viernes, 31 de mayo de 2024

aleatorio, random pues 3

Escucho el sexto concierto de Brandeburgo de Bach en El Coleccionista. Me conmuevo y lamento, lamanto tanto, que le hayan quitado una hora al coleccionista en una universidad cuyo lema es "Por una humanidad culta". Me sana tanto la música clásica. Me acompaña. Me recuerda a mi papá, en buen plan.

Cuando anoche abrí el segundo cajón de la cocina, el de los cubierto grandes para guisar, me encontré un artefacto (no hay como la palabra gadget en inglés, que me recuerda tanto a Dasha, que los amaba) que lleva conmigo toda la vida, bueno casi toda mi vida adulta, desde que me mudé al número 7 del número 149 de la calle Petén. Fue un regalo de mi primo Jose, a quien hace añísimos que no veo. Quizá me lo dio en su casa, donde transicioné (verbo que la RAE no consigna aún en su diccionario) antes de irme a mi propio lugar. 

Helo aquí en 2 vistas, al derecho y al revés, por decirlo de algún modo.





No tengo nombre para el artilugio en cuestión, que tiene forma de trapecio raro. Lo llamo "el coso ese para aflojar las tapas", que es su uso principal, por lo menos en mi casa. El hueco dentado de forma triangular redondeada (por decirlo de algún modo) que ocupa la mayor pate de su cuerpo sirve, pues, para aflojar tapas de frascos de mermelada, de miel, de pepinillos, de tahini, e incluso de botellas de plástico como la del Tonicol o de agua mineral. El largo del hueco permite ajustar muchos tamaños diferentes y todo es cuestión de tomar el frasco o botella en cuestión con fuerza, poner el coso ajustándola según el tamaño y girarlo, cuando menos un poquito. Es increíble como un poco de esfuerzo logra el cometido. Cuando era niña, alguien me enseñó a aflojar las tapas con la bisagra de una puerta, colocando entre la puerta y su marco el frasco o botella. Funciona, pero suela dañar la propia puerta o la pared.






Nunca pensé que fuera a usar tanto el mentado artefacto. Jose ni debe acordarse de él. También se pueden destapar botellas con corcholata (chapa, dirían de aquel lado del mundo), o sea, es un abridor (abrebotellas dirían). Con el pico afilado que tiene del revés, se podrían hacer agujeros en latas, como las de leche Clavel, por ejemplo, aunque creo que nunca lo he hecho. (Ahora todo es abre fácil). Y el agujero en forma de cuadrado que tiene en la base era para aflojar algún tipo de tornillo en antiguos tanques de gas (tampoco lo he usado nunca, pero mi primo me lo explicó cuando me lo regaló). Uno de los lados del trapecio tiene una serie de hendiduras que ya no tengo idea para qué sirven. (Nunca las usé.) Y, como se puede ver, al derecho lleva la marca de una de las cervezas más típicas de México. (Quizás se lo regalaron a Jose por su fidelidad.)

Y también traigo a este aleatorio, como al primero de la colección, un viejo texto que escribí durante el coronaconfinamiento en Madrid hace ya 4 años.
Se titula "Cosas que extraño de mi tierra".
Era un día de morriña (Del gallegoport. morrinha.
1. f. coloq. Tristeza o melancolía, especialmente la nostalgia de la tierra natal.):

  • Que la gente te diga "salud" cuando estornudas. Te dé las gracias cuando haces algo digno de agradecerse. Te pida disculpas cuando te hayan hecho algo que amerite disculparse.
  •  Las flores amarillas como el sol que se apoderan del mundo, de la tierra, de las grietas en las calles, cuando llega el otoño y paran las lluvias. Sobre todo los cempasúchiles silvestres y el pericón.
  • El canto de los gallos, en casa de mi comadre o en Tepoztlán, por ejemplo
  • Los tacos al pastor (y eso que no soy tan aficionada)
  • Que cuando esté nublado haga frío y cuando haya sol, no

Faltaron muchas, claro.
Creo que tenía la intención de irlo completando y luego salimos del confinamiento y me puse a otras cosas.
Igual puedo seguir la lista en otro día aleatorio.
Hoy, para cerrar, una foto en picado de mi Khandro, uno de los seres extrañados entonces, en modo fetal dentro de caja de cartón. 











