Hay veces que el peso que llevamos cargando, y me refiero a la carga emocional, esa que no se ve pero que se manifiesta en nuestro ánimo como tristeza, como enojo, como decepción, se aligera de maneras insospechadas. "Al pan, pan y al vino, vino", decían mi padre y mi abuelo y ayer esa sentencia me liberó. No solo constaté que quien se decía mi amiga (no digamos, además, mi familia) no lo era, sino que, además, le pude decir cómo me sentía al respecto: Dejar de fingir me dejó sola, otra vez, pero aliviada. Ver la verdad a la cara puede ser doloroso, no hay duda, pero también disuelve de un plumazo las expectativas erróneas. Quedé, pues, con un espacio abierto en el pecho, los ojos ligeramente enrojecidos y la mano sostenida por una amiga sincera.
Parece que el antifaz de la decepción se cierne sobre nosotros, últimamente...
ResponderBorrarUn abrazo de regreso Adela,
Db.