Recorrió todo el camino, de ida y vuelta, varias veces: desde la punta de los dedos hasta la muñeca, más largamente sobre la palma de su mano, aprovechando el calor del sol. Él siguió hablando mientras ella se paseaba. Intentó alentarla a irse o a cambiar de escenario. Ella sabía lo que hacía.
Cuando él describió cómo, al superar el miedo, uno está listo para saltar desde el acantilado, la avispa emprendió el vuelo.
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