NOMBRAR
EL AMOR DEMASIADO PRONTO
Es una
dificultad humana, hermosa pero muy dolorosa. El quiebre de nuestro corazón
proviene en gran medida de intentar nombrar a quien amamos o lo que amamos y la
manera en que lo hacemos demasiado
pronto en el vulnerable viaje de descubrimiento. Nunca podemos saber al inicio,
cuando nos estamos dando a otra persona, a un trabajo, a un matrimonio o a una
causa, exactamente en qué tipo de amor estamos participando. Cuando exigimos algún
tipo específico de reciprocidad antes de que la revelación haya florecido completamente,
nos encontramos decepcionados y desconsolados y en ese pesar podríamos perdernos
la forma particular de amor que es de hecho posible, pero que no cumplió con
nuestras expectativas iniciales demasiado específicas. Al sentirnos despojados, asumimos nuestra
identidad como alguien que está decepcionado del amor; nuestra decepción casi
orgullosa nos impide ver la falta de reciprocidad de la persona o de la
situación simplemente como una difícil invitación a una forma de afecto más
profunda y aún irreconocible.
El
acto mismo de amar siempre se convierte en un camino humilde de aprendizaje, no
solo cuando seguimos su modo difícil y descubrimos sus formas diferentes de
humildad y hermosa postración, sino extrañamente a través de su presentación fiera a todas sus incontables formas, sorprendentes y diversas, cuando se nos
pide continuamente y en contra de nuestra voluntad que nos rindamos de tantas
maneras diferentes, sin saber exactamente, o de qué forma, cuándo o cómo, el
misterioso regalo será devuelto.
Nombramos
sobre todo para controlar, pero aquello que vale la pena amar no quiere estar
sostenido dentro de los límites de un llamado demasiado estrecho. De muchas
maneras, el amor ya nos ha nombrado antes de que empecemos a articular lo que
está sucediendo, antes de que podamos pronunciar las palabras adecuadas o
entender qué nos ha ocurrido o sigue ocurriéndonos: una invitación al arte más
difícil de todos, amar sin nombrar en absoluto.
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