Pues eso, hace un par de días soñé que iba al cine con Adrián (marido, exmarido, padre de mi hijo), como cuando estábamos casados y lo hacíamos con rigor casi religioso una vez a las semana. Pero en esta ocasión, entrábamos a ver películas diferentes. Nomás porque sí. Sin pleito ni nada. (Quizá habíamos aprendido a respetar más nuestros gustos.)
Cuando yo estaba sola esperando a que arrancara mi peli, empezaban a acercar algunos personajes ominosos y a sentarse cerca, demasiado cerca, de mí. Me sentí en peligro. Asustada. Como si fueran a asaltarme o a violarme. Y como no alcanzaba a distinguir si la amenaza era real o si era un mero ataque paranoico de mi mente, decidí salir del lugar e ir a buscar a Adrián.
Cuando accedía a la sala donde él estaba, gritaba su nombre (algo jamás se me ocurriría, creo, en mis cinco sentidos) y él alzaba la mano para indicarme su ubicación. Yo iba hasta ahí, me sentaba a su lado (que por fortuna estaba desocupado). Creo que él me pasaba el brazo por la espalda y colocaba su mano en su hombro (de eso no estoy cierta). Pero lo que sí, es que me sentía segura, muy segura y protegida.
Desperté contenta, como quien salda una cuenta pendiente con un viejo amigo y quedan, finalmente, en paz.
Será un regalo más que me dejó el día de muertos...
Venus en el cielo de Cuernavaca |
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