En mis andanzas matutinas por la internet, hoy me encontré una cita en inglés, atribuida al Buda, sobre la amistad. Inmediatamente la traduje y la compartí y lo vuelvo a hacer aquí, aun con la conciencia de que estas palabras bien podrían, como sucede tantas veces en el mundo virtual, no ser de quien se supone que son. Poco importa si resonamos con ellas:
Cultiva un amigo cuyas maneras son siete. ¿Cuáles siete? Da lo que es difícil de dar, hace lo que es difícil de hacer, soporta lo que es difícil de soportar, confiesa sus propios secretos y guarda los tuyos, en tiempos difíciles no te abandona, y no te abandona cuando estás triste.
Casi medio siglo de vida y yo me sigo haciendo bolas con mis relaciones amistosas. Casi cinco décadas de buscar amistades, de encontrar amistades, de inventarlas y, finalmente, de decepcionarme de ellas. Qué patrón tan agotador. Pero cuando hoy leí esta supuesta enseñanza del Buda, algo me quedó claro: Yo quiero amigos que sean así y, de hecho, los tengo y los he tenido en el pasado. Pero también es cierto que me he especializado en relaciones que me enseñan más por sus carencias que por sus obsequios. Aunque es indudable que tales personajes iluminan mis propias faltas y me obligan a enfrentarlas y responsabilizarme de ellas, también constituyen una fuente constante de desgaste. Es como pedirle a un olmo, una y otra vez, que me ofrezca peras.
Supongo, más bien sé de cierto, que el telón de fondo para tales charadas es la complicada relación que tuvimos mi madre y yo. Pero ya va siendo tiempo de que la acabe de soltar, deje de buscar el mismo patrón en otras mujeres (y hombres también) y disfrute de quienes tienen las siete maneras que describe el Buda. Por descontado queda que este trato implica que las siga cultivando en mí, que no siempre soy una perita en dulce...
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