jueves, 10 de diciembre de 2015

d.i.c.i.e.m.b.r.e


diciembre
Del lat. December, -bris, der. de decem 'diez'.

1. m. Duodécimo mes del añoque tiene 31 días.


Esto dice la RAE. Nada más.

Yo sé que solía ser el décimo (de ahí su nombre, claro), antes de que añadieran julio y agosto. Sé que no se escribe con mayúscula, aunque mis alumnos insistan en hacerlo. Y sé que en mi tierra es el mes del sol que no calienta en la mañana (lagañoso, decía una compañera de trabajo para describir al sol tenue, que ofrece poco calor) pero que quema a medio día. Es el mes del viento helado (para nuestros estándares casi tropicales, claro): temprano en la mañana o tarde de noche. Es cuando las casas están más frías que el exterior, porque no merece la pena calentarlas artificialmente, pero el sol no alcanza a disipar el frío de la noche. Es el mes de un par de cobijas y de cerrar las ventanas antes de dormir, aunque últimamente dejo una rajita abierta pera acurrucarme con más gusto.

Diciembre también es un mes de ausencias y recuerdos —quizá inevitablemente, quizá no, pero no sé cómo aún—. De remordimientos, algunos, o de heridas que vuelven a escocer, algunas, un poco menos cada vez. De nostalgias. De soledades. Este año, de navidades sin mi hijo. Qué bueno que él lo vivirá de otra manera, porque a mí lo grinch se me ha acendrado con la edad y nuestras celebraciones se habían reducido a caprichos culinarios (del súper) y alguna peli o pelis. (Lo siento, changuito.)

Diciembre es también un mes de prisas, de tráfico y de ambiente festivo, que entre luces y villancicos trasmina más agresividad que amor. A mí me agota y prefiero celebrar cuando se acaban las celebraciones.


Y diciembre también es un mes de cielos azul pálido, flores rojas y flores secas:


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