miércoles, 25 de junio de 2014

Carta abierta a Abril


por Javier Roselló Iglesias


para abril y sus compañeros de séptimo

Abril, de ti solo sé que eres una guapa muchacha de catorce años que está cursando primero de secundaria en una escuela de Cuernavaca. El otro día, cuando nos saludamos en skype, me preguntaste: “Javier, ¿cómo  tuviste tanta paciencia?”,  en referencia a la historia de amor, con un vacío de treinta años en su discurrir, vivida entre tu miss y yo. ¿Recuerdas? La pregunta me tomó un poco desprevenido y no atiné a contestar sino con alguna vaguedad. Y luego me reproché no haberlo hecho de otra manera.

Abril, te contesto ahora.

Con tu pregunta, de algún modo reviví el momento hace tres décadas en que ella y yo nos arrancamos el uno del otro y cuando, tras el doloroso desgarro, tuvimos los dos que seguir con nuestras vidas. A mí solo el habituarme a su ausencia me permitió vivir. Yo no consideré, quizás simplemente porque me sentí absolutamente incapaz de ello, la opción de olvidarme. Ella, en gran parte para evitar de cuajo la posibilidad de que yo sufriera más, optó por olvidar. O, como escribió después, eso creyó. Voluntaria o involuntariamente cada uno de nosotros dos cerró su caja de recuerdos. Yo callé y me habitué a su ausencia, sin ningún ánimo de victimismo, y ella inventó una nueva historia de sus relaciones amorosas en la que simplemente eliminó la presencia de su primer (y gran) amor. Y pasaron los años y los dos, cada uno por su lado, vivimos relaciones con mayor o menor éxito.

Pero ya desde tres años antes de que surgiera aquella historia de amor, ya desde el momento en que nos conocimos en 1980 —cuando ella entonces apenas tenía tres años más que tú ahora— entre nosotros empezó a tejerse un hilo que desde entonces nos unió sin saberlo. Estaba trenzado con amistad y cariño, aparentemente. Luego supimos que el amor de alguna forma ya estuvo presente en ese hilo desde sus inicios y que unos años después se convirtió en una presencia tenue y silente, pero tenaz, entretejida primero con amor y luego con tristeza. Ese hilo nos unió a lo largo de los años oscuros de silencio, sin que nosotros fuéramos conscientes de ello, y nos guio por fin a nuestro reencuentro.

Y cuando se entreabrieron nuestras cajas de recuerdos, descubrimos que lo que había allí dentro era mucho más intenso y poderoso que lo que nosotros podíamos imaginar. Y un vertiginoso mes de enero descubrimos que la corriente surgida de aquellas cajas, como la resaca de las olas del mar, nos arrastraba a los dos a aquel lugar de donde nunca hubiéramos debido salir, a aquel lugar donde supimos que siempre habíamos deseado estar. El lugar allí donde simplemente habita el otro. Y a eso es a lo que llamamos amor.

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