Recuerdo cómo cuando deambulaba por casa de Ana, tenía la sensación de que algún gato, negro o calico, se me iba a cruzar en el camino. O imaginaba colas donde no las había.
Ya hace tanto de aquello...


jueves, 30 de mayo de 2024

Invitada: Pema Chödrön



When we resist change, it’s called suffering. But when we can let go and not struggle against it, that’s called enlightenment.




jacranda reflejada en el agua



Cuando nos resistimos al cambio, se llama sufrimiento. Pero cuando podemos soltar y no luchar contra ello, eso se llama iluminación.



Original en inglés y fuente, aquí.
Traducción al español e imagen, mías.


martes, 28 de mayo de 2024

Invitada: bell hooks


Si el amor es realmente la práctica activa —budista, cristiana o del misticismo islámico— requiere la noción de ser un amante, de estar enamorado del universo. Eso es de lo que habla Joanna Macy en El mundo como amor, el mundo como uno mismo (World as Lover, World as Self, 1991). Thomas Merton también habla del amor a Dios en estos términos. Comprometerse con el amor es fundamentalmente comprometerse con una vida más allá del dualismo. Es por eso que el amor es tan sagrado en una cultura de dominación, porque simplemente empieza a erosionar tus dualismos: dualismos de negro y blanco, masculino y femenino, bueno y malo.  


silvestres en chimal

Fragmento original en inglés tomado de esta entrevista.
Traducción al españel e imagen, mías.

domingo, 26 de mayo de 2024

Invitado: S E Garchen Rinpoché


Para mí en este mundo hay solo dos tipos de seres: mis benefactores de amor y mis benefactores de paciencia. La mayoría son mis benefactores de amor; son muy gentiles y me ayudan. Algunos tratan de hacer daño y crean obstáculos: estos son mis benefactores de paciencia.

La gentileza de cada benefactor es igual, y por ende, mi amor por ellos es igual. Quizás mis benefactores de paciencia sean incluso más gentiles conmigo, ya que me permiten que practique la perfección de la paciencia.  Estoy, por tanto, muy agradecido con todos aquellos a quienes no les caigo bien y me hacen domesticar mi enojo. Al mismo tiempo, siento gran compasión por su aflicción, pero puesto que me ayudan a practicar la paciencia y a que mi enojo y mi envidia disminuyan gradulamente, ellos son mis maestros. 


Así, al final, cuando alcance la iluminación y mi enojo y envidia hayan cesado, es debido a su gentileza. Por esa razón, los amo enormemente. 

en el punto medio









Original en inglés, aquí. Traducción al español e imagen, mías.


sábado, 25 de mayo de 2024

hallazgo 35


Santiago queda de venir a comer.
Poco antes de la hora acordada, me avisa que almorzó después de lo planeado y que mejor viene más tarde, después de la comida.
Es la segunda vez que me lo hace en unos cuantos días. 
Pienso y siento.
Y para mi sorpresa no me enojo.
Pero veo la posibilidad de enojarme.
Coqueteo con la posibildad de enojarme.
Me tienta.
Pero no me enojo.
Decido qué comer y qué serie ver mientras como.
Y como y veo la serie. Y me la paso bien.
Y no me enojo.
Y veo claramente cómo es en mi propia mente donde evité el sufrimiento, que de otro modo, habría sido autoinflingido.
Y veo claramente cómo es en mi propia mente donde está la posibilidad de no sufrir.
La posibilidad de ser feliz y permanecer en calma, por lo menos durante un rato.
(Gracias, Buda. Gracias, dpr. Gracias, "yo".)

paseando en coyoacón con runs



viernes, 24 de mayo de 2024

Historia de un mueble


Imperdibles la segunda acepción y los sinónimos que la RAE consigna para el sustantivo "mueble":


Del lat. mobĭlis.

