foto familiar, que aparece al final de esta entrada, para que la ayudara a identificar a los personajes que en ella aparecen. No tengo idea quién la tomó ni en dónde. El escenario es un jardín, que podría ser el que había detrás del edificio donde vivíamos mis papás, mi hermano y yo, pero igual no. Sí sé que el hombre y la mujer mayores son mis abuelos paternos: Román, siempre adusto, parece que mira hacia la cámara, y María Luisa, de ojos tristes y con su inconfundible mechón de canas al frente, mira hacia abajo. En ese momento, calculo que 1964, ella tendría 64 años (casi mis años de ahora: ¡qué impresión!) y él algunos más, aunque no sé cuántos. Ella iba con el siglo (el XX, claro) y él había nacido en el XIX.

A la derecha de mi abuelo, está el mayor de mis primos, Goulvain, hijo mayor de mi tía Marisa, la mayor de los 4 hijos de mis abuelos, y su primer esposo Jean. Se ve tan adusto como mi abuelo. Andaría por sus 20 años aunque parece que tiene más y parece mirar también hacia la cámara: quizá esté enojado, quizá sea mi padre quien sacó la foto, o el suyo. Su hermano, segundo hijo de Marisa, mi primo Jean Louis, aparece a la derecha de mi abuela. Serio también y calculo que un par de años menor que su hermano, Jean Louis mira hacia la izquierda, también como enojado, como en guardia.

Mi abuela, con un collar de perlas al cuello, que mi padre intentó darme tras su muerte pero que yo rechacé para que se lo dieran a otra de mis primas, carga a un bebé, el más pequeño del grupo. Tiene que ser mi hermano Román, el último de los nietos, quizá en el día de su bautizo: podría estar vestido con un ropón; le cuelgan los piecitos encalcetinados y aún tiene la mirada bastante perdida o quizá gira la cabeza a posta. 

En frente de Jean Louis está mi prima Angelita (Angelitina le dijimos durante mucho tiempo), segunda hija de mi tía Angelita, la segunda hija de mis abuelos, y su marido Federico. La niña parece abrazarse a sí misma con expresión triste. A la izquierda de mi abuela está su hermana mayor, mi prima Pepa, con una blusa igual a la de su hermana, pero azul en vez de roja. Me parece que también se ve triste o seria: no sonríe; su mano derecha descansa sobre el brazo de otro bebé que debe ser mi primo Gerardo, el menor de sus hermanos, nacido el mismo año que yo pero 8 meses después, el último hijo de mi tía Angelita. Ambas hermanas miran a la cámara, sin entusiasmo, me parece. Me vuelvo a preguntar quién tomaría la foto. ¿Mi papá? ¿El suyo?

El bebé, que parece estar llorando, está en brazos de mi prima Marisa, la mayor de los hijos de mi tía Maricarmen, la hija menor de mis abuelos, y su esposo José Mari. Ella había muerto unos 6 o 7 años antes. Yo a ella no la conocí; de él tengo un recuerdo vago, fantasmal, que ni siquiera sé si es mío en realidad. Marisa mira a Gerardo con una mirada amorosa, supongo, aunque sus ojos podrían estar cerrados como los del nene.

Junto a Marisa, está mi prima Carmela, primera hija de mi tía Marisa, luego de 2 hombres. Carmela mira a la cámara y esboza una sonrisa. En el brazo derecho se ve una pulsera de oro, que deber ser la que le regalaron mis abuelos para sus 15 años. Todas las nietas recibimos una. Y Carmela me tiene a mí en brazos, la más grande de los 3 bebés. Debo tener el año, calculando que mi hermano nació cuando yo tenía 11 meses. Igual ya camino: traigo zapatitos y un vestidito de niña. En la mano, enarbolo una muñeca desnuda, no sé si para que se vea bien o como arma para amenazar o protegerme, mientras mis ojos miran fija y oblicuamente quién sabe qué o a quién, hacia la derecha del lente de la cámara que nos captura.

Y sentados hasta adelante 4 nietos más. Entre las piernas de Carmela y Marisa, Annie, la hija menor de mi tía Marisa, la primera que murió, hará más de 40 años, como conté acá. Toda ella está girada a la derecha y desde ahí mira de frente hacia quién sabe qué o quién, con un dejo triste o quizá aburrido. Parece que se lleva la mano a la boca, quizás con algún trozo de comida contrabandeado. Junta a ella, mi prima Begoña mira hacia el mismo sitio que Annie. Y junto a Begoña, Jose-Jose Mari-José María-Chema: ambos hermanos de Marisa. Huérfanos los 3, fueron la segunda generación de hijos de mis abuelos. Mi tía Maricarmen murió poco después del nacimiento de Jose, su tercer hijo, y la tristeza y el alcohol se llevaron a su marido poco tiempo después, no sé cuánto: no se sobrepuso a la pérdida de su mujer. Begoña, según fotos que he cachado en las redes, se ve hoy idéntica a mi abuela María Luisa. Se lo comenté, en las redes, y le dio gusto.

