(hallazgo 11)
Escribir en mayúsculas no me gusta nada, pero así se siente el L A S T R E. Y tampoco me gusta.
El diccionario de la RAE (en su página nueva, a la que aún no me acostumbro) dice al respecto:
lastre2
Quizá del germ. *last 'peso'; cf. a. al. ant. last.
1. m. Material pesado, como arena o agua, con que se cargan una embarcación o un globo para aumentar su peso, y que al ser soltado le hacen ganar ligereza.
2. m. Persona o cosa que entorpece o detiene algo.
Lo que sí me gusta es la posibilidad intrínseca que tiene el L A S T R E de poder soltarse y, así, ofrecernos ligereza. Y, soltarlo, claro, es una decisión que solo una misma puede tomar. Porque, hoy descubro, de nuevo, que el L A S T R E no son los otros.
En el ámbito emocional, esa arena o agua que entorpece nuestro andar por el mundo, haciéndolo tan pesado que llega a rozar con lo insoportable, es la manera en que nos relacionamos con esos otros, ya sea con amor o con odio o con indiferencia. Después de meses y meses de andar arrastrando ese material pesado, esperando a que mágicamente se disolviera, cumpliendo —por supuesto (¿cómo podría ser de otra manera?)— con mis expectativas e ilusiones, hoy vuelvo a soltar (sí, ya sé que he dicho lo mismo en muchas otras ocasiones, igual que he reflexionado sobre cómo es un proceso en espiral). Hoy tengo un pelín más de conciencia. Hoy veo con un pelín más de claridad. Hoy acepto un pelín más las cosas como son.
También es cierto que, aun tratándose de un proceso interno, el exterior (sobre todo y en mi caso, aquella persona en quien proyecté ese L A S T R E) puede contribuir al proceso, aun sin proponérselo. Un mensaje más o menos torpe, electrónico y/o a través de un intermediario, puede, si se lee con menos filtros, confirmarnos que la realidad es como es, no como quisimos que fuera.
Y, en última instancia, resulta que con nuestras (mis) acciones, soy yo esa persona que puede dejar de entorpecerme o detenerme a mí misma, dejando ir el L A S T R E.
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