martes, 24 de noviembre de 2020

Home 21, armando el rompecabezas 4

 Y hoy es el día de mi tía Olga, que completa mi tercia de cariños de noviembre. Es su cumpleaños y lo celebro mucho porque no sé qué habría sido de mí sin su compañía y su amor durante mi infancia y mi juventud. Lo celebro también porque me dejó otra tía Olga, su hija, a quien llamo de cariño Olguita, que me brinda hoy su compañía y su amor.

Estoy segura de que a mi primera tía Olga le encantaría saber, igual lo sabe de algún modo, que Olguita y yo nos mantenemos cerca y nos acompañamos en el camino de la vida. Que hablamos de ella, que la recordamos, y que nos conectamos en ese espacio cálido y amoroso que para mí sabe a café con leche. Sé de sobra que haber sido la sobrina nieta fue más fácil que ser la hija. Que quizás en este caso recibí yo un cariño menos cargado de oscuridades. Que tuve la suerte de relacionarme con el lado más luminoso de mi tía. Y agradezco a la vida por ello y a Olguita por conservar conmigo ese espacio luminoso y cálido, más allá de las tristezas y las complicaciones.

El año pasado le dejé a mi tía un clavel pensando que era su flor favorita. Olguita me dice que eran los alcatraces. Pero como de esos hoy no tengo y en el altar de muertos que montamos Joana y yo en Barcelona, puse claveles en su honor (uno rojo y varios jaspeados), hoy le dejo esta preciosa cola de borrega, oriunda de México y florecida y brillante en el otoño madrileño, sí de nuevo en el Jardín Botánico:




Gracias, tía, por haberme dado y seguirme dando un espacio amoroso que puedo reconocer dentro de mí y donde puedo conectarme cuando en el mundo de afuera me siento perdida. 

Gracias por ofrecerme ese pedacito de hogar que me salvó entonces y me sigue salvando ahora.

Gracias por darme tu amor y por recibir el mío.

Te quiero. Hoy. 

Te quiero. Siempre.


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