La receta es infalible: Asegúrese de establecer una relación profunda con otra persona (no importa el sexo, pero eso sí, sin sexo), es decir, una amistad. Cuando haya creado un espacio de confianza mutua, es probable que lo inviten a formar parte de un círculo mayor. Las cosas se están poniendo a punto. Es momento de empezar a mostrar su cara juguetona, medio rebelde, simpáticamente irreverente. O sea, puede empezar a verbalizar aquello que los demás no se atreven a poner en palabras. Empiece por detalles pequeños, insignificantes, pero eso sí, sea siempre honesto, a saber, 1. adj. Decente o decoroso. 2. adj. Recatado, pudoroso. 3. adj. Razonable, justo. 4. adj. Probo, recto, honrado. (Puede escoger la definición que mejor le acomode: Todas suenan igual de vanas.)
Poco a poco, notará cómo el gusto -en algunos casos hasta admiración expresa- por su irreverencia se empezará a transformar en incomodidad. Donde antes encontraba sonrisas y guiños de complicidad, ahora se topará con cejas levantadas o ceños fruncidos. El proceso va por buen camino.
Para cerrar con broche de oro, solo deberá hacer valer sus derechos, aun cuando sus colegas y presuntas amistades opten por la sumisión en nombre de la lealtad. Entonces la empresa estará completa. Empezarán a tacharlo de traidor y a tratarlo como enemigo público número uno. Ahora los gestos cómplices se harán a sus espaldas y tendrán como objetivo su aislamiento. Culpabilizarlo será el nuevo deporte regional.
Finalmente, no le quedará más que voltearse hacia sí mismo y preguntarse: "¿Cómo es posible que por enésima vez vuelva a ponerme en este mismísimo lugar?" Y si se siente como víctima, disfrútelo, de preferencia en silencio, mientras determina, también por enésima vez, cuál es su responsabilidad en el proceso.
Y, por favor, intente no volver a tropezar con la misma piedra.
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