Como consta en por lo menos otros dos lugares (aquí y acá), no es la primera vez que me ocupo de este término, intentando descifrar la experiencia o estado al que alude. Sin embargo, hoy me conecto desde un lado mucho más suave, dulce incluso.
Platicar durante alrededor de cinco horas con una recién adquirida conocencia dejando al descubierto viejas esperanzas y miedos, lugares dolorosos ya pasados, expectativas nuevas y darme cuenta que con todo y todo, desde mi parte más tierna, me reconozco y me relaciono con apertura, con ilusión, con lo que uno de mis maestros, Dzongsar Khyentse Rinpoché, llama el "corazón de la tristeza": Esa pequeña campana que repica en mi interior recordándome, como a todo el mundo, la inevitabilidad del cambio, es decir, que cualquiera que sea el estado actual de nuestras relaciones, de nuestra salud, trabajo o cualquier aspecto de nuestra vida, todo absolutamente todo, mudará, dejará de ser como es hoy. Y aunque esto podría en principio ser causa de angustia o ansiedad, bien mirado es un alivio enorme que me permite abrirme a lo que hoy llega, soltando lo que pasó ayer y tratando de no pensar demasiado en lo que sucederá mañana. Así, en esta primera plática de esta nueva relación descubrí que la vulnerabilidad no tiene por qué ser temida y evitada. Desde ella es que pude empezar a contactarme de una forma más genuina.
Si tuviera que ponerle banda sonora al momento, lo haría con la voz de Joni Mitchell diciendo: "Love is touching souls"...
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