2. m. Cada uno de los enseres movibles que sirven para los usos necesarios o para decorar casasoficinas y todo género de locales.

Sin.:
  • enseresbártulostrastos.

Esos seres aparentemente inanimados que nos acompañan en nuestro transitar por la vida, y por la muerte. Hace unos días capté el juego de la luz vespertina y las persianas del balcón en uno de los lados de un mueble morado que preside mi estancia, entre la sala y el comedor de mi casa.


Unas noches después, mientras intentaba conciliar el sueño pensé que valdría la pena contar la historia de ese enser movible que sirve para usos necesarios y también decora.


Pues este mueble (¿vitrina? ¿librero?) vivía, o más bien vivió, en el despacho de abogados de mi abuelo Óscar. Por supuesto que entonces no era morado. Seguramente era de un tono maderoso profundo y serio, como corresponde a un despacho de abogados. Sé que este espacio se ubicaba en el número 8 de la Calle Bolívar en el centro de la Ciudad de México. Yo nunca lo conocí. Mi abuelo enfermó poco después de que yo naciera y el despacho se debe haber desmontado por aquel entonces. 

 







No tengo idea de adónde fue a parar este trasto, pero yo no lo recuerdo en la casa familiar, o sea, en el departamento 2 del número 548 de la calle Uxmal. Quizá lo haya guardado Manuel en su taller de costura. Quizá separando las 6 piezas que lo componen. Quizás. El caso es que cuando yo me "independicé" de mis papás, me fui a vivir al departamento 7 del número 149 de la calle de Petén.









Unos meses después decidí, con su ayuda, montar en otro de los departamentos, cuyo número he olvidado, del mismo edificio mi consultorio como psicoterapeuta. Y mis papás me apoyaron con algunos muebles. Entre ellos, el viejo librero/vitrina que, a instancias de mi papá (yo creo), se renovó dándole un cambio de color y convirtiéndolo, gracias a no sé cuántas caspas de pintura automotiva, en un mueble morado 
(mi color favorito) intenso . 









Y, así, pasó a ser mío. Y desde entonces se ha ido mudando conmigo. De Petén a Bartolache, a la casa de Adrián, donde monté mi consultorio adaptando el garage. Durante su estancia en esa casa, la Xunca, la perrita que rescatamos en Popo Park, le masticó las agarraderas del cajón, que junto con sus 4 patas, constituye la parte inferior del mueble. 

De ahí pasamos a vivir al Castillo Plano, la casa de mi papá en Chimal, pero no nos llevamos muebles ni me acuerdo en dónde quedaron. Pero el mueble morado sí llegó con nosotros a Cuernavaca: primero al búngalo de Narciso, luego a la casita de Privada de Hortensia, después a la casa de Kurt en la carretera vieja a México y, tras el divorcio, me siguió a Ocotepec y hace 19 años a La Arboleda, donde le acabo de sacar estas fotos. 


De abajo para arriba, y en términos de su uso, el cajón contiene mi colección de casetes (una suerte de banda sonora original de mi juventud), que con suerte podré volver a escuchar pronto si se recupera mi aparato de sonido. Ahí guardo también incienso, unos cuencos para agua que a veces pongo en el altar, un encendedor y algunas cosillas más que no han encontrado otro lugar. 

En el módulo que sigue hacia arriba viven materiales relacionados con mi camino espiritual: textos budistas, cedés con enseñanzas, una campana, un dámaru y un dorje (que espero aprender a usar más pronto que tarde), algunas imágenes relacionadas con la práctica, el esqueleto de un erizo de mar, que debo haber comprado (más que encontrado) en alguna playa hace añísimos, un libro con canciones de realización y el ODM del Noveno Karmapa.

