sábado, 15 de junio de 2013

Karmapa's Eyes



o (trabajando con el) remordimiento.

1. m. Inquietud, pesar interno que queda después de ejecutada una mala acción.


Llevo mucho tiempo, toda la vida desde que nació mi hijo (si no es que otras vidas más), acumulando remordimientos por lo que he hecho mal, lo que he hecho peor y cómo lo he repetido una y otra vez, lastimándolo, aun sin querer, en incontables ocasiones. Pero la acumulación de inquietud y pesar solo se acabó manifestando como la repetición de los mismos patrones que los producían, como un laberinto sin salida.

A esto se suman algunos años de meditar y de recibir enseñanzas budistas, entre ellas, aquella sobre cómo darnos cuenta de lo que sucede en la propia mente es la base para poder cambiar los patrones habituales de pensar y actuar, y aquella otra sobre cómo reconocer los propios errores es tan importante como soltarlos, después de haberlos confesado. Recuerdo en particular a una maestra describiendo la inutilidad de arrastrar por el mundo una bolsa llena de mierda, la culpa, sin por ello ser capaces de detener los comportamientos donde está se originó (y lo seguirá haciendo si no la soltamos).

El proceso me resultó mucho más complicado de lo que podría verse en papel (o en pantalla). Sí, me di cuenta hace bastante de mi tendencia a exasperarme y verter la exasperación (léase agresión) sobre quien estuviera más cerca, mi hijo en la mayoría de los casos. Lo vi mil veces y mil veces más, pero parecía que jamás lograría detenerme y cambiar el rumbo de mis reacciones. Pero, seguí intentándolo y repitiéndolo, y volviendo a intentar y repitiéndolo de nuevo, con más o menos mierda acumulada y con justificaciones y pretextos más o menos elaborados.

Hasta que hace poco, muy poco, me paré delante de él, tras interminables horas de desesperación, y fundí mi mirada con la suya o, más bien, él fundió la suya con la mía. Todo el universo eran sus ojos, mucho más allá de mi persona, mucho más acá de mi mente discursiva: sin palabras (lo cual es difícil de explicar sin ellas). Y entonces decidí, sin la menor duda, que nunca más iba a repetirse un episodio de agresividad mía hacia mi hijo, como el enésimo incidente de hacía un par de días. Esa mirada me brindó la fuerza para tomar la decisión y hacer lo necesario para cumplir con el compromiso.

Seguramente será labor del resto de mi vida (y con toda probabilidad de varias vidas más), pero ahora me siento acompañada y la compañía proviene tanto de afuera como de adentro.

Karmapa Khyenno


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