para Tony, que la adivinó sin conocerla, que hubiera querido estar con ella ahí
Marta sin h está parada al lado del camino.
Sus piernas están ligeramente separadas y el peso de su cuerpo está cargado hacia la derecha. Las manos se esconden atrás, al final de su espalda. Su pecho está metido y sus senos se distinguen apenas debajo de la blusa blanca. El vientre aparece algo abultado y detrás de sus hombros se vislumbra esa tendencia a jorobarse que se acentuaría con el paso de los años, como si el mundo se le hubiera ido quedando encima. Lleva unos aretes de oro y alrededor del cuello, tres hilos de collares, quizá del mismo material. El pelo, ondulado, le enmarca el rostro y llega casi hasta los hombros. Sobre su frente el cabello le dibuja un triángulo pequeño. Está en un lugar alto, aunque, a pesar de la falta de sol, no debe hacer demasiado frío porque no lleva suéter.
Sonríe, es cierto, pero en sus labios se esconde un dejo de tristeza, de ausencia.
El resto de la fotografía está ocupada por la tierra del camino y la niebla, que se cierne desde el fondo, va cubriendo los árboles y amenaza con tragarse a Marta sin h. Así recuerdo a mi madre muchas veces: con ese peinado y ese ser casi invisible, como si llevara siempre junto a ella una bruma, dolorosa, constante.
Entonces tenía 41 años.
Mil cumbres, Michoacán, 1975 - reza el reverso de la fotografía,
con esa característica letra manuscrita suya que yo amaba de niña.
con esa característica letra manuscrita suya que yo amaba de niña.
Es curioso, pero al ir leyendo la descripción de la foto, ha venido el recuerdo de una foto de mi abuela, tal vez fue unos 10 años antes que la que mencionas.
ResponderBorrarSerán esas redes de la memoria colectiva - fascinante. (Me encanta que me leas. ¡Gracias!)
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