Sobre este reino, en el siguiente módulo, habita un "juego de aire": una colección de 12 figuras de barro, pintadas de blanco con rayas rosas (porque eran para un niño; las de adulto llevan rayas moradas) y decoradas con diamantina, que se ha ido cayendo a lo largo de los años. Fue doña Felipa, de Tlayacapan, la maestra alfarera que las hizo y a quien se las compramos Adrián y yo en una feria. Luego la fuimos a buscar a su pueblo y le encargamos otras figuras. Aquí puedes leer más sobre esta tradición morelense relacionada con la curación de algunas enfermedades. Adrián y yo compartíamos el gusto por la cerámica y nos dividimos las piezas que habíamos comprado juntos cuando nos divorciamos.

El tercer módulo de mi mueble morado alberga mi altar: el Buda y mis demás maestros, incluyendo un dibujo de KTGR que hizo Santiago cuando lo conoció. Tiene un par de hojas invernales que yo recogí hace más de 20 años en California, cuando conocí a mi maestro, dpr, una foto con su autógrafo y otra del Karmapa 17 con el suyo, que Rinpoché me regaló en aquella ocasión cuando fracasamos en nuestro intento de traerlo a México por primera vez. Acompañan este espacio sagrado una serpiente de barro salida de las manos de Santiago, un dedal de cerámica que él me trajo de York y el cuerpo de una preciosa mariposa negra con pinceladas de azul, amarillo y rojo. Un conejo talismán de barro, rosa y amarillo, de los que hice para regalar en mi cumpleaños 60, que explotó y Runs restauró, dejándolo con un corazón evidente. Y un caracol que me regaló alguien cuyo nombre he olvidado, pero cuya presencia me resultaba perturbadora y por eso mismo lo coloqué en un lugar seguro que me recuerde el trabajo que me toca hacer con mi mente. 

Arriba del altar, sobre el mueble mismo viven varias violetas, incluida una maceta elefante que me regaló León para mis 60, una veladora sostenida por un plato de ensalada (el único sobreviviente) que me regaló una amiga en mi despedida de soltera (hace tantas vidas que apenas la recuerdo) y un matacandelas de barro en forma de guajolote. 

Para mudar el mueble hay dos opciones: o se desarma y se mueve parte a parte o se envuelve en cobijas y se asegura con cuerdas para moverlo como una sola pieza. Creo que así han sido sus últimos movimientos. Quién sabe cómo será la próxima.

jueves, 23 de mayo de 2024

Invitado: Yongey Mingyur Rinpoché


el punto clave de todo el camino 

Al despedirme, me gustaría darles un pequeño consejo para que lo conserven en su corazón. Quizás me hayan escuchado decir esto antes, pero es el punto clave de todo el camino, así que merece repetirse:

Todo lo que estamos buscando en esta vida —toda la felicidad, satisfacción y paz mental— está justo aquí, en el momento presente. Nuestra propia conciencia es en sí misma fundamentalmente pura y buena. 

El único problema es que nos quedamos tan atrapados en los altibajos de la vida que no tomamos el tiempo para hacer una pausa y notar lo que ya tenemos. 




Original en inglés y fuente, aquí.
Traducción al español e imagen, mías.

lunes, 20 de mayo de 2024

Vulnerabilidad 8

Te levantas con el tiempo justo para vestirte, desayunar algo ligero y prepararte un té antes de dar tu sesión de terapia de las 9:30 am. Ya con el tiempo encima, no se te ocurre mejor idea que, rápidamente, echar a remojar una blusa en una cubeta en el patio de servicio.   Quizá te la pongas para el cumpleaños de Frida al día siguiente.

Y entonces, en cámara rapidísima,  te encuentras con una caguama marca Indio (una de esas botellas enormes de cerveza) estrellada en el piso del patio, donde ha vivido durante meses junta a otra de otra marca porque tu hijo y tu nuera dijeron que  estaban quemadas y no te animaste a tirarlas.  El contenido burbujeante se cuela por todos los recovecos del patio y su aroma por toda tu casa, mientras el empeine de tu pie izquierdo queda rajado por el vidrio traicionero de la botella. 

