El primer escrito que titulé «la compra», un intento de «reseña cultural» para mi clase de Periodismo y no ficción, resultó ser un texto delirante durante cuya lectura en voz alta en clase no pude parar de carcajearme. (Creo que lo escribí en estado de casi ebriedad, al día siguiente de una parranda.) Igual algún día lo comparto por aquí.
Hoy, voy por la segunda compra. Muy diferente.
Hoy, voy por la segunda compra. Muy diferente.
Ayer fue el primer día que salí de casa después de dos semanas de encierro total. Me ofrecí a hacer la compra, pues mi anfitriona, al pertenecer al grupo de alto riesgo por su edad y su calidad de fumadora, no se atreve a salir, ni debería hacerlo. Quedamos en que me iría alrededor de la hora de la comida, para toparme con menos gente. A las 2 y media más menos.
Pasadas las 2, empecé a sentir un cosquilleo en el cuerpo. Una mezcla de emoción y de miedo. Si no quieres, no salgas, me dijo Ana. Si no salgo hoy, no volveré a salir, pensé yo. Y me alisté para hacerlo: suéter, chupa, llaves, tarjeta, guantes y bolso para los productos. Bajé los seis pisos a pie, para hacer ejercicio y por cierta fobia al elevador. Para salir a la calle, usé la manija de la puerta principal, envuelta en un mazacote azul que no sé qué prevendrá.
Una cuadra a Fleming, otra a Juan Ramón Jiménez y luego el último cruce. En el camino, un par de personas, a lo suyo, evitando aun la mirada. Mi primera parada, la farmacia. La dependienta, con mascarilla y guantes. Ya con la medicina en el bolso, junto a un té para dormir, le di las gracias por su servicio continuado. Me agradeció el agradecimiento. Quizá sonrió bajo la mascarilla.
Mi segunda parada, el Supercor. Lo primero que noté, la ausencia del mendigo que suele pedir a la entrada. Un hombre no demasiado grande, pero avejentado por la vida, de origen eslavo (me ha parecido siempre). Seguro alguien sin techo. Ya me había yo preguntado estos días qué sería de él. (Ojalá no esté demasiado mal.) Después, el ofrecimiento de guantes de plástico. (De esos tan flojos que no creo que sirvan para nada) y un poco más allá, los cajeros, con mascarillas y «protegidos» por una mampara de plástico adosada a las cajas.
Ya había decidido usar mi propio bolso como carrito, así que, sin mayor dilación, bajé la cuesta para entrar. Muy poca gente. Dos o tres clientes, que ni de coña cruzaron su mirada con la mía. Dos empleados (uno del lugar, otro de abastecimiento, parecía) hablaban de su trabajo y de los riesgos que implica. Les agradecí que lo hicieran. Parecieron sonreír bajo sus mascarillas.
Iba sin prisa, pero con precisión. Había memorizado la lista, de indispensables, seguidos de necesarios. Fui llenando la bolsa. Lo último, tres calabacines. Me pidieron dos, pero estaban preciosos y cogí tres. De ahí, a la caja. Pasé a la primera. Saqué mis productos, los recibí del otro lado, pagué, y le di las gracias a la cajera, por su servicio continuado. No parece haber sonreído bajo la máscara. Solo se le veían unos ojos cansados, muy cansados que, quizá, estuvieran atados a un gesto de resignación.
Al salir, me despedí del guardia y le agradecí, también. Él respondió con una inclinación de cabeza y, quizá, una sonrisa. Salí a la calle y me enfilé a «casa». Vi unas flores blancas en un arbusto, pero no me detuve.
La salida fue más fácil de lo que pensé. El aire y el solecito me cayeron bien. Pero me embargó una tristeza profunda, de esas que calan hasta la médula. Las calles, muertas. La poca gente, desconfiada. La ausencia, dueña de todo. Desde casa, una puede imaginarse cosas, pero estando fuera, el estado de alarma es ineludible.
Al llegar al portal, usé la puerta automática (venía cargada) y tomé el elevador (esperando que nadie hubiera estornudado recientemente dentro). Entré al departamento y desempaqué. Necesitaba contarle a Ana cada detalle de la salida. Me escuchó como esperando que no me extendiera demasiado.
Ya veremos qué depara la compra 3.
Como cada relato, fuimos a la compra juntas, sentí un hueco en el estómago en partes de la narrativa,y en otras, tu fuerza y tu valentía. Te abrazo muchísimo y te acompaño desde acá.
ResponderBorrarGracias, Susy, por esa compañía constante que hace mucho más llevadero esto que nos está tocando vivir. Te abrazo muchísimo de vuelta.
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