La de mi prima Annie fue la primera muerte que me impactó. (Creo que mi abuelo Óscar había muerto antes, pero yo era más chica y mis papás nos mantuvieron a mi hermano y a mí al margen.)
Annie murió joven, demasiado joven. Probablemente bastante antes de cumplir los 30. Annie André Iglesias era su nombre completo. Era la hija menor de la hermana mayor de mi padre, mi tía Marisa. Annie tenía 3 hermanos mayores, dos hombres y una mujer: Goulvain, que muríó el año pasado a los 78; Carmela, que es abuela hace más de 20 años, y Jean Louis, que se ha estado muriendo siempre.
Annie llegó a la vida de mis tíos, supongo, sin invitación. Ya no la esperaban. Ya habían pasado sus días de crianza. Así que se convirtió en la hija problema: precoz, inteligente, hermosa, rebelde. Recuerdo sus ojos brillantes, quizá azules; su sonrisa intensa, que siempre parecía estar escondiendo una segunda intención; y su espectacular cabello chino, largo, rojizo cuando le pegaba el sol.
Annie empezó a salir, a tener novios pues, a una edad temprana, y se fugó con uno de ellos, Gerardo, En algún punto, creo que hasta la policía estuvo involucrada, así como otro primo también de nombre Gerardo, para traerla de regreso. Recuerdo haberla visitado una vez en su casa de Amecameca, cerca del Rancho, la casa de sus padres. Allí me mostró un reloj descompuesto cuyo tictac estaba aceleradísimo: las agujas daban vueltas como locas. Annie comentó que así es como quería que pasara el tiempo cuando estaba separada de Gerardo. A mí me pareció lo más romántico que había escuchado en mi vida.
Annie eventualmente se casó con Gerardo y tuvo a su único hijo, Juan Alberto. Algunos meses después, o quizás más de un año, tuvo un accidente automovilístico. Su marido iba manejando del Rancho a su casa. El bebé, por fortuna, se había quedado con los abuelos (me parece). Algo pasó en la carretera, no recuerdo qué, pero Annie, sin cinturón de seguridad, salió expelida por la ventana del coche. Sobrevivió pero quedó paralítica de la cintura para abajo.
Después del accidente, se fue a casa de mi tía, con su hijo. Su madre los cuidó a ambos. El niño creció sano. (Hoy está casado y es padre de tres hijos, los nietos que Annie nunca conoció.) Ella, sin embargo, se fue marchitando día tras día, hasta que finalmente murió. En mi mente, conservo dos imágenes, provenientes de dos fotografías, de mi prima Annie, creo que ambas después del accidente: En una está vestida con un huipil blanco, bordado en rojo, y sonríe; en la otra, está sentada dentro de un coche rojo, sobre la arena, una ocasión en que Gerardo los llevó a ella y al niño a conocer el mar. También conservo una tristeza que se quedó a vivir muy dentro desde el momento en que recibí la noticia de su accidente, hace muchas muchas décadas, en la casa de mi abuela Rosa en Cuernavaca.
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