miércoles, 23 de noviembre de 2022

Día de doña T

La última vez que vi a doña Teresa, la mamá de mi comadre María Eugenia, fue hace un pelín más de 10 años, cuando Santiago y yo nos fuimos a despedir de ella en su casa de San Vicente Chimalhuacán. Yo calculo que habrá muerto poco tiempo después, un día como hoy.

Creo que doña T es la primera persona de quien me despido con conciencia, con calma, con cariño.

Fuimos Santiago y yo una mañana a verla. Estaba en su cuarto, en su cama, junto a sus tres hijas (creo que estaban todas) y su hijo. Entramos a verla y se veía más pequeña, consumida por la enfermedad, pero tranquila y lúcida, como siempre.

Entre las cosas que nos dijo, recuerdo sus palabras en el sentido de que ya no era lo que había sido. Y, claro, en la vida vamos dejando de ser quienes somos momento a momento. Lo decía con tristeza, pero con aceptación. No recuerdo qué le dijimos nosotros. Palabras de cariño.

De ahí pasamos al comedor, donde nos invitaron a almorzar tamales. Doña T nos escuchaba desde su cuarto, pegado a la cocina. Hablamos de cosas que no recuerdo. El ambiente era ambivalente: lleno de cariño, mezclado con tristeza.

Después del almuerzo, emprendimos el camino de regreso a Cuernavaca y le dimos aventón a Silvia, la hermana mayor de mi comadre, a Cuautla.

Hoy, cuando pienso en doña T, a 10 años de su muerte, siento el mismo cariño que nos tuvimos en vida, combinado con extrañamiento y con una sensación de paz y compañía continuadas. 

Cuando salí a caminar esta mañana, capturé un avión que surcaba un cielo azulísimo y pensé que le gustaría a doña T porque le gustaba viajar.

Aquí se lo dejo con una ráfaga de besos, deseándole que haya encontrado un espacio más allá de la tristeza, un espacio de felicidad perdurable más allá del sufrimiento. 






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