jueves, 9 de octubre de 2014

...o.m.b.l.i.g.o... (2)


por Raúl Rivera

[Nota mía: Hace casi tres meses publiqué aquí un recuerdo infantil que giraba alrededor del ombligo. Por otro lado, contacté por correo electrónico al guardador de la memoria para invitarlo al blog y me envió de vuelta una respuesta preciosa, reflexionando sobre el significado de aquel momento. Creo que podría verse como el otro lado de la moneda de mi relato. Con su venia, hoy la comparto aquí también.]


Mira que fue toda una experiencia vivencial el que te hubieras decidido a decir una palabra tan impúdica a media clase. Tenías una gran atenuante: eras la más lista del salón y la perpetua “tarjeta dorada”. Así que la maestra no podría pensar que te atreviste a lanzar una  palabra “perturbante”, sino algo que salía de tu ya desde entonces sesuda cabecita. Para mí, era como casi traspasar la barrera de lo permitido.

¿Quién lo iba a decir? Cuatro décadas después, esta muy divertida anécdota me hace pensar en dos cosas: prejuicios y criterios. No sé cuántas veces después de aquella en que no me atreví a mencionar al ombligo, nos hemos dejado llevar por autolimitaciones y malas opiniones para hacer o decir algo. Seguramente muchas de las veces sin fundamento.

¡Pero se acabó! Después de ese afortunado y divertido encuentro en el teatro, no me vuelve a pasar. No me vuelvo a guardar  un comentario o una acción por miedo a la crítica o al rechazo. No lo volveré a hacer, aunque esté de por medio... ¡mi ombligo!

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