sábado, 24 de noviembre de 2012

mi tía Olga

Es
El café con leche para cerrar un día pesado.
Una partida de cartas jugada como dios manda.
Los consejos, casi advertencias, sobre las relaciones, en especial con el sexo opuesto.
El amor incondicional.
Más abuela que tía, casi mamá.
Quien salvó mi cordura durante las tormentas de la infancia.
Una cuba con coca y ron servido de su botellita de champú, polizona en su bolsa.
Comida todos los martes al salir de la escuela: Primero en la casa de la enorme escalinata negra, a unos metros de la nuestra, y luego en el departamento de Av. Coyoacán.
Tostadas con su inigualable salsa verde, la mejor tinga de pollo del mundo y aquel postre sonorense (quesadillas de queso con miel de piloncillo o algo así).
Una cobija azul claro que tejió para mi hijo, a quien ya no pudo conocer.
Una despedida sin palabras en el teléfono desde su cama de hospital.
Presencia en la ausencia, todos los días.

Sigue siendo

Hoy cumpliría muchos años (no sé cuántos con exactitud).
Hoy como siempre, la sigo amando.

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