por Javier Roselló Iglesias
a la memoria de paco,
gran amigo
(y gracias a adela, por aportar
este espacio; aunque en su momento
no conoció a paco, hoy en día ya lo conoce
un poco)
La ruta del sur,
el camino de África. Cuando ya hace quince años -¡quince años ya!- un grupo de cuatro amigos nos encaminábamos a
los confines del sur marroquí, poco podíamos prever que unos años después el
primero en faltar sería precisamente el más joven de todos. Paco, que tan
ilusionado estuvo con aquel viaje. Paco, para quien aquel primer viaje marroquí,
como también para mí, tuvo un cierto carácter iniciático. Aún tuvimos la suerte
de repetirlo dos años después. El siempre previsto tercer viaje ya quedó allí
donde habita el olvido, que dice la canción.
Recuerdo en Sidi
Ifni el atardecer en las azoteas del hotel Suerte Loca o del hotel Bellevue frente
a un té verde y escuchando los cánticos del muecín y los rugidos del
embravecido océano, la Mar Pequeña de Berbería de nuestros antepasados. En la
playa de Sidi Ifni dice la tradición que en los días de temporal rompen hasta
siete veces las olas: son siete crestas de espuma blanca. Son las siete olas de
Ifni, los terribles rompientes. Al fondo, recortadas sobre el mar gris y entre
la bruma húmeda atlántica, vemos las siluetas del embarcadero y de las
gigantescas torres de hormigón del abandonado transbordador aéreo, la
instalación que en definitiva fue lo que nos hizo llegar a los confines del sur
marroquí.
Ahora, entornando
los ojos en un día gris y húmedo, resulta fácil ver esa estampa e imaginar el
runruneo del motor diésel y ver pasar el curioso automotor rojo, como un
equilibrista mecánico, suspendido sobre los rompientes... suspendido sobre las
siete olas de Ifni… Y a los mandos, Paco, sonriente. Hoy, 13 de marzo, hace tres años que Paco nos
dejó repentinamente, dejando un hueco imposible de llenar.
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