Caminas hacia el baño más cercano, dejando huellas parciales de sangre en el camino. Subes la pierna al lavabo para echarle agua fría a la cortada con la esperanza de que la sangre pare. Te duele el chorro de agua fría sobre la herida, pero no hay tantísima sangre. Piensas que quizá logres cerrar la herida con una curita e ir a conectarte con tu paciente.

Pero cuando sales del baño y te sientas frente a la compu ves cómo los dos márgenes de tu piel están muy separados el uno del otro.  No crees que eso pueda cerrar solo. Cancelas la sesión y le marcas por teléfono a tu hijo. No  te contesta y él tiene el coche. Le marcas por teléfono a Frida, que también tiene coche y vive cerca y, llorando, le cuentas lo sucedido. Voy para allá, te dice. 

Le vuelves a llamar a tu hijo. Ahora sí te contesta. Sigues llorando, pero no sangrando demasiado. Te dice que respires, que arregla sus cosas y te encuentra en un ratito.

Llega Frida  y aún lloras un poco.  La herida no te duele casi nada. (Impresiona lo frágil y sabio que es el cuerpo.) Frida intenta hacer una videollamada con su mamá, que es médico, para  que les diga qué hacer, pero no la encuentra.  Entonces deciden ir a la Clínica Tlatenango, que está en Zapata, cerca de tu casa. Llevas tu pasaporte para identificarte. 

Las reciben amablemente, sobre todo una guardia mujer, y les dan sendos tapabocas (a $5 pesos cada uno). Es una clínica que atiende COVID y son obligatorios. Frida se forma para registrarte y tú te sientas a  esperar. Llevas la herida tapada con una venda. Llamas a Santiago para decirle dónde están. Ya viene en camino y Frida tiene muchas cosas que hacer. Te pregunta si estás bien sola mientras llega tu hijo. Asientes. Se va.

Al poquito rato te llama la enfermera Sonia que te lleva a un cubículo donde te abre un expediente. También te toma la presión, te mide la glucosa y el oxígeno, te pesa, te mide  y te pregunta qué pasó.  ¿Hace cuánto tiempo que se cortó?, pregunta. Como una hora, respondes. Oyes la voz de tu hijo afuera y lo ves de reojo. Sales para decirle dónde estás  y te vas a sentar con él cuando la enferemera te indica que vuelvas a esperar a que te llame la Dra. Fer.

Al poquito rato, te llama una muy joven doctora que te lleva a un cubículo que dice CURACIÓN.  Estás mucho menos nerviosa de lo que esperarías. La Dra. Fer te pregunta hace cuánto te cortaste y le respondas que más o menos una hora. Tienes la impresión de que la gente tarde mucho en atenderse una herida como esta.

Se la enseñas. La evalúa y te dice que necesitará un par de puntadas para ayudarla a cerrar. Le preguntas si podrás nadar. Te pregunta si lo haces profesionalmente. Le respondes que no, que es para refrescarte. Te dije que mejor hasta que te quiten los puntos.

Sonia, la enfermera, está de acuerdo con la decisión de la doctora. Le pregunta si necesita ayuda y la doctora le dice que solo el equipo de sutura. Como en ER o Grey's Anatomy, piensas. 

La doctora Fernanda te pregunta si te asustan las agujas. Le dices que no especialmente pero que tampoco te gustan. Te dice que te va a dar unos piquetitos con anestesia y luego te coserá. Mantienes la mirada en otro lado mientras lo hace y antes que cante un gallo (que para estas alturas ya cantaron hace mucho), estás cosida, vendada y con las instrucciones para cuidarte (tienes que tener la herida tapada dos días y lavártela con agua y jabón neutro cada 12 horas). Le preguntas cuánto debes y te dice que nada. (Gratísima sorpresa.) Le agradeces.

