Cuando mi hermano y yo éramos adolescentes (supongo, pues de niños cumplíamos con nuestras tarjetas tanto en español como en inglés para celebrarla), un buen día le avisamos a mi mamá que declarábamos abolido el día de la madre, so pretexto de que era una mera convención con fines comerciales. La pobre no dijo más que aceptaba siempre y cuando también aboliéramos el del padre. (No recuerdo si lo hicimos.)
Pasaron los años sin celebración hasta que me casé y nació mi hijo. Poco a poco empecé a ver las cosas desde una perspectiva diferente. (Me gustaba que a mí me celebraran el día.)
Después del nacimiento de Santiago, la relación con mi madre se truncó durante varios años, unos ocho calculo, hasta que un 10 de mayo, decidí revocar la abolición y la llamé. No la encontré, así que dejé un recado en su contestadora (mi padre había muerto cuatro años antes) informándole de la revocación. Al cabo de unos días recibí una llamada de mi tía Marisa, hermana de mi padre, quien hizo de mediadora entre mi madre y yo.
Finalmente, mi mamá me llamó y así reiniciamos una relación telefónica. Todavía nos tomó unos meses hacer una cita en persona. La vi por primera vez desde que naciera su nieto el 7 de agosto de ese año. Resultó que esa vez fue también la última, pues murió sorpresivamente justo dos meses después, el 7 de octubre.
Hoy celebro haber reconectado con ella antes de su muerte. Creo que fue tan sanador para ella como lo fue para mí. Hoy la celebro y me sigo reconciliando con ella y con su recuerdo. Hoy me celebro y me sigo reconciliando conmigo misma y con mi ser mamá. Hoy sigo aprendiendo a disfrutar a mi hijo, en las buenas y en las malas.
Hoy dedico el mérito de mis acciones a mi madre y a mi hijo.
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