Sí, hace un año caminaba por las calles de Loreto en Baja California. Era el último día antes del regreso a Cuernavaca. Iba acompañada. Dialogaba. Parecía. Pero, quizá intuitivamente, sabía que el diálogo se iría convirtiendo poco a poco en monólogo. De encuentro en soledad. Conmigo misma. Quizá un autorretrato sea eso: una conversación con uno mismo, con partes de uno mismo, con sombras o reflejos de lo que somos, donde de pronto aparecen jarrones enormes del tamaño de una puerta o ventanas sarape que nos devuelven una silueta junto a un letrero junto a una palmera sobre un barandal con el mar de fondo. Y esa silueta —con sombrero y dos manos que sostienen la cámara y una cara triste imperceptible en el cristal espejo— inicia, sin saberlo aún, el largo camino de vuelta a sí misma.
sábado, 22 de agosto de 2015
Autorretrato en Loreto
Sí, hace un año caminaba por las calles de Loreto en Baja California. Era el último día antes del regreso a Cuernavaca. Iba acompañada. Dialogaba. Parecía. Pero, quizá intuitivamente, sabía que el diálogo se iría convirtiendo poco a poco en monólogo. De encuentro en soledad. Conmigo misma. Quizá un autorretrato sea eso: una conversación con uno mismo, con partes de uno mismo, con sombras o reflejos de lo que somos, donde de pronto aparecen jarrones enormes del tamaño de una puerta o ventanas sarape que nos devuelven una silueta junto a un letrero junto a una palmera sobre un barandal con el mar de fondo. Y esa silueta —con sombrero y dos manos que sostienen la cámara y una cara triste imperceptible en el cristal espejo— inicia, sin saberlo aún, el largo camino de vuelta a sí misma.
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