domingo, 5 de julio de 2015
pros y contras
Yo no soy ni muy afecta ni muy buena confrontando lo favorable y lo adverso de alguna situación para ayudarme a decidir, pero mi comadre Ma. Eugenia, que es muy sabia, me ayudó hace unos días con este método. La cuestión era si adoptaba o no una gatita bebé (de dos meses, hija de la gata Cleopatra, que es como mi ahijada) y la traía conmigo a casa para convivir con la Ñaña, mi gata de alrededor de 12 años, que llegó hace tiempo para estar una temporada y luego se quedó, robándonos el corazón tanto a mi hijo (sobre todo a él) como a mí.
La mañana en que tenía que volver a Cuernavaca, a la hora del desayuno mi comadre me propuso valorar, pues, los pros y los contras de convertirme otra vez en mamá (sí ya sé que suena un poco cursi, pero así es la onda). La principal ventaja, me dijo, es lo que un animalito bebé te ofrece: compañía, amor, una inyección de vivacidad, tanto para ti como para la Ñaña. La lista de contras era más larga: más gastos (comida, arena, veterinario), más trabajo (atender a dos en vez de a uno), más tiempo (educar a la pequeña, mediar entre ambas mientras se acostumbran la una a la otra, estar pendiente de posibles destrozos). Yo dudaba y dudaba.
De hecho, cuando recién llegué a Chimal de visita e intenté sin éxito cargar a los bebés (son tres) pensé que la cuestión quedaba así zanjada. Pero al día siguiente, Ma. Eugenia atrapó a la pequeña tricolor, me la puso en los brazos y se acomodó como si siempre hubiera dormido allí. (Sí, supongo que ahí fue donde realmente se decidió el asunto, aunque yo no lo sabía aún.) Y, además, al poco rato supe su nombre: Khandro, el equivalente tibetano del sánscrito Dakini (que significa “aquella que atraviesa el cielo” o “la que se mueve en el espacio” y que simboliza la naturaleza desnuda de la mente, libre de todos los oscurecimientos). Tanto mi comadre como Santiago, por skype, dijeron que era un nombre horrible, pero a mí era lo que la gatita me sugería. En fin, que terminado el desayuno antes del regreso a casa, le dije a mi comadre: "Sería más fácil no llevármela" y darme cuenta de eso fue lo que me decidió finalmente a adoptarla.
La metimos en una bolsa de mandado y la colocamos en el piso del coche, adelante del asiento del copiloto. Al principio maullaba mucho e iba muy inquieta, pero al cabo de los primeros kilómetros se calmó y así pasó la mayor parte del viaje. Yo le dije que si eso era un avance de cómo sería nuestra relación, pintaba muy bien. Hoy ya lleva cinco días en casa y yo estoy completamente enamorada. La Ñaña no tanto. Todavía le hace "kjjjjj" cada vez que se acerca o voltea la cara con lo que parece una gran indiferencia, pero no la ataca ni nada peor. Ayer Khandro anduvo casi por todo el departamento, descubriendo su nuevo universo y divirtiéndose como enana y yo creo que acabará por ganarse a la "señora de la casa", como le digo a la Ñaña.
Yo, por mi parte, estoy encantada y creo que Khandro no pudo llegar en mejor momento. En el proceso de terapia que recién inicié estoy, otra vez, trabajando la complicada relación con mi mamá, así que contar con este nuevo cariño incondicional es muy sanador, sobre todo que el otro cachorro anda haciéndose hombre del lado opuesto del Atlántico. Además, cuando planeaba irme a vivir a Barcelona (sí, ya todos nos sabemos la historia) uno de los múltiples planes había sido, además de llevarme a la Ñaña, adoptar un gato bebé a mi llegada allá y criarlo "en pareja". Dar el paso de hacerlo yo sola es también una manera de situarme en mi presente tal como es, lejos de todo aquello que pudo ser y no fue. Menuda expansión que tuvo la lista de pros...
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