Isa, a quien aludía aquí, a propósito de mi vocación por escabullirme al escribir, me señalaba en sus comentarios a mi octava entrega en mi Curso de Proyectos Narrativos que: "Escribir es un trabajo de investigación, y estás conociendo a tus personajes en buena parte a medida que avanzas, así que más adelante te resultará mucho más fácil volver sobre determinados puntos".
Pero resulta que la investigación no tiene que ver nada más con conocer a mis personajes, sino sobre todo con conocerme más a mí misma. Saber cómo es mi proceso de creación, dónde me escondo, dónde me duele, cómo manejo ese dolor, cómo voy ajustando las cuentas, dentro y fuera de mí, al escribir.
Y dialogando virtualmente con otro escritor, compañero del curso, quien reflexionaba cómo era escribir el primer borrador de su novela (a veces en la puerta de la clase de ballet de su hija), yo identifiqué que mi camino se parece al de Hansel y Gretel cuando van por el bosque, solo que en lugar de ir dejando miguitas para saber cómo volver, yo voy dejando huecos argumentales, espacios donde quedo a deber trozos de la historia. Paradójica (o lógicamente —no lo sé de cierto—), esos sitios me señalan dónde tengo que ponerme a trabajar a más profundidad, con mayor atrevimiento, metiendo el dedo en la llaga o dándole una vuelta de tuerca más a los personajes, que dice Isa que me lo están pidiendo.
Escribir (y hablar y reflexionar sobre el proceso mismo) es revelador, en palabras de Jaime, mi interlocutor en este diálogo: "casi como cuando revelaba las fotos en una cubeta donde se veía aparecer
la imagen paulatinamente y me producía un escalofrío, como si estuviera
asistiendo a una aparición sobrenatural, mágica".
No hay comentarios.:
Publicar un comentario