Ya de salida, la guardia amable arregla las cosas, hablando con la Dra. Fer, para que vuelvas el lunes 27 a que te quiten los puntos.  Le agradeces. Y se van Santiago y tú a tu casa, donde alcanzarás a atender a tu paciente de las 12:15.

Piensas que es la primera vez que te han cosido una herida por un accidente. (Parece que, sin importar la edad, siempre quedan primeras veces posibles.) Una vez, te quitaron una bolita del pulgar de la mano derecha y te dieron 2 o 3 puntadas, pero fue planeado. Cuando te operaron de cataratas, te dieron una puntada en el ojo, que luego te quitó el oculista en el consultorio, pero no se veía y fue planeada.  Cuando nació Santiago te hicieron una episiotomía innecesaria que te cosieron en tus 5, así que mejor en eso ni pensar.  Y cuando de adolescente te redujeron una fractura de nariz, no hubo necesidad de abrirte. Tampoco cuando te rompiste la nariz y tuvieron que operarte a principios del 2021. 

Es un milagro que estemos vivos, le comentas a tu hijo, con lo frágiles que somos. También resilientes, piensas. Y piensas que quizá utilices la cicatriz que te quede en el pie  como base para otro tatuaje.




miércoles, 15 de mayo de 2024

Día del Maestro

Me da no sé qué dejar pasar este día sin escribir nada, así que escribo. 

Como el diccionario de la RAE no define ni el sustantivo "maestro" ni el verbo "enseñar" con demasiada inspiración, para mi gusto, me fui al Merriam-Webster, donde el sustantivo "teacher" me llevó al verbo "teach", con propuestas interesantes que traduzco en verde al lado de la definición en inglés y con el ejemplo en anaranjado:

transitive verb

1
a
to cause to know something    ocasionar que alguien sepa algo
taught them a trade                    les enseñó un oficio
b
to cause to know how              ocasionar que alguien sepa cómo
is teaching me to drive                me está enseñando a manejar
c
to accustom to some action or attitude    acostumbrar a alguien a alguna acción o actitud
teach students to think for themselves        enseñar a los estudiantes a pensar por sí mismos
d
to cause to know the disagreeable consequences of some action    ocasionar que alguien sepa las consecuencias                                                                                                                                                                                               desagradables de una acción
I'll teach you to come home late                                                             te voy a enseñar a llegar tarde a casa
2
to guide the studies of                      guiar los estudios de   
3
to impart the knowledge of                impartir el conocimiento de               
teach algebra                                        enseñar álgebra
4
a
to instruct by precept, example, or experience    instruir por precpeto, ejemplo o experiencia
b
to make known and accepted                        hacer que algo sea conocido y aceptado
experience teaches us our limitations                la experiencia nos enseña nuestras limitaciones
5
to conduct instruction regularly in                    llevar a cabo instrucción regularmente
teach school                                                           enseñar en la escuela

intransitive verb

to provide instruction act as a teacher                proporcionar instrucción: actuar como un maestro

Me parece que estas propuestas cubren un rango bastante amplio de lo que un maestro puede hacer. Quien me viene primero a la mente es mi maestro espiritual, Dzogchen Ponlop Rinpoché, cuyas acciones cubren estas 6 acepciones y más. (Gracias, Rinpoché, por tu guía constante, tu paciencia, tu sabiduría, tu humor, tu sonrisa.) 

Y desfilan también por mi mente varias maestras y maestras de la escuela donde pasé 15 años, desde el kínder hasta la prepa. Hoy nombro a unas cuantas y seguro me dejo algunas en el tintero: Miss Evangelina (que me enseñó las reglas de acentuación en español), Miss Nancy (que nos leía cuentos maravillosos en inglés), Miss Demy (Dimitrula, que siguió alimentando mi amor por el español), Miss Jackie (que siguió alimentando mi amor por el inglés), Miss Rull (que me hizo enamorarme de la literatura en lengua española), Mr. Hendricks (que me enseñó a amar la literatura estadunidense), Miss Bodossian (que me enseñó a amar la literatura inglesa), Miss Tobyanne (que además de geografía, me abrió los ojos y la conciencia social), Miss Esmeralda (que me enseñó a mecanografiar y a usar taquigrafía, 2 habilidades que apoyan aún mi quehacer como escritora y traductora). 

