Cuando yo era niña, cada 14 de febrero, durante no recuerdo cuántos años, recibía una tarjeta de la tía Rosa. Yo nunca la conocí, pero me sentía muy halagada y especial cada vez que el correo me traía un corazón solicitándome ser el valentine de mi tía. Ella era prima de mi abuelo Román, el padre de mi padre. Vivía en Florida, Miami quizás, adonde había emigrado procedente de Cuba. En la isla caribeña se había establecido, en su momento, el padre de Rosita, el tío Segundo, proveniente de Asturias.
No tengo idea por qué el tío Segundo abandonó su tierra natal (probablemente para "hacer la América", como tantos otros) ni conozco muchos detalles de su vida. Sin embargo, mi padre me contaba que el tío tenía una pata de palo, consecuencia de alguna guerra o un accidente, supongo. También tenía un amigo cercano, de nombre hoy desconocido. Este sujeto un buen día se enamoró y para conquistar a la dama en cuestión recurrió a las habilidades literarias de Segundo, quien se encargó de escribir en su nombre una serie de cartas de amor. Cuando el amigo decidió proponerle matrimonio a su amada, le contó también que el autor de las misivas no era él sino Segundo. Ella le contestó entonces que de quien estaba enamorada era de Segundo y no de él. Así fue como mi tío abuelo se casó, con todo y su pata de palo.
Los ecos de ese amor me llegaron a mí durante la infancia en las tarjetas de Rosita, hija del tío Segundo y de su esposa, cuyo nombre también desconozco, al igual que las razones que me convirtieron a mí en la feliz destinataria de los buenos deseos de esa parienta de mi padre a quien nunca llegué a ver en persona.
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