Es el título del cuento que da nombre a esta obra escrita por mi amiga Joana Delgado Casanovas. Me tienta contar la historia de mi relación con Joana, pero eso quedará para otra ocasión, porque esta entrada se trata de la publicación de su primera colección de cuentos. Algo
muy emocionante y merecidísimo.
Como vivo del otro lado del mar, no he tenido la fortuna de tener el libro en mis manos todavía, pero conozco la mayoría, si no es que todos, los relatos que lo componen. Yo me hice fan de Joana desde que leí su primer cuento, en aquel taller de escritura en que coincidimos hace alguna vidas.
Quedé fascinada por la limpieza de su escritura. Sus
palabras son precisas, nunca una de más, y claras, de modo tal que las
metáforas y las comparaciones que nos propone se van entretejiendo sin que
apenas las notemos. Simplemente recibimos el impacto de su significación: nos
abren puertas alternativas al mundo cotidiano, a las experiencias de todos los
días. Me parece que así es la buena literatura: no se notan el esfuerzo, la
entrega y la disciplina que subyacen al texto, parece que su escritura no ha
costado nada, pero la destreza en su construcción nos ofrece espacios e
historias donde nos gustaría quedarnos a vivir o donde ya hemos vivido y lo
recordamos a través de la lectura.
Los personajes de Joana podemos ser nosotros mismos o nuestros conocidos, alguna vecina o un primo olvidado. Son gente común y corriente, tan genuinamente locales que nos llevan a una experiencia compartida, más allá de las fronteras. Y sí, Barcelona está de fondo, a veces como un presencia más: Sant Jordi, la piscina comunitaria del barrio, la casa que cruje de tan triste, un hotel con vistas a la playa o el Hospital del Mar.
Mientras van y lo buscan y disfrutan las palabras de Joana, yo les cuento cómo nos encontramos ella y yo en persona (después de años de hacerlo con un océano de por medio): Yo caminaba adentro de la Librería Cervantes y Compañía en la Calle del Pez en Madrid y miraba hacia afuera; ella caminaba en la calle y miraba hacia adentro. Allí nos habíamos citado. Yo llegaba de México; ella, de Cuernavaca. Entonces nuestras miradas se encontraron a través del cristal. Y de ahí pasamos a un abrazo en la calle y nos fuimos a por un café, como si los hubiéramos estado tomando toda la vida. Luego fuimos juntas a la presentación de un antología de relatos donde cada una había colaborado con un texto. Fue el comienzo de una hermosa amistad.
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