Luego vino la carrera: recuerdo a Raúl Ávila (maestro de fonética y fonología), a Armando Pereira (de novela hispanoamericana) o a Juan Miguel Lope Blanch (de etimología) y su esposa Paciencia Ontañón, que no me acuerdo qué clase me dio. Quizá más duraderas y profundas han sido las enseñanzas de mis maestros de escritura: Isabel Cañelles (la primera) y Eloy Tizón (en el máster fallido) y junto a ellos mis compañeros de escritura: Joana, Jaime, María Loherr, Atalanta. Parecen de otras vidas, pero hay trocitos (más grandes o más pequeños) de cada uno, de cada una, en mis palabras. Y aquí entran también tantos alumnitos con los que he compartido vida y espacio (que valgan Natalia, Ximena, Fernanda, Toño, Ian, Abril, Mony, Paula, como representantes de tantos otros: ¡gracias a todes!)

Y claro, más allá de los maestros formales, están mis papás y mi abuela Rosa que me enseñaron en positivo y en negativo, o sea, cosas que decidí adoptar y otras que decidí rechazar. Mi tía Olga, que me enseñó sobre todo el poder del cariño. Mi hijo, que ha sido un espejo donde me he encontrado con lo mejor y lo peor de mí, pero un espejo que con paciencia y amor me ha permitido trabajar en mí misma y cambiar y ser cada vez más abierta, más tolerante, más compasiva, aunque a veces me cueste. Y junto a mi hijo, en este camino de conocerme y soltar y cambiar y traspasar mis límites y buscar nuevas formas, he tenido la fortuna de encontrarme con mi comadre (María Eugenia), con mi nuera (Yare), con mi sobrino (Runs) y con amigues de ahora (como Frida, como León, como Sara o Ángeles) y amigues de antes (como Linda, Blanca, Natasha, Pilar, Jessica, Ángela, Miguel Ángel, Francisco, Claudia). Mis amores y exes también han sido mis maestros y maestras (Adrián, Staci, Deepak, Javier, Rafael, Horacio, Susana) y, sin duda, mis hermanes en la sangha (Marisa, Néstor, Elena, Olivia, Perla, Erica, Geo, Lourdes, Beatriz, Stephanie, Lee, Allyn). Y seguro que hay nombres que se me escapan (lo siento).

También quienes me han agraviado (o por quienes me he sentido agraviada) han sido mis maestras y maestros, aunque hoy prefiero omitir los nombres en esta categoría, que igual a veces se sobrelapan con la categoría de quienes me han querido.(O sea, nuestros "amigos" y "enemigos" no son sólidos ni tienen una existencia inherente. Nosotres tampoco.)

Y he tenido, claro, maestros más que humanos: mis gatas (Ñaña y Khandro), nuestra perra (Xunca), el Popo y la Izta, el calor de estos días y el frío que conocí aquel año nuevo en Lyon, la pandemia y el confinamiento, los sueldos precarizados y mi coche Antuanito o los mosquitos que me atacan como helicópteros en estas noches que parecen de verano.

Hoy dejo la enumeración hasta aquí, sorprendida (la verdad) de lo que este 15 de mayo me ha hecho contactar. Y como muestra de agradecimiento sentido, nos dejo a maestros y alumnas, que al final somos todes, este cempasúchil extemporáneo y su sombra (de una maceta de doña Pina bajo la celosía de su patio interior): pasajeros, inasibles, brillantemente aparentes y sin embargo vacíos, como todo...