Finalmente, junto a Jose, está Federico, el tercer hijo, primer varón, de mi tía Angelita. Estos dos primos eran más o menos de la misma edad, 6 o 7 años mayores, más o menos, que los nietos más chicos: mi hermano, mi primo Gerardo y yo. En la foto, Jose miran hacia la derecha, al mismo lado que Bego y Annie; Fede mira de frente, como sus hermanas, mis abuelos y mi prima Carmela, y es el más sonriente de todos.

De los integrantes de esta estampa familiar, solo 7 (de 15) viven aún. Mis abuelos fueron los primeros en irse: primero él, no me acuerdo en qué año, y luego ella, en 1985, al año del terremoto al que le decimos "el temblor del 85". De la siguiente generación, la de sus hijos, no queda ya ninguno. Murió precozmente la primera de todos, mi tía Maricarmen y luego, menos precoz pero relativamente joven, Román, mi papá. Mis tías Marisa y Angelita murieron ya grandes, Marisa la última en irse, el año del "temblor de 2017", después de enterarse que todos estábamos bien.

Y de la siguiente generación, la de los nietos, que es la mía, aunque quedemos Román, Gerardo y yo a medio camino entre esa y la de los biznietos (nuestros sobrinos), el primero en irse (después de la la muerte tan a destiempo de Annie) fue Goulvain, el nieto mayor, en 2022, después de años de luchar por poder respirar. Le siguió su hermano Jean Louis al año siguiente, después de años de luchar por poder vivir. En el año que recién terminó se marchó Marisa, a quien recordé aquí, y este año empezó con la muerte de Jose.

A Jose, Josechu le decíamos de niños (su padre era vasco), el niño con aspecto tierno y mirada curiosa en la foto (donde viste de pantalocito corto muy a la española), lo quise mucho hace muchos años. Y creo que él también me quiso. Me recuerdo ayudándole a lavarse la mano que tenía enyesada (no sé cómo se la rompió) una vez en que mi papá lo trajo de fin de semana a la casa de mi abuela Rosa en Cuernavaca. Ya más grande (a mitad de mis 20) pasé una temporada corta en su casa, con su primera esposa y sus 2 hijas aún bebés (aunque la segunda quizá no había nacido aún), en transición entre la casa de mi prima Marisa y el departamentito que me compraron mis papás. Vino una época de mucha cercanía, demasiada quizá, y luego un distanciamiento que duró hasta ahora. Sabía de él indirectamente, de sus problemas cardiacos (creo que tuvo varios infartos), de cómo se sacó todos los dientes para cambiarlos por postizos como había hecho su padre décadas antes, de su segunda pareja con quien tuvo una relación estable y amorosa, y a quien yo apenas conocí, en alguno de los últimos cumpleaños de mi tía Marisa, todavía en el rancho. Su muerte me duele en ese mismo lugar del corazón que siempre quedó reservado para él, con un cariño que perdura. Recuerdo también cuando bajábamos (o quizá fue una sola vez) a la barranca de la casa de Cuernavaca y pescábamos guppies en el río. Recuerdo su pecera en la casa azul de mis abuelos y sus pósters de los Beatles, de quienes se sabía todas las canciones aunque no hablara inglés.

Hace unas cuantas noches lo soñé y me quedó la sensación de que contactábamos a través del sueño y nos despedíamos, con el cariño de siempre. Ojalá haya sido así. Lamento no haber vuelto a tener la oportunidad de hablar con él o solo de estar.

Deseo que tu tránsito, primo, sea suave y dulce y que encuentres un lugar luminoso más allá del sufrimiento.
Te quiero.



 
Hoy no deja de sorprenderme que una de las personas más cercanas en mi vida sea un tataranieto de mis abuelos, sobrino nieto mío, hijo de Maricarmen y nieto de Carmela, pero más que nada amigo y cómplice, pero esa es otra historia...

lunes, 6 de enero de 2025

Día de Reyes


Siempre ha sido un día de ilusión. Hoy también es triste. Mañana se va la Luna y yo no puedo dejar de llorar. Lágrimas nuevas y lágrimas viejas. Deben ser.

Los monarcas de oriente se pasaron, como siempre se pasan, aunque yo el nacimiento lo quité temprano, antes de que llegara el año nuevo.

Así se veía, de noche y de día:



Hoy tendremos rosca: Santiago, Yare, Runs y yo. Y yo seguro seguiré llorando y también la pasaré acompañada y querida.

Agridulce día de reyes. 


Como regalo, también, unas foticos de la playa en Guerrero donde me olvidé unos días, entre amigues, de la Luna y la Khandro y todo lo que no funcionó:




















dos lavanderas, una garza, una tortuguita rumbo al mar y el atardecer del 4 de enero

miércoles, 1 de enero de 2025

..bienvenido 2025.....

 


Porque sí.

Por un año de paz y reconciliación.

Por un año  de cercanía y amistad.

Por un año en que seamos como somos.

Porque sí.