Tampoco soy muy dada a hacer recuentos de fin de año, por lo menos no como un ritual al concluir los 12 meses estipulados por el calendario. Pero, igual que hace un año decía que no hacía propósitos, pero los hice, pues hoy me lanzo a hacer y compartir una reflexión el día de Nochevieja.
Este año me ha dejado un montón de canas nuevas, literal e indudablemente, como me lo confirma mi reflejo cada vez que me asomo a un espejo. Lo bueno es que las canas me gustan, en especial un mechón que tengo en la frente, heredado de mi abuela Ma. Luisa, junto con sus ojos profundos. De hecho, hasta me gustaría que se marcara más. Disfrutar mis canas, además, me ayuda a reconciliarme con los otros signos de la edad que me gustan menos. Pero en términos generales, estoy entusiasmada con cumplir los 52 el año que entra, el "fuego nuevo" de los aztecas y los mayas, y ni pagada me volvería a una edad anterior en mi vida.
Este año me he dejado un corazón tan abierto como no pensé que se pudiera. Claro, se rompió y por eso mismo no dejó de abrirse. Se rompió de amor y de separación, de entrega y de despedida, de cariño y decepción, pero si hace un año me hubieran avisado que esto iba a pasar, igual hubiera emprendido el viaje. Este año besé por primera vez al primer amor de mi vida y nos hicimos el amor por primera vez también. Pensé que se convertiría en el último amor de mi vida y eso hoy no es tan claro, pero también descubrí que no importa. Que hay lo que hay y eso es lo único con lo que podemos aspirar a estar. Y estoy contenta con ello.
Este año, contigo Javier, conocí Lisboa, nuestra Ciudad Blanca. Volví a Barcelona, mi Barcelona desde hace 35 años. Revisité la Ciudad de México, regresé a Guadalajara (y a parte de mi familia, empezando por mi tía Marisa y mi prima Carmela) y descubrí Loreto, la Isla Coronado y la Misión de San Francisco Javier en la Baja Califorina (como le dices tú). Y todo esto sin contar lo que de travesía interna tuvo la que hice afuera. No podría estar más agradecida. Constaté que podía amar y ser amada, otra vez.
Este año sigo acompañando a mi hijo Santiago en su viaje hacia afuera, que sigue siendo hacia adentro. El proceso no siempre es fácil, pero cada paso tiene su propio sentido y no hay marcha atrás. Y reitero mi compromiso de estar siempre a su lado, más de cerca o desde más lejos.
Este año he disfrutado más que nunca (o quizá con más conciencia que nunca) a mis amigos: los más viejos y los más nuevos, los de Cuernavaca y los de México, los del otro lado del Atlántico (reales y virtuales), aprendiendo otra vez, que a veces me da por olvidarlo, que sí, puedo amar y ser amada en el más amplio sentido del verbo amar.
Y last but not least (en español no suena igual - aquello de "por último y no menos importante"...), en este 2014 volví a una de mis pasiones de vida más fundamentales, con un compromiso y una confianza renovados: la escritura, en particular, la creación de textos narrativos. Para esto he contado con la guía impresionante de Isabel Cañelles, mi profe de escritura creativa en línea, y la compañía de un grupo de compañeros de vuelo formidables (también de ambos lados del Atlántico). Es un reencuentro conmigo y con el mundo, quizá postergado demasiado tiempo, pero hoy nuevamente presente. No podría sentirme más agradecida.
Y, bueno, ya nada más para cerrar, un regalito de Año Nuevo ("estrenas" creo que le decían a esta tradición en casa de una amiga de hace mucho mucho tiempo), con la aspiración de que el año que empieza mañana (en pocas horas para algunos) esté lleno de emociones y felicidad: