Del lat. anellus.
2. m. Aro de metal u otra materia, liso o con labores, y con perlas o piedras ppreciosas o sin ellas, que se lleva, principalmente por adorno, en los dedos de la mano.
Sin.: sortija, tresillo, tumbaga, cintillo.
En este blog varios anillos o sortijas, incluso alianzas, han desfilado: el que me regaló Mausy, los que tiramos al bosque Adrián y yo, de los que habla Dzongsar Khyentse Rinpoché, el que no llegó, el que usaba mi papá, los de la Feria de Tlaltenango, los que nos robaron, el de Mausy (otra vez) y el que me regaló mi tía Olga.
Y en estos días pasados se me apareció otro. No sé si en sueños, en vigilia o en el estado intermedio entre ambos. Un anillo de cobre muy delgadito, lo que en México llamamos una "argolla", en el que se notaban las marcas de los golpes que le habían dado forma, así como el lugar, de color plateado, donde se habían soldado sus dos extremos, supongo.
Este anillo me lo regaló una amiga (llamémosla S) en la secundaria para sellar nuestra amistad. Creo que hicimos el voto de usar el aro delgadísimo siempre (ella también tenía uno). No sé cuánto duró ese siempre pero sí recuerdo que cuando llegaba a quitármelo, una línea verde permanecía alrededor de mi dedo, dando fe de mi compromiso.
Yo creo que lo que había entre S y yo era más que amistad. Cruzábamos ya las fronteras hacia los reinos del deseo y las hormonas. Yo no tenía mucha idea. Yo creo que ella tenía más. (La infatuación lastimó bastante otra amistad, lo cual aún lamento.)
Mi mamá y mi tía Olga también tenían más idea: me dijeron que S y yo no nos debíamos tomar de las manos, como hicimos en la parte de atrás del coche, cuando mi mamá manejaba y mi tía iba de copiloto. Yo no entendía por qué, pero no pregunté.
De S recibí muchas cartas, escritas con pluma fuente y su característica caligrafía. (Quizá en alguna de mis viejas maletas de mimbre sobreviva alguna.) También me regaló una pluma fuente para algún cumpleaños u otra fecha memorable: Una Waterman, que le debe haber salido en una fortuna. Era plateada (¿de plata?) y parecía que la hubieran martillado para darle forma. Creo que accidentalmente se me cayó y se le abrió la punta. Hace años que ya no está en mi vida.
Recuerdo la casa de su mamá, P: un departamento, quizá un pent-house, con una terraza en alto. Me veo allí con un vestido camisero aseñoradísimo, de una tela suave, de jersey de algodón, en tonos pastel, sobre todo verde y con algunos visos azules. Hasta cinturón de la misma tela tenía. ¿Por qué me vestirían así mis papás? ¿Y por qué me dejaba yo ya de adolescente? Enfundada en una piel ajena, vivía la intensidad de la atracción entre S y yo y la confusión por lo que sentía.
En esa época aún pasábamos los fines de semana en la casa de mi abuela Rosa en Cuernavaca, así que fue antes de mis 16, cuando dejamos de ir porque mi mamá le vendió su parte de la casa a la familia de Rosa. Me veo nadando en la alberca y pegándome al fondo, en la bajada entre la parte baja y la onda, impulsándome boca abajo con las manos y preguntándome si era lesbiana. Hablaba con una suerte de dios difuso a quien le decía que no me importaba serlo pero que la incertidumbre me estaba matando. No me contestó.
Con S, la relación se fue enfriando y aunque ambas nos graduamos, para ese entonces ya habíamos dejado de ser amigas. Nunca he vuelto a saber nada de ella, pero conservo un regalo que me dio, pintado a mano por ella misma, en aquella época de intensidad.
El anillo se quedó en el camino de la vida, como tantas otras cosas.