Que sí puedo. Ese es el primero de estos dos y con él, visualizo con claridad la sombra del "no puedo" que me ha acompañado muchas veces en mi vida, sobre todo en momentos de crisis. Supongo que es una manera mía de materializar, durante años sin conciencia, esa maldición paralizante emitida, supongo (o espero) que también sin demasiada conciencia, por mi madre, y asumida sin más por mí. Ver a la cara el miedo a ser incapaz es la mejor manera de superarlo, como quien adopta una gata bebé y no se pregunta si podrá o no (a veces me sorprendo a mí misma...).
Y luego, pude ver la otra cara de la moneda o, más bien, las dos caras de la moneda de mi patrón favorito para establecer relaciones amorosas. De un lado, la convicción de que haga lo que haga, no consigo alcanzar el amor y, por el otro, en el caso particular de mi último intento, mi total rendición frente a alguien quien, a pesar de mi abandono pasado, decía que me seguía queriendo. Si estos elementos se aderezan con unos cuantos hilos de culpa (guardada durante tres décadas), queda asegurada la pérdida de discernimiento. En otras palabras, así envuelta perdí de vista las señalas que indicaban que se acercaba un fracaso, un nuevo abandono, quizá vislumbrado pero rápidamente negado frente a la posibilidad de la redención del amor primigenio.
Ojalá para la próxima pueda conducirme de manera novedosa...
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