Our destination is never a place,
but rather a new way of looking at things.
Henry Miller
Hacía más de dos meses que no se veían ni hablaban. Algunos correos electrónicos y su decisión de no felicitarla en su cumpleaños. Nada más. Y, de pronto, al salir de las escaleras eléctricas en el centro comercial, vio una figura de espalda acompañada por un hombre que le pareció familiar. Pagaban la cuota del estacionamiento en la máquina automatizada. Entonces supo que era ella, la mejor amiga que había dejado de serlo. Su cuerpo se contrajo todo, afuera y adentro. Quería decirle a su hijo que se apurara. Evitar que la viera correr.
Su hijo empezó a articular algo, pero la carga emocional de ella era tan fuerte que cerró la boca y la siguió. Ella llegó a pensar que él no había notado nada, pero la leyó como a un libro abierto y le hizo segunda sin cuestionarla. Bajaron el siguiente tramo de escaleras y salieron a la calle. Ella seguía temblando, más por dentro que por fuera.
No es la primera vez que vive algo así, pero espera que sea la última, la última vez que un amor se le convierte en enemigo y la cercanía, en desencuentro.
La noche del último fin de semana de octubre le regala unas cuantas gotas de lluvia y, quizá, el último aroma a tierra mojada de la temporada. Los truenos de salida la acompañan mientras se acurruca en su cama. Tal vez ya pueda empezar a encontrar una nueva manera de ver las cosas...
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