Imperdibles la segunda acepción y los sinónimos que la RAE consigna para el sustantivo "mueble":
Del lat. mobĭlis.
2. m. Cada uno de los enseres movibles que sirven para los usos necesarios o para decorar casas, oficinas y todo género de locales.
Sin.: |
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Esos seres aparentemente inanimados que nos acompañan en nuestro transitar por la vida, y por la muerte. Hace unos días capté el juego de la luz vespertina y las persianas del balcón en uno de los lados de un mueble morado que preside mi estancia, entre la sala y el comedor de mi casa.
Unas noches después, mientras intentaba conciliar el sueño pensé que valdría la pena contar la historia de ese enser movible que sirve para usos necesarios y también decora.
Pues este mueble (¿vitrina? ¿librero?) vivía, o más bien vivió, en el despacho de abogados de mi abuelo Óscar. Por supuesto que entonces no era morado. Seguramente era de un tono maderoso profundo y serio, como corresponde a un despacho de abogados. Sé que este espacio se ubicaba en el número 8 de la Calle Bolívar en el centro de la Ciudad de México. Yo nunca lo conocí. Mi abuelo enfermó poco después de que yo naciera y el despacho se debe haber desmontado por aquel entonces.
De ahí pasamos a vivir al Castillo Plano, la casa de mi papá en Chimal, pero no nos llevamos muebles ni me acuerdo en dónde quedaron. Pero el mueble morado sí llegó con nosotros a Cuernavaca: primero al búngalo de Narciso, luego a la casita de Privada de Hortensia, después a la casa de Kurt en la carretera vieja a México y, tras el divorcio, me siguió a Ocotepec y hace 19 años a La Arboleda, donde le acabo de sacar estas fotos.
De abajo para arriba, y en términos de su uso, el cajón contiene mi colección de casetes (una suerte de banda sonora original de mi juventud), que con suerte podré volver a escuchar pronto si se recupera mi aparato de sonido. Ahí guardo también incienso, unos cuencos para agua que a veces pongo en el altar, un encendedor y algunas cosillas más que no han encontrado otro lugar.
En el módulo que sigue hacia arriba viven materiales relacionados con mi camino espiritual: textos budistas, cedés con enseñanzas, una campana, un dámaru y un dorje (que espero aprender a usar más pronto que tarde), algunas imágenes relacionadas con la práctica, el esqueleto de un erizo de mar, que debo haber comprado (más que encontrado) en alguna playa hace añísimos, un libro con canciones de realización y el ODM del Noveno Karmapa.
Sobre este reino, en el siguiente módulo, habita un "juego de aire": una colección de 12 figuras de barro, pintadas de blanco con rayas rosas (porque eran para un niño; las de adulto llevan rayas moradas) y decoradas con diamantina, que se ha ido cayendo a lo largo de los años. Fue doña Felipa, de Tlayacapan, la maestra alfarera que las hizo y a quien se las compramos Adrián y yo en una feria. Luego la fuimos a buscar a su pueblo y le encargamos otras figuras. Aquí puedes leer más sobre esta tradición morelense relacionada con la curación de algunas enfermedades. Adrián y yo compartíamos el gusto por la cerámica y nos dividimos las piezas que habíamos comprado juntos cuando nos divorciamos.
El tercer módulo de mi mueble morado alberga mi altar: el Buda y mis demás maestros, incluyendo un dibujo de KTGR que hizo Santiago cuando lo conoció. Tiene un par de hojas invernales que yo recogí hace más de 20 años en California, cuando conocí a mi maestro, dpr, una foto con su autógrafo y otra del Karmapa 17 con el suyo, que Rinpoché me regaló en aquella ocasión cuando fracasamos en nuestro intento de traerlo a México por primera vez. Acompañan este espacio sagrado una serpiente de barro salida de las manos de Santiago, un dedal de cerámica que él me trajo de York y el cuerpo de una preciosa mariposa negra con pinceladas de azul, amarillo y rojo. Un conejo talismán de barro, rosa y amarillo, de los que hice para regalar en mi cumpleaños 60, que explotó y Runs restauró, dejándolo con un corazón evidente. Y un caracol que me regaló alguien cuyo nombre he olvidado, pero cuya presencia me resultaba perturbadora y por eso mismo lo coloqué en un lugar seguro que me recuerde el trabajo que me toca hacer con mi mente.
Arriba del altar, sobre el mueble mismo viven varias violetas, incluida una maceta elefante que me regaló León para mis 60, una veladora sostenida por un plato de ensalada (el único sobreviviente) que me regaló una amiga en mi despedida de soltera (hace tantas vidas que apenas la recuerdo) y un matacandelas de barro en forma de guajolote.
Para mudar el mueble hay dos opciones: o se desarma y se mueve parte a parte o se envuelve en cobijas y se asegura con cuerdas para moverlo como una sola pieza. Creo que así han sido sus últimos movimientos. Quién sabe cómo será la próxima.
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