por Raúl Rivera
[Nota mía: Hace casi tres meses publiqué aquí un recuerdo infantil
que giraba alrededor del ombligo. Por otro lado, contacté por correo
electrónico al guardador de la memoria para invitarlo al blog y me envió de
vuelta una respuesta preciosa, reflexionando sobre el significado de aquel
momento. Creo que podría verse como el otro lado de la moneda de mi relato. Con
su venia, hoy la comparto aquí también.]
Mira que fue toda una experiencia vivencial el que te
hubieras decidido a decir una palabra tan impúdica a media clase. Tenías una
gran atenuante: eras la más lista del salón y la perpetua “tarjeta dorada”. Así
que la maestra no podría pensar que te atreviste a lanzar una palabra “perturbante”, sino algo que salía de
tu ya desde entonces sesuda cabecita. Para mí, era como casi traspasar la
barrera de lo permitido.
¿Quién lo iba a decir? Cuatro décadas después, esta muy
divertida anécdota me hace pensar en dos cosas: prejuicios y criterios. No sé
cuántas veces después de aquella en que no me atreví a mencionar al ombligo,
nos hemos dejado llevar por autolimitaciones y malas opiniones para hacer o
decir algo. Seguramente muchas de las veces sin fundamento.
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