Cosas que suceden en mi ventana 2
- Mientras doy terapia a una paciente en México, una urraca, una señora urraca, preciosa, tan blanca y tan negra, se para en la caja del aire acondicionado que está adosada al quicio de la ventana y me mira. Me mira. Con precisión, fija su mirada en la mía. Casi me hipnotiza. Alcanzo a ver hasta sus patas y sus uñas. No puedo quedarme mucho tiempo porque mi paciente también me mira, desde el ordenador. Después de un eternidad instantánea, doña urraca se va. Volando.
- Los árboles se mecen. Con más o menos suavidad. Con sus semillas secas y sus hojas nuevas colgadas de la misma rama. (Vida y muerte compartiendo el mismo espacio.) Se mecen al son de un invierno que no acaba de irse. De una primavera que no acaba de llegar. (Qué raras son las primaveras de este lado del mundo.)
- La orilla del toldo, aun recogido, se bate con el viento. Como la vela de un barco varado en la playa. En cuarentena.
- Parece que no sucede nada. Que cada segundo es igual al anterior. Cada minuto idéntico al previo. Todos los días, el mismo día. Y, sin embargo, la vida sucede en mi ventana. Las plantas florecen en el balcón de mis vecinos.
- Las nubes pasan. A veces, se quedan y se apoderan del cielo. Lo ensombrecen. Y parece que el sol ha desaparecido.
- Me dan ganas de llorar. Se me quitan las ganas de llorar. Lloro.
- Se oyen ladridos distantes de algún perro que sacó a pasear a su amo (acá no hay perros callejeros) y se encontró con un colega antipático. O será que así platican los perros.
- Retumban las zapatillas (una suerte de pantuflas con tacón) de mi anfitriona, que pasea por el piso aporreando el parqué como si tuviera la culpa de algo.
- Me pregunto qué carajo estoy haciendo aquí, en el piso sexto de un edificio madrileño, tan lejos de mi casa. Ya no busco respuesta. Extraño. Echo de menos. Estoy.
- ¡Y nieva! En mi ventana. En Madrid. Hoy. ¡Nieva! (Aunque no cuajará, casi me puedo imaginar las ramas de mis árboles cubiertas de blanco.)
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