Invitado: Horacio Rodríguez
EL GANADOR
Hay asombros asombrosos. Uno de ellos es el estupor que muestran los opinadores profesionales por la victoria de Trump, de la cual recientemente hubo, a lo largo de todo el planeta, anticipos que por lo visto nadie supo leer. ¿No votaron los húngaros por preservar la ‘pureza racial’ de la nación magyar? ¿No votaron los británicos por abandonar el gran proyecto de la Unión Europea? ¿No votaron los colombianos por decir ‘no’ al proceso de paz en su país? ¿No votaron los españoles por un heredero contemporáneo del franquismo? ¿No votaron los brasileños porque un Congreso 62% de cuyos miembros tenían causas penales le hiciera juicio a Dilma Rousseff? ¿No votaron los argentinos por un representante de la oligarquía más elitista y atrasada de esa república? Ustedes seguramente podrán agregar otros ejemplos. En todas esas elecciones, consultas y referendos no votaron extraterrestres: votó el vecino de al lado, el abuelo dicharachero, el sobrino de peinado punk, la señora que cuenta los centavos en la cola del pan, el farmacéutico de la esquina, el empleado de McDonalds, todos los hombres y mujeres que a diario se quejan del costo de la canasta básica, de los extranjeros que nos quitan el trabajo, de la inseguridad en las calles, de la ineficiencia del gobierno, de la corrupción en los ámbitos políticos, de la falta de oportunidades, del consumo de drogas… es decir, de problemas que de veras afectan la vida de la gente mezclados con problemas que sólo tienen la dimensión que se les da en un imaginario paranoide estimulado por los medios. Nadie puede negar que la mala fe, la incapacidad, la estupidez y la rapiña son moneda corriente en la clase política; pero para acabar con una enfermedad, exterminar a todos los que viven en la zona de contagio no parece buena idea.
Lo que cabe preguntarse, más bien, es si no estamos asistiendo al fracaso del modelo incluyente, multiculturalista y en última instancia civilizatorio que de manera dispareja, a tropezones y con fundados cuestionamientos viene gestándose desde la Revolución Francesa. Con Trump se nota más porque va a estar al frente de la mayor superpotencia del mundo; pero su victoria de sorpresiva no tiene nada. Y si ese modelo de verdad se acabó, más vale que nos pongamos a pensar cómo nos vamos a arreglar con el que se nos está